Bienvenida la partidocracia

 

En los plenarios del Frente Amplio siempre resulta mucho más interesante lo que no se dice, que lo que –finalmente– se declara, tanto en la conferencia de prensa oficial como en las apreciaciones que se leen enseguida en las redes sociales o en las entrevistas posteriores de los diversos medios.
“El Frente hoy no resolvió nada, ni en contra ni a favor del gobierno”, fue la definición casi dilapidaria del presidente de la Mesa Nacional del Frente Amplio, Javier Miranda, al finalizar el encuentro que consideró la pertinencia de la aprobación de un tratado de libre comercio con Chile. Con esta postura, impuesta por las bases, el Partido Comunista y Casa Grande, se tira la pelota hacia adelante y se demuestra que en la interna no ganan los sectores con mayor caudal electoral, sino aquellos que ejercen mejores presiones y contienen una verborragia tan extrema, que cimbran las paredes de la casa de la calle Colonia.
Por supuesto que, más allá de evaluar victorias y derrotas internas, era necesario salpicar hacia afuera: “¿Díganme qué partido salió a discutir democráticamente un tratado como lo hace el Frente Amplio?”, preguntó Miranda. Ocurre que, como abogado, debería saber que una democracia participativa funciona de otra manera. Las circunstancias por las que atraviesa el país en materia de política exterior, hoy está supeditada a la decisión de una interna partidaria que tendrá “una nueva instancia orgánica del Frente que valoramos muy bien y hay que tomar tiempo para la discusión de lo que quedó pendiente”. Ante tal definición, no podemos más que darle la bienvenida a la partidocracia, cuya sensación de partido único le hace decir algunos dislates que no se reflejan en la realidad globalizada. Porque se debe reconocer, antes que nada, que estamos inmersos en un mundo capitalista, a pesar de los discursos oníricos que pretenden mostrar un universo paralelo, cargado de lugares comunes.
Aunque no es la primera vez que hay que sentarse a esperar a ver qué resuelve su majestad el plenario, queda claro que el presidente Vázquez y su canciller, Nin Novoa, están acorralados políticamente. El problema es que viaja por el mundo con su discurso aperturista y cuando desembarca nuevamente en Montevideo, debe lidiar con la realidad que lo circunda. Es que este Vázquez, ya no es aquel que se imponía solo con la mirada. Ahora, con el cambio de los liderazgos internos y las fuertes declaraciones para la tribuna, su figura se desdibuja y solo se encuentra a un presidente iracundo por momentos, irónico en ocasiones y evasivo en otras oportunidades. El mandatario le pone firmeza a lo obvio, porque sabe que con otras cosas ya no puede.
En Uruguay gobierna un partido con mayorías parlamentarias que se arroga para sí, la suma del poder público. El parlamento, representativo de la voluntad ciudadana, hoy aguarda a que se diriman las diferencias dentro de una fuerza política y eso no debería afectar el funcionamiento de un país. La dinámica parlamentaria se trasladó a una asamblea que mandata lo que debe votar uno de los tres poderes del Estado y por ende, ata al Poder Ejecutivo a su voluntad. Y eso lo hace “hasta nuevo aviso”, o sea, cuando vuelva a reunirse para considerar el informe técnico y político, solicitado al gobierno, basado en el impacto que tendría en Uruguay un acuerdo de estas características con Chile.
Al plenario concurrieron algunos representantes del Poder Ejecutivo, como los ministros de Relaciones Exteriores y Economía, pero no representaron presión alguna para la mayoría que resolvió tomarse un tiempo. Tras finalizar el encuentro, Astori dijo a Subrayado que la decisión es “muy preocupante”, porque “si uno se pone inflexible en la negociación internacional no va a conseguir buenos resultados para el país”.
Y como la flexibilidad no es un criterio que maneje la fuerza política –al menos en los últimos años– será cada vez más difícil la inserción internacional porque nadie quiere rigidez e imposiciones para sentarse a negociar. Mucho menos de Uruguay, que debe apelar a la necesaria inserción internacional para exportar, generar empleos y crecer.
En realidad, el Tratado de Libre Comercio con Chile ya fue firmado por ambos países en 2016, bajo la presidencia de Michelle Bachelet, pero requiere de la aprobación parlamentaria que ya fue otorgada por el congreso trasandino.
El número dos de la cancillería uruguaya, Ariel Bergamino, un hombre de suma confianza del presidente Vázquez tuvo a su cargo las negociaciones internas, porque su perfil antes político que técnico podría haber ayudado. Sin embargo, el plenario demostró que esta pulseada se ganará de otra manera y a pesar de los papeles, hoy actúa como una fuerza de choque que se da el lujo de contradecir lo que firma el presidente de la República. E incluso contradice a su propio programa de gobierno, es decir que el plenario resolvió mucho más en contra que a favor de la reflexión o la búsqueda de mayor información y consenso. Ese “consenso” que, ciertamente buscaba el general Líber Seregni con autocrítica, un valor que escasea ampliamente en la fuerza política.
Si es verdad que el programa de gobierno del Frente Amplio debe aplicarse “a rajatabla”, como tantas veces lo repitió el presidente Vázquez, entonces habrá que mirar hacia una región ampliada, porque este acuerdo se rubricó en momentos de necesidades específicas y cuando el Mercosur se encontraba trancado bajo la presiones de otro gobierno “progresista”, como se definía al kirchnerismo de Cristina Fernández.
Abrirse permitió pasar de 70 mercados en 2005 a unos 170 en la actualidad y el interés del acuerdo Chile pasa por la intención del gobierno de sumarse a la Alianza del Pacífico, que integran Colombia, Perú y México. Es decir, los grandes emergentes de la región que hace rato miran hacia los gigantes asiáticos.
Y, claro está, después del plenario quedó confirmado que tampoco existe una política de Estado en materia comercial.