Corriendo de atrás lo que no se quiere ver

“El Frente Amplio va a tener que revisar estas posturas porque sobre estas bases es difícil avanzar”, sentenció el ministro de Economía y Finanzas, Danilo Astori, visiblemente molesto, tras la decisión del plenario del Frente Amplio de postergar el tratamiento de la firma de un Tratado de Libre Comercio con Chile, que fue acordado ya en 2016 y sancionado por el Parlamento chileno, pero que sigue estancado en Uruguay por las diferencias en la interna de la fuerza de gobierno.
Este tema, que no parece responder a la galería de eslóganes de la izquierda de que se enmarca en otra “maniobra del imperio” norteamericano para seguir llevándose nuestras riquezas, sin embargo sigue postergándose mientras los competidores en el plano internacional de nuestros productos de exportación siguen firmando acuerdos bilaterales o entre bloques, y los hacen ingresar libre de aranceles.
En suma, es trabajo y dinero que se pierde por una venda ideológica de poner las cosas en blanco y negro, de seguir añorando el esquema simplista de la guerra fría, de seguir dividiendo el mundo entre buenos y malos, y en el plano interno, el hacerle la guerra a los sectores moderados del Frente Amplio, incluyendo al propio presidente Tabaré Vázquez, por una minoría radical que impone en los hechos su poder de veto en temas en los que no quiere renunciar ni un ápice a sus dogmas.
Pero, hay otra visión ideológica paralela, incluso más fuerte y perjudicial, que no es solo de los sectores radicales del partido de gobierno, en cuanto a menospreciar el papel del agro en la economía nacional, en la creación de riqueza, y situar el escenario de la economía entre los “oligarcas” explotadores en el agro y los trabajadores tanto de las ciudades como del campo, a los que solo se les da migajas en el mejor de los casos, por lo que el tema sería solo cuestión de redistribución y no cómo crear más riqueza.
Cualquiera que tenga una mirada más o menos cercana a cual es la realidad socioeconómica del Uruguay sabe, porque lo vive a diario –mucho más si es del Interior, aún de sus centros urbanos– que la dicotomía campo-ciudad, tan cara a grupos radicales y sindicalistas, que sin trabajo en el campo no hay ciudad, y que un agro deprimido o con serios problemas, como los que viene atravesando en forma creciente desde hace años, más temprano que tarde arrastrará a todos, aún los que se sienten tan a salvo en sus apoltronados escritorios en Montevideo, porque no hay milagros en economía, y la riqueza que no se tiene no se puede distribuir por decreto.
En las últimas horas, precisamente el movimiento por Un solo Uruguay hizo acto de presencia en el Consejo de Ministros celebrado en La Macana, Florida, con los secretarios de Estado y el propio presidente saliendo de su ciudadela montevideana una vez más para, por lo menos en teoría, auscultar la realidad del Interior, cuando supuestamente un gobierno de carácter nacional debería tener elementos de contacto permanentes, en lugar de acciones de carácter episódico y efectistas.
Igualmente, los integrantes del gobierno se llevan deberes y planteos a los que responder, muy legítimos, planteados directamente y por lo tanto con un valor distinto que lo que llega a través de otras vías que en los hechos derivan en caminos tortuosos y sin respuestas más o menos cercanas en el tiempo, en el mejor de los casos.
Pero a pocos metros, la movilización de Un Solo Uruguay es también un acto simbólico y que denuncia, por más que se quiera distraer la atención de la opinión pública con eslóganes y descalificación de los que lo integran, que desde el gobierno no se ve, no se quiere ver o sobre todo, se quiere soslayar para no quedar en evidencia, de que se ha pretendido ignorar un problema que por este hecho también se va a hacer cada vez más grande.
La caída en la rentabilidad de los sectores del agro en general, y de algunas actividades en particular en una magnitud mucho mayor, no es un problema solo de los actores directos en esta problemática, sino de todos los uruguayos, empezando por los centros urbanos del interior, que es donde antes se siente la falta de recursos que normalmente circulan en torno a la actividad agropecuaria.
Lo estamos viendo en Paysandú y en otras ciudades, porque la cadena de pagos empieza por resentirse en la compra de los insumos del agro directamente y luego en el comercio y en la producción, y avanza en círculos concéntricos hasta tocar más tarde a un Montevideo, con una dirigencia capitalina que por conveniencia político -ideológica parece ponerse al margen de una situación que entiende es responsabilidad de los propios productores.
Por ahí circulan un día sí y otro también discursos de sindicalistas y de dirigentes de los sectores más radicales que sostienen que los mismos productores que a su entender hasta hace unos años hicieron dinero en abundancia hoy reclaman porque han perdido rentabilidad, preguntando por qué no ahorraron entonces para ahora estar más desahogados.
Es decir, le reclaman supuestamente por omisiones a los actores del campo, los que sin embargo han reinvertido gran parte de este dinero en mejora de la cadena productiva, cuando el gobierno ha sido el primero en gastar como nuevo rico y hoy tiene un agujero fiscal enorme, como el provocado por Ancap, ALUR, Alas U, el Fondes y por un gasto estatal exacerbado, al punto que mantiene los combustibles y tarifas más altas de la región, porque se derivan recursos adicionales con destino a Rentas Generales, y así se corroe aún más la competividad y la rentabilidad de los sectores reales de la economía.
“No se nos convoca, y las propuestas tenemos que hacérselas llegar igual, no tenemos temas agendados para las próximas reuniones, no sé qué pasa, en qué país nos transformamos que un grupo muy importante pide al gobierno que se le preste atención y somos ignorados”, apuntó un vocero de Un Solo Uruguay, con una descripción que es absolutamente ajustada al escenario que tenemos.
Porque aunque pretenden ponerse las cosas en la antinomia campo-ciudad, los reclamos de que se ha hecho Un solo Uruguay no tienen color político y sí la de todos los sectores de actividad que están sufriendo como nunca la caída en la rentabilidad por el costo país, el peso del Estado a través de impuestos, combustibles, energía, escasa infraestructura y para quienes exportan o sustituyen productos de importación, encima una paridad cambiaria que los deja fuera de carrera.
Este dinero que está faltando y el que va a faltar –estimado en unos mil millones de dólares– como consecuencia de la sequía y luego exceso de lluvias en la producción agropecuaria, es riqueza que deja de circular a partir del Interior, y cuando llegue esta realidad a Montevideo, que será inevitable, ya se estará corriendo el problema de atrás, porque los ciclos biológicos no esperan los tiempos de no pagar los costos políticos y las consecuencias de la mirada hemipléjica dirigida solo hacia donde están los votos para la próxima elección.