Las pruebas PISA en el contexto uruguayo

En Uruguay, el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos, o las denominadas pruebas PISA, se hicieron por última vez en 2015. En los dos años siguientes, se difundieron sus primeros informes con los respectivos análisis. ANEP define que estas pruebas son las únicas que evalúan conocimientos y competencias en jóvenes de 15 años. “PISA es asimismo única en la forma que plantea las cuestiones de política pública”, asegura la autoridad educativa uruguaya.
El método vuelve a aplicarse este año para evaluar las competencias de los estudiantes en lectura y responderán a habilidades relacionadas con matemática y ciencias naturales. La prueba, que se aplica por computadora, recoge –además– información sobre el hogar del joven y sus actividades dentro del centro educativo. El operativo definitivo se desarrolla este mes en 200 instituciones de educación media y los resultados estarán disponible en diciembre de 2019.
En la edición anterior, participaron 52 países y la media de los puntajes se ubicó en 500. Singapur obtuvo el mayor puntaje con 561 y Uruguay, 443, por debajo de Chile y por encima del resto de las naciones latinoamericanas. Se aplicaron a unos 6.000 estudiantes, provenientes de centros educativos públicos y privados. Los resultados se presentan en los niveles 1 a 4 y el 37,7% de los uruguayos se ubicaron en el nivel 1, donde resuelven “un problema simple y con el apoyo de los miembros del equipo”.
El 34,2% de los estudiantes se ubicaron en el nivel 2, con resolución de problemas con dificultad media, el 13,6% se ubicó en el nivel 3, correspondiente a problemas complejos y dinámicos y el 1,7% de los uruguayos participantes en la prueba estuvo en el nivel 4 para resolver tareas de alta complejidad. Este año, la prueba medirá la lectura digital y sus transformaciones en los procesos cognitivos, pero ya generó una revuelta en comunidades educativas proclives y contrarias a estas pruebas.
PISA surge de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos​ (OCDE), integrado por 37 países que realizan intercambio de información orientado a un mayor crecimiento económico. Es el “club de los países ricos”, en tanto sostienen al 70% del mercado mundial.
La OCDE se refiere en su último informe a que “algunos países son mejores que otros para ayudar a los más desfavorecidos” y de allí se desprende que el 5% de los estudiantes uruguayos más pobres se destaca en las pruebas que mide. “Estas habilidades son la base para el éxito”, señala, e insta a buscar los mecanismos para acortar la brecha de aprendizajes, de acuerdo con el nivel socioeconómico. Y de una lista de 67, Uruguay se ubica en el puesto 52, por lo tanto, es evidente que no se encuentra bien parado.
En los últimos días, el liceo 18 de Montevideo fue ocupado para evitar que se apliquen las pruebas porque son “tendenciosas y funcionales al mercado de trabajo”. Aunque es la sexta vez que el país participa en esta evaluación, es la primera que un sindicato adoptó una medida concreta para impedir su instrumentación.
El resultado –para evitar mayores perjuicios y en medio de un año lectivo– fue la suspensión “hasta nuevo aviso” de las pruebas en ese liceo, cuando solo faltan 30 centros para completar un cuarto de los 6.000 estudiantes que participan en la muestra.
Aunque los docentes crean que las PISA se hacen para “denostar la educación pública” uruguaya, vayamos a las evaluaciones propias efectuadas al cierre del año: solo uno de cada tres estudiantes del liceo 18 aprueba todas las materias y eso está muy por debajo del promedio nacional, que se ubica en 55%.
Los profesores insisten en que el centro educativo contiene a los estudiantes que provienen de asentamientos y el último mes identificaron a estudiantes que llegaron sin comer. Mientras el liceo no tiene respuesta para eso, se constata que el sistema tampoco. En realidad, reciben “unas 20 bandejitas de sándwiches por semana”, asegura el sindicato docente.
Más allá de esta realidad, que puede existir en cualquier punto cardinal del país, se comprende que –de acuerdo con la definición de las pruebas– se toma una muestra representativa de los estudiantes y no evalúa el tipo de centro educativo ni el año que cursa el adolescente. Se miden conocimientos y, en todo caso, confirma que el núcleo duro de la pobreza persiste y pasa a las siguientes generaciones. Incluso se puede amplificar con los datos propios de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, que reconocen un incremento en la cantidad de asentamientos irregulares en diversas zonas del país.
A pesar de las movilizaciones, las autoridades de la enseñanza anunciaron que las pruebas se aplicarán igual, porque la embestida “privatizadora” que argumentan para impedirlo, a esta altura es un argumento incoherente.
Si las pruebas ponen en evidencia el fracaso de las políticas educativas de los últimos años, entonces habrá que cambiar el rumbo más temprano que tarde. Si persiste la pérdida de tiempo con los cruces de opiniones en ámbitos parlamentarios y del Poder Ejecutivo, tan preocupados en inyectarle cuestiones de género a un idioma rico, en vez de reconocer los errores cometidos, todo habrá sido en vano. Así no habrá PISA que valga para sacurdirnos la modorra ideológica que nos impide hablar o actuar sin el freno de lo políticamente correcto. Y porfiarán con los mismos argumentos quienes se oponen a todo por el hecho de oponerse, porque cualquier transformación los dejará en evidencia. Esa evidencia que nos muestran en la PISA y asegura que no superamos el nivel 1.
Ese mismo que también nos demuestra cada día el nivel de “transgresión” que queremos alcanzar, cuando no superamos las evaluaciones básicas con problemas simples. Y si los parámetros que utiliza la prueba son funcionales “al mercado de trabajo”, habrá que comenzar a preguntarse entonces para qué nos formamos en los distintos niveles de educación, además de lograr individuos plenos con pensamiento crítico.
Claro que hay que analizar primero por qué razones los adolescentes que reciben una educación similar demuestran resultados tan diferentes. Quizá exista alguna prueba del estilo de la PISA que pueda aplicarse al revés, para ver dónde se encuentra el origen del problema.