Apuntalar a los emprendedores

Una encuesta presentada hace pocos días por el Centro de Estudios para el Desarrollo (CED) indica que prácticamente la mitad de los consultados considera que la falta de valoración y promoción al emprendedurismo que existe en la sociedad uruguaya es uno de los factores que desincentivan la aparición de los nuevos proyectos empresariales.
De acuerdo a lo que informa al respecto el semanario Búsqueda, el resto de los encuestados opina que existe un moderado rechazo cultural a la figura del emprendedor o empresario, en tanto en lo que refiere a las condiciones que se ofrecen en Uruguay para la actividad emprendedora, mencionaron como factores poco propicios la carga fiscal y el costo de las tarifas públicas, además de la regulación del mercado laboral y como elemento poco favorable, la creciente criminalidad.
Mencionaron como favorables la estabilidad política e índices aparentemente bajos de corrupción, mientras que la posibilidad de acceso al crédito tuvo opiniones divididas, desde que la oferta de productos financieros es poco variada y con especiales restricciones para las microempresas.
Sin dudas el factor cultural de la sociedad no solo tiene una valoración crítica del emprendedor, como indica la encuesta, sino que a la vez, desde que se tiene memoria el sueño del uruguayo promedio ha sido en una clara mayoría el contar con un empleo del Estado de por vida, con ingresos decorosos y sin sobresaltos, y lejos de cambiar, esta visión se ha mantenido en el tiempo, lo que implica que se tiene una meseta de aspiraciones y de emprendedurismo muy poco alentadora. Por otra parte, cual gota que horada la piedra, desde hace décadas algunos sectores político sindicales han machacado contra los empresarios –en especial los exitosos—mostrándolos como delincuentes explotadores que si lograron destacarse ha sido en base a la explotación del trabajador, y esta prédica constante ha calado hondo en buena parte de la sociedad, desestimulando el desarrollo por iniciativa propia.
El papel del Estado en los sucesivos gobiernos, de todos los signos, no ha sido precisamente un elemento favorable en este panorama que implica favorecer la actividad privada como elemento dinamizador y de dar sustentabilidad a la economía. En los gobiernos del Frente Amplio, por ejemplo, se han desarrollado gestiones procíclicas, es decir que entre otros aspectos aumentaron el gasto aún más que los ingresos extra por la bonanza propiciada por el entorno internacional, y ello conlleva recargar todo el peso del esfuerzo en quienes generan la riqueza.
A la vez de constituir un desestímulo para quienes pretenden iniciar un emprendimiento, del área que sea, muchos empresarios que tienen sus empresas ya en marcha, sufren los embates del costo país, las cargas fiscales y salarios muchas veces desproporcionados respecto a la capacidad de respuesta de la firma. Y en algún caso, también la competencia del Estado ha generado problemas, porque ha dado mucho trabajo –fácil, por cierto– a miles de personas a salarios por encima lo que puede pagar el privado, por lo que el “curro” resulta demasiado atractivo y la comparación lleva a que pocos estén dispuestos a trabajar en serio en la empresa privada. Todo eso, claro está, sustentado en un déficit fiscal que no es sustentable.
Igualmente, hay una fuerza vital en el Uruguay que requiere contar con instrumentos para hacerse un lugar propio en este mundo y valerse por sus propios medios, aunque parezca que está todo inventado o todos los lugares ocupados para intentar algo viable en el mercado.
Ocurre que el privado es el motor de la dinámica de la economía, el verdadero –el único en realidad — creador de la riqueza, porque el Estado es un muy mal empresario, gestiona mal los recursos, crea burocracia y sobrecostos, y lo que hace es hacer recaer sobre las espaldas de todos los uruguayos, sean sus clientes o no, este armado perverso del esquema, se trate de producción de bienes o servicios.
De ahí que resulte importante en cualquier coyuntura, pero sobre todo en medio de dificultades como las actuales, establecer canales de estímulo y apoyo a los nuevos emprendedores.
Volviendo a la encuesta de CED, los investigadores de este centro de estudios evalúan que el sistema emprendedor desarrollado en Uruguay “ha sido un logro importante y muchos emprendedores así lo valoran. Sin embargo, es momento de introducir una nueva visión a las políticas públicas al respecto. Las políticas de emprendedurismo parecen estar casi exclusivamente enfocadas en jóvenes globalizados con un nivel educativo medio o alto. Emprender no es una cualidad exclusiva de millennials que recién están ingresando en el mercado laboral”.
Consecuentemente, consideran que además de focalizar la promoción del emprendedurismo en otros grupos como adultos y sectores populares, las acciones deberían enfocarse a reducir las barreras y “costos de emprender”, habida cuenta de que la creación de algunos tipos de empresas resultan especialmente engorrosos y costosos para emprendedores que recién comienzan y cuentan con acotados recursos humanos y económicos, de donde surge que trabajar en alternativas que simplifiquen y abaraten sería una gran política de promoción del emprendedurismo.
Ahora, emprender no es hacer cualquier cosa para ver que sale, naturalmente, sino que más allá de las capacidades y oportunidades identificadas para un emprendimiento de riesgo, se debe pasar a concretar un plan de negocios, aunque en la práctica, partir de un plan bien formulado, no es algo que suceda con frecuencia.
En estas etapas iniciales se necesita identificar el tipo y volumen de necesidades, de capital, de socios estratégicos, de canales de distribución, así como lograr la mejor identificación posible de la propuesta de valor diferencial para los futuros clientes.
Tener emprendedores no es un aspecto secundario en ningún país, y mucho menos debería serlo en el Uruguay, donde todavía prima por lejos, como decíamos, la cultura del empleo público de por vida.
Cuando estamos en una coyuntura complicada, como la actual, cuesta generar disposición al emprendedurismo, porque los factores adversos mencionados en la encuesta se potencian, indudablemente, cuando el mercado consumidor se estrecha y los costos fijos del Estado pesan mucho más aún sobre la empresa que pretende abrirse paso.
Y es más que nunca el momento de actuar proactivamente desde el Estado, mediante políticas públicas de estímulo y formación de emprendedores, con mayor énfasis que los programas todavía insuficientes que están en marcha, habida cuenta de que en apuntalar a los emprendedores se juega la suerte del país de ahora y sobre todo del futuro.