¿Cómo la contamos para que no se incomoden?

El ministro del Interior, Eduardo Bonomi, arremetió nuevamente contra “los grandes medios de comunicación”, a los que considera como “el principal partido de oposición”. Lo hizo en una entrevista radial y utilizó los argumentos acostumbrados en los últimos tiempos.
Según el secretario de Estado, se da un trato desparejo a las noticias basadas en su gestión, con la repetición de las visiones negativas de quienes opinan lo contrario y pocas veces sus propias declaraciones. Unos días antes, lo hizo el presidente Tabaré Vázquez, quien habló sobre la violencia y el rol de los medios de comunicación en la Confederación Masónica Interamericana. En su conferencia, acusó de “obsceno” y ”terrible” el bombardeo de imágenes, escenas, alusiones e informaciones que diariamente emiten los medios de comunicación. En su opinión, “contribuye a generar más inseguridad y violencia” e instalan agendas “en sus aspectos social y político”, además de “legitimar o justificar” el status quo y los sistemas de mantenimiento del orden social. Pero como ya lo hemos repetido, si los medios de comunicación tuvieran tamaño poder, entonces el Frente Amplio no hubiera ganado las elecciones tres veces, ni se encaminaría –según las encuestas– a un cuarto mandato aunque sin mayorías parlamentarias.
Sin embargo, la realidad corre de manera paralela a sus discursos y esas rectas que jamás se encontrarán indican que el lunes a la noche se vivió una balacera a metros del Poder Legislativo que involucró a transeúntes, guardias de la empresa transportadora de caudales Prosegur y al menos una decena de delincuentes.
Y la situación fue de tal violencia, que la empresa la describió en un comunicado, cuando destacó “el arrojo de los trabajadores involucrados y particularmente la valentía de quien puso en riesgo su vida para proteger a una señora y una niña que quedaron accidentalmente en medio de la balacera”.
Prosegur rechazó “las manifestaciones de violencia extrema, que atentan contra la integridad de la población y particularmente de nuestros trabajadores, quienes a diario se encuentran expuestos a ella, lamentablemente con mayor frecuencia”.
El asalto, cuyas imágenes hubiésemos deseado que fueran solo cinematográficas, ocurrieron cerca del sitio donde se sancionan las leyes que rigen a una sociedad en democracia y nos pautan la convivencia que rige en un Estado de Derecho. El saldo, en esta oportunidad, arrojó heridos fuera de peligro. Pero, la próxima, si ocurre, ¿qué saldo tendrá? Y ¿cómo habrá que contarla para que ni Bonomi ni Vázquez se incomoden por el relato que, a sus ojos, vale más que la realidad descripta por quienes trabajan a diario con el transporte de dinero?
¿Cómo decimos que Rosa Rodríguez “nunca debió morir”? ¿Se soluciona el problema con sacar de las pantallas a sus compañeros del Pereira Rossell, quienes repiten esa frase al referirse a una trabajadora de la salud, solidaria y madre jefa de hogar, que murió de un balazo en la cabeza mientras esperaba el ómnibus para ir a trabajar? Seguramente le quite tragedia no relatar que para su madre de 90 años y su única hija estudiante, es una pérdida irreparable. Al igual que para el block de maternidad, que conocía hasta en el mínimo detalle porque su experiencia de 30 años así lo indicaba. Y así podemos continuar con la lista de varias vidas truncadas por causa de la delincuencia. Sin embargo, el presidente y su ministro quieren bajarle el perfil sin comprender que tanto Rosa como los guardias salieron a cumplir una tarea, sin pensar que la inseguridad existe porque la muestran los medios de comunicación, sino que la viven a diario en su entorno.
¿O es menos cierto que la Intendencia de Montevideo tuvo que aprobar una solicitud de la Cámara de Emergencias y Asistencia Médica Extra-hospitalaria del Uruguay para cambiar a verde el color de las luces de la barra de las ambulancias para que no se confundan con las de un patrullero? Entonces, tampoco decimos que balearon a un vehículo de asistencia médica, solo porque lo confundieron con un móvil policial mientras ocurría una rapiña. Y menos aún reflexionar que con tales medidas, simplemente confirmamos que ganan espacios los delincuentes, porque acá lo único que se trata es de salvar personas mientras realizan un trabajo necesario para la sociedad. Entonces, a estas alturas, sería un desquicio cuestionar si creen honestamente que las luces verdes protegerán a los funcionarios de la salud de los rapiñeros, cuando –ahora sí– cometerán sus actos con total impunidad porque la barra en el techo confirma que no son policías.
Y de paso, le bajamos el perfil y no difundimos cuando el sindicato que los nuclea repite que están “muy expuestos a las agresiones”, para no generar alarmas ni caer en exageraciones. Ni que hablar de motivar a la consciencia o la reflexión que implica convencer que ese móvil puede asistir a salvar una vida, porque agregarle “color”, implicaría comparecer ante la disyuntiva de “causa o síntoma” de la violencia planteada por Vázquez en el discurso a sus hermanos de logia.
Menos aún compararnos con el pasado, porque recordar que hasta hace unos años no existían rejas hasta en los techos, ni alarmas y las puertas quedaban sin trancas, seguramente conspire contra su discurso. Porque a ese pasado lo vivimos en el Interior.
Desde hace años que intentan “matar al mensajero” y transformarlo en noticia. Algún día quedará demostrado que esa costumbre no cambia la realidad, porque los hechos son porfiados y de nada sirve confrontar a la sociedad que ya está dividida. Los hechos lo confirman y no solo las imágenes.