En la encrucijada

Lo que sucede en Argentina siempre tiene repercusión en Uruguay. Siempre, de un modo u otro. Lo estamos sintiendo ahora mismo con los malabarismos del gobierno de Mauricio Macri para contener una nueva crisis económica en ese país. ¿Y lo que pasa en Brasil? También, claro está, pero a veces hacemos que no nos damos cuenta o miramos para otro lado. Y allí no está ocurriendo cosas muy lindas que digamos. A su tambaleante democracia actual –que se suma a la galopante corrupción y, a su vez, a graves inconvenientes económicos–, le han dado una cuchillada, literalmente.
Nuestros vecinos parecen no querer la tranquilidad. Brasil se encuentra en plena campaña electoral y en uno de esos actos, el jueves, atacaron con un puñal al candidato ultraderechista a la presidencia, Jair Bolsonaro, cuando se paseaba rodeado de gente y en andas en el estado de Minas Gerais.
Un hecho sin duda alguna repudiable, que ocurre en un escenario crispado al extremo, alimentado por el propio político que se ha ido de boca con algunas declaraciones. Horas antes, Bolsonaro había dicho que iba a fusilar a los miembros del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), que el mejor bandido era el bandido muerto y que la dictadura brasileña debió matar a más personas.
¿En qué se está metiendo el gigante sudamericano? Este candidato marcha segundo en las encuestas, por detrás de Luiz Inácio Lula da Silva, quien, encarcelado por corrupción, no puede presentarse por decisión judicial. Al mismo tiempo, Bolsonaro cuenta con un gran rechazo a nivel de la población; de cualquier modo, su presencia en el ruedo –fue trasladado a San Pablo en estado delicado, por el momento fuera de peligro de vida–, tenderá a activar aún más la violencia social y electoral en el que ya está inmerso Brasil. El pronóstico se presenta reservado, ante el cual Uruguay debería estar muy atento.
Porque estas situaciones suelen detentar el efecto contrario del que quiso sacarlo de en medio. El candidato de ultraderecha, de 63 años, bien puede reforzar de esta manera sus posibilidades de ser electo en octubre como presidente de Brasil y, con ello, el aumento de tensión, de algún espíritu revanchista, de justificar alguna purga o descalificaciones.
“El ataque podría ayudar a Bolsonaro a superar su alto índice de rechazo”, que supera el 40%, afirmó Jimena Blanco, analista de Verisk Maplecroft. “Este incidente aumenta las posibilidades electorales de Bolsonaro. Estaba perdiendo votos, de repente se convierte en una víctima casi tan grande como Lula”, dijo la agencia financiera Bloomberg el analista Richard Back, de XP Investments.
Ahora, Bolsonaro tendrá una presencia mediática que compensará ampliamente los pocos segundos de propaganda televisiva gratuita que le confiere el actual sistema de atribución. Incluso, sus adversarios ya retiraron los anuncios que lo atacaban directamente por sus tradicionales declaraciones polémicas.
Es que el atentado sacudió la campaña y movilizó a fondo a los seguidores de Bolsonaro. El propio Bolsonaro –un exmilitar–, en un impresionante video filmado y difundido por un senador aliado inmediatamente después de ser operado, lamentó no poder asistir al desfile militar que ayer se llevó a cabo en Rio de Janeiro por el Día de la Independencia. Uno de sus hijos, Flávio Bolsonaro, fue ovacionado a su salida del hospital de Juiz de Fora por las fuerzas de seguridad que se aprestaban a iniciar ese desfile en la principal avenida de esa ciudad.
Bolsonaro se lanzó a la campaña de las elecciones más polarizadas e inciertas de la historia reciente de Brasil como candidato del pequeño Partido Social Liberal (PSL). Su retórica de mano dura contra la criminalidad y de liberalización del porte de armas reforzó su núcleo de incondicionales en un país con más de 60.000 asesinatos por año. Y sus críticas contra la corrupción encontraron fuerte eco en millones de brasileños pasmados por la amplitud de la Operación Lava Jato, que afectó a todos los partidos que dominaron la vida política desde el fin del régimen militar (1964-1985).
Más allá del ataque a un político en plena campaña electoral, grave de por sí venga de donde venga y sea quien sea, queda para el análisis el gusto que tienen nuestros países por los candidatos populistas –del color que sean–, que se aprovechan de una mala situación –que se repiten una tras otra, cabe decirlo–, que utilizan los variados clichés que existen para manejar un perfil de ese estilo y que, en definitiva, le mienten a la ciudadanía.
Cuando un sistema está tomado por la corrupción, como es el caso de Brasil, este tipo de situaciones, con la aparición de estos personajes liderando una encuesta de opinión e incluso el acto de salvajismo de un manifestante contra una persona pública, se entienden un poco más. Aunque, por supuesto, no se justifican de ningún modo. En poco más de un mes, los brasileños vivirán un acto eleccionario en el que elegirán un nuevo presidente, el que comandará al país desde el 1º de enero en lugar de Michel Temer. Es evidente que el horno no está para boyos y que habrá que estar muy atentos a lo que suceda en las próximas semanas. Uruguay, sin perder de vista lo que acontezca en Argentina, debe también poner el foco en el otro vecino, en el más grande y el más complicado.