Hace 8 años despertó en la morgue; hoy lucha por su hija

Un accidente en moto cuando se dirigía a un cumpleaños de 15 en Paysandú le cambió la vida. Tenía apenas 18 años cuando, tras varios meses en el CTI, un médico en el hospital de Tacuarembó la declaró muerta, pero poco tiempo después se despertó en la morgue –para su sorpresa, allí estaba–. Con grandes esfuerzos logró superar en cierta medida el trance, y aún con serias secuelas de aquel trágico episodio, años más tarde tuvo una hija, que hoy es su principal razón de vivir y a quien desea darle lo mejor de sí.
La ubicamos gracias al comentario realizado por una persona que relató lo ocurrido. La aguardamos cuando llegaba a la escuela a buscar a su hija –que hoy tiene 5 años–, quien sale feliz al encuentro de su madre al verla llegar.
Cuenta que hace ya 8 años “me llevaron para la morgue y no estaba muerta. El corazón me latía y el cirujano se fugó”, fueron las primeras apreciaciones de Jéssica Vázquez ni bien se sentó para narrarnos una etapa que obviamente no recuerda (fueron varios meses en el CTI del hospital de Tacuarembó), pero que le genera una sonrisa al comentar su “despertar”.
“Había un muchacho que cuidaba a los muertos y no sabía nada”, dice. “Me desperté y me tiré al piso. ‘La muerta se cayó’ dijo el hombre, tiró el cigarro, abrió la puerta y se fue a la m…”, recuerda con una sonrisa.
Y aún lo tiene claro y muy gráfico en su memoria, que “llegaron enseguida bomberos, policías y ambulancias y yo estaba llorando”. Tras lo acontecido, “me trajeron nuevamente a Paysandú, al hospital de acá”, dice.
Ya en Paysandú, la recuperación fue muy lenta, primero en silla de ruedas, después utilizando un bastón para poder incorporarse y caminar, y hoy a pesar de la dificultad para movilizarse, lo hace valiéndose por sí misma, aunque aún no puede bajar escaleras, porque le fallan las piernas.
Actualmente no está siguiendo ningún tratamiento, pero como secuela sufre convulsiones, por lo que siempre necesita estar acompañada de alguien, “aunque sea cuatro horas, y que me entienda”, dice angustiada y preocupada. “Estoy sola con la nena y me dan convulsiones estando con ella”, subraya.
Explica que no puede estar a la intemperie cuando hay tormenta eléctrica y rayos, porque en la cabeza “no tengo carne, tengo (una placa de) platino”, mientras toma la mano del cronista y lo lleva a su cabeza, para mostrar el hundimiento que tiene en gran parte de su cráneo, y que la obliga a usar una gorra permanente.
Hoy está preocupada porque su hija debe ser operada en Montevideo y el cirujano le indicó que la cirugía representa un riesgo.
Le lleva a recordar que en el parto le dio una convulsión y no podían hacerle cesárea. “Me moría yo y la gorda también. Dios no quiso y hoy las dos estamos bien”, comenta con alegría. Sus cambios emocionales son muy fuertes. A pesar de las adversidades vividas y su preocupación por la operación de la niña, sonríe al decir que “no pueden conmigo”, y apela al refrán “hierba mala nunca muere”.
Con 26 años, sostiene: “Dios me salvó”. Y con esa fuerza y de la mano de su pequeña hija, tras las fotos se marcha, dándose vuelta a los varios metros y tirando besos junto a su hija, felices las dos.