Pocos piensan en los verdaderos retos de la democracia

El Latinobarómetro dejó en evidencia una realidad que preocupa a algunos sectores de la sociedad y motiva a otros. Promedialmente solo el 48% de los latinoamericanos apoya a la democracia. En Uruguay el porcentual de apoyo sigue bajando y del 70% el año pasado al 61% en 2018. Ese fue el porcentaje que afirmó –ante la encuesta– que “la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno”.
También se dieron otras dos posibilidades: “En algunas circunstancias, un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático”; y “a la gente como uno, nos da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático”.
Desde 1995, cuando se realiza la medición a nivel latinoamericano –Equipos es la responsable en Uruguay– este es el año que alcanza su punto más bajo. Por ende, en más de 20 años nunca como ahora tantos uruguayos creen que la democracia no es mejor que un gobierno autoritario.
No parece que eso sea lo que piensa la clase política uruguaya que antes de tiempo aparece enfrascada en una lucha electoral de cara a las primarias y después “Dios proveerá”. Los que no ganen las internas se distribuirán en listas al Legislativo. Y si no ganan ya tendrán chance para las intendencias. O las Juntas Locales. Si aun no obtienen los votos necesarios siempre dentro del aparato estatal habrá algún espacio donde enquistarse.
Esa es la peor difusión que del sistema democrático hacen quienes viven directamente de los salarios, cargos y beneficios que provienen de la democracia.
La elección del gobierno por parte del pueblo es sin lugar a dudas el sistema que todos debemos defender. Pero eso no quiere decir que no se aprecien las dificultades por las que hoy atraviesa la democracia. No es necesario caer en el facilismo de la corrupción, un frente sencillo porque se ha descubierto demasiados actos de malversación de fondos públicos. El sistema es siempre el mismo: cuando un gobierno se va, el que llega empieza a investigar y descubre el envilecimiento de quienes los precedieron.
La corrupción es terrible y letal, pero en realidad las democracias de la región afrontan al menos otros tres nuevos retos: las crecientes desigualdades sociales, la precarización laboral y la transformación tecnológica del trabajo. Son desafíos que demandan una reorganización de la democracia sobre la base de la reformulación de las cuestiones públicas, la definición de un nuevo marco social y el establecimiento de nuevos valores más acordes con la dimensión humana del progreso.
Esos tres retos pueden ser los reales responsables del desencanto de parte de la sociedad con la democracia. Porque si las desigualdades aumentan, si el trabajo se precariza y, al mismo tiempo, las oportunidades de empleo se deterioran, la democracia acabará viéndose afectada. Alguna forma de gobierno tiene que existir, así que si no hay apoyo a la democracia, el camino a la oscuridad del totalitarismo puede resultar tentador.
La democracia no debe entenderse solamente como un sistema de articulación de la representación política o de equilibrios institucionales, sino que tiene que ser contemplada también como un sistema orientado a encontrar las mejores soluciones a los problemas sociales planteados en la convivencia.
Mientras políticos o sectores políticos siguen pensando que para gobernar hay que encontrar la articulación necesaria, mientras algunos claman por mantener mayorías parlamentarias porque entienden que es lo mejor; mientras otros buscan tantos acuerdos como sea necesario para evitar eso, la realidad pasa delante de sus ojos cual ser invisible.
En los meses venideros los cantos de sirena abundarán. Muchas ideas, más y más promesas. En el plano hipotético este país –en buen romance la técnica se puede aplicar a cualquier nación– tiene todas las soluciones en la mente de quienes procuran el voto que los convierta en gobernantes.
Los representantes democráticos del pueblo deben en consecuencia realizar los análisis sobre el futuro político poniendo suficiente énfasis en los procesos sociales que subyacen en la realidad práctica de la democracia. El enorme desafío es establecer un modelo de república de ciudadanos iguales, como aquel al que los regímenes democráticos aspiran por principio.
En vez de poner tanta energía en cómo llegar al poder, el sistema político todo debería unirse para recomponer las bases del sistema democrático. Sin buena base, los edificios tienden a ser inseguros, inhabitables. Trasladado a la democracia, podría ocurrir lo que la inmensa mayoría de la sociedad no quiere, porque más allá de los errores de quienes en nombre de la democracia ocupan cargos electivos, es mucho mejor que el totalitarismo.
Es curioso cómo en un país tan pequeño como este, la clase política no da el definitivo paso para tener parlamentos más dinámicos, legisladores más receptivos a la opinión pública, grupos de trabajo más en contacto con los votantes, organizaciones civiles más vigilantes con el cumplimiento de los programas electorales.
Y, ya que estamos, partidos políticos más horizontales y participativos. Aun no nos hemos desprendido del caudillismo. Quien llega se torna líder eterno. Curiosamente, ese es un signo del totalitarismo. Una democracia saludable, empero, necesita de movimientos sociales más reconocidos y con mayores posibilidades de influencia; medios de comunicación más plurales y abiertos.
En consecuencia, los problemas que enfrenta la democracia no son solamente responsabilidad de la clase política. Porque no todo es votar una vez cada cinco años y pasarse el resto del período de mano extendida. Para que una democracia tenga realmente una estructura sólida, es imprescindible que se cuente con instancias de participación y de implicación ciudadana.
El creciente desencanto de la sociedad en la democracia, asimismo, implica no demandar los espacios que le deben ser propios, de actuación y contralor. Si democracia queremos en el futuro –¡y sí queremos!– será imprescindible recomponer las bases de la igualdad y la equiparación social. No es tarea sencilla, porque no hay que caer en el facilismo de las promesas de una sociedad ideal que aparecen cada cinco años. En realidad es muy complejo y difícil. Precisamente por eso, es ahora cuando hay que empezar a andar. Recomponer la democracia será defenderla. Es imperfecta porque así somos los humanos. Pero el modelo republicano, bien aplicado, es el mejor modelo de sociedad.