Incertidumbre y sin respuestas de fondo

La característica histórica de Uruguay de ser un país de base productiva agrodependiente, se traslada también a su intercambio comercial, al punto de que por lejos la mayor parte de sus exportaciones de bienes proviene de productos del agro y, en menor medida de servicios; aunque este es un sector que ha crecido en los últimos años.
Pues bien, con exportaciones que se generan a partir de materia prima, y por el tamaño de su economía en el concierto internacional, nuestro país es un tomador de situaciones, no forma precios y por lo tanto está sujeto a los avatares del comercio internacional, favorecido por un período de buena demanda y precios, como fue el caso de la década de principios de este milenio, que se ha ido esfumando.
El punto es que en los países serios, con sentido común, se aprovechan los tiempos favorables para invertir en infraestructura y en “cortafuegos” en la economía para afrontar los tiempos de escasez que siempre vienen tras un pico con viento a favor. Aquí, el Estado se apropió de los recursos extra para malgastarlos con el delirio de que distribuir dinero desde el Estado con discrecionalidad era la solución a los grandes problemas históricos del Uruguay.
Esto es, no se han creado condiciones para preservar la gallina de los huevos de oro, mediante una menor presión fiscal y aflojando la aplicación de sobrecostos a los sectores reales de la economía. Las consecuencias se perciben claramente cuando se ha ido la espuma y nos encontramos con que, sin condiciones internacionales favorables, la competitividad se desploma y nos hace desalojar de los mercados, conjugado con factores adversos e incontrolables como el clima.
Los tiempos de los mercados internacionales en la actualidad son de incertidumbre, y de acuerdo a un estudio de los economistas Horacio Bafico y Gustavo Michelin, de la sección Economía y Mercado, del diario El País, las dudas que se plantean por el escenario en los grandes bloques es motivo de preocupación por el futuro inmediato.
Indican que el crecimiento sostenido a largo plazo de una economía pequeña como la uruguaya está indisolublemente asociado a la exportación, dado el reducido tamaño del mercado interno, lo que señala la importancia de evaluar permanentemente la evolución de las ventas externas del país, cuyo desempeño depende de la competitividad de los productos ofrecidos y del ingreso y las políticas que aplican los demandantes.
Subrayan los economistas que en este contexto el sector exportador uruguayo atraviesa un momento de gran incertidumbre ante un contexto internacional en el que la guerra comercial entre Estados Unidos y China se está sintiendo en el volumen del comercio internacional y en particular se teme por una desaceleración en la nación asiática, con lo que ello impacta en la demanda mundial de commodities.
A ello se agregan dudas sobre la marcha de la economía estadounidense, al tiempo que Europa no logra consolidar una tendencia de crecimiento firme, aspectos estos que contribuyen a generar un ambiente de preocupación que afecta asimismo a la Argentina y el Brasil, de los que también dependemos en grado sumo.
Este contexto de desaceleración de la demanda mundial sería solo uno de los aspectos a considerar, porque en nuestro caso, por los problemas de gestión que apuntamos de los gobiernos de izquierda, se agregan deficiencias en competitividad que enfrenta la producción nacional, y con ello se concluye que las perspectivas del futuro inmediato para el sector exportador no son las más favorables.
En 2017 el Uruguay sufrió en su sector exportador las consecuencias de una mala cosecha de soja por las adversidades climáticas, y por lo tanto las exportaciones de bienes posiblemente crezcan en el año que está comenzando respecto a 2018. Las ventas al exterior de la semilla oleaginosa cayeron a menos de la mitad de lo comercializado en 2017 y, desde el punto de vista estadístico, una cosecha con rindes normales elevará la oferta exportable y el valor de las ventas externas totales de Uruguay en el presente año. De acuerdo a los datos divulgados por Uruguay XXI, las exportaciones totales de bienes, considerando las provenientes desde zona franca, aumentaron 0,4% en el último año respecto a los registros observados en 2017. Este relativo estancamiento es la conjunción de distintos comportamientos con algunos rubros que experimentaron caídas muy importantes como el de la soja y otros que mostraron un incremento muy importante medido en dólares. Tal el caso de la celulosa, cuyo precio promedio se incrementó cerca de 30% en el último ejercicio, pese a que los volúmenes exportados cayeron 5%.
Pero los números son indiscutibles y reafirman los conceptos sobre el escenario de la década que se inició a partir de 2004-2005: el año 2014 marcó el fin del superciclo de las materias primas para Uruguay. La reversión de la tendencia creciente que mostraron las ventas externas del país hasta ese entonces coincide con la caída de los precios internacionales.
La coyuntura regional también importa, y los volúmenes exportados al Mercosur (Argentina, Brasil y Paraguay) cayeron hasta el año 2016, recuperándose en 2017 para caer en el último año. Paralelamente, crecieron las ventas de servicios, concretamente turismo, con temporadas récord en los veranos 2017 y 2018, pero en Argentina a lo largo del último año se fue procesando un ajuste que contrajo el gasto interno, afectando negativamente las exportaciones uruguayas vía cambio en los precios relativos y una menor demanda. No sólo cayeron las ventas de bienes, sino también el turismo y lo que se observa a simple vista permite constatar un menor movimiento estival respecto a la temporada anterior.
Es decir que con vecinos inestables, en el caso de la venta de servicios y algunos bienes, y condicionado por los vaivenes de la relación cambiaria y de precios, el comportamiento de las exportaciones al resto del mundo adquiere aún mayor relevancia. En este escenario estamos saliendo a tomar sopa con un tenedor, porque los costos internos corroen nuestra posibilidades de competir, y encima el Estado sigue gastando como si fuéramos nuevos ricos. No hay margen de maniobra –tampoco voluntad política– para aflojar la carga tributaria sobre los sectores reales de la economía.
Peor aún, como se necesitan recursos, continuamos con los combustibles, electricidad y otros insumos más caros de la región, porque hay que tapar los agujeros de Rentas Generales. Y, ante una elección que se avecina, no hay dudas de que se seguirá en el proceso de ir llevando la economía, postergando las respuestas de fondo ante los problemas, para que sea el siguiente gobierno el que desate el paquete y se arregle como pueda.