Mantenerse cerca

Brasil tiene un nuevo presidente. Se llama Jair Bolsonaro, es considerado de ultraderecha y genera esperanzas en unos y temor en otros. Todo lo que dice, todos los anuncios realizados, todo lo que ha hecho desde que asumió el pasado 1º de enero son materia de análisis e información periodística que, en muchos casos, terminan retorciéndose o agrandándose. Una tendencia llevada a cabo, en general, por los mismos que defienden a la Venezuela de Nicolás Maduro, un ultraizquierdista para utilizar el mismo lenguaje, que reprime a la población y que ha sumido a su país en una profunda crisis social, política y económica; responsable directo de decenas de muertos en manifestaciones, y de innumerables casos de violaciones a los derechos humanos. Pero este es otro tema.
Uruguay, como país chico y vecino del gigante sudamericano, debe mantenerse cerca de Brasil, en una alianza estrecha que vaya más allá de los gobiernos de turno. Hay que ser inteligente y no caer en la tontería de criticar –como hicieron varias personalidades del gobierno uruguayo– a otro mandatario de la región simplemente porque no es de su propio palo político y hasta “por las dudas”, por lo que supuestamente podría llegar a hacer cuando comience a gobernar. Una de ellas fue Liliam Kechichián, nada menos la ministra de Turismo, una cartera que debe atraer a los veraneantes brasileños, muy necesarios para nuestro turismo. Es bueno observar a Brasil como oportunidad de negocio, como siempre lo ha sido pese a que a veces los brasileños juegan a ser imperialistas.
Cuando ganó las elecciones, Bolsonaro llamó a todos los gobernantes de la región (el chileno Sebastián Piñera, el argentino Mauricio Macri, el paraguayo Mario Abdo), pero no al presidente uruguayo. En ese entonces, Vázquez pidió a sus ministros que no se pronunciaran políticamente sobre el resultado electoral de Brasil, pero varios no le hicieron caso. Y, más allá de eso, Uruguay fue el país que más demoró en pronunciarse oficialmente sobre la victoria de Bolsonaro y el presidente Vázquez debió llamar a conferencia de prensa para aclarar la posición oficial y anunciar que iría a la toma de posesión. El mandatario uruguayo llamó al brasileño luego pero, en cierta forma, ya era tarde y el daño ya estaba hecho. Ahora toca remarla. Resultó ser muy bueno que el presidente Tabaré Vázquez y el canciller Rodolfo Nin Novoa hayan viajado a la toma de posesión de Bolsonaro en Brasilia. Nada que criticar. Son el agua y el aceite, pero en vistas de que nos encontramos inmersos en sistemas democráticos, en que hay que tejer alianzas con todos sin importar ideologías, no caben los pataleos y caprichos infantiles. Eso sí, Cancillería intentó por todos los medios que Vázquez y Bolsonaro mantuvieran una reunión privada en la capital brasileña, pero la insistencia no surtió efecto.
De algún modo, el nuevo gobierno de Brasil le pasó factura por la oposición verbal de los miembros de la administración uruguaya. Que sirva como escarmiento y aprendizaje. Vázquez, al acudir a la asunción de su colega, transitó el camino opuesto a sus correligionarios y puso toda la mejor disposición para comenzar a recomponer las relaciones. El presidente se da cuenta que no queda otra. Por eso también mostró su mejor sonrisa para saludar a Bolsonaro y toda la afabilidad posible para mostrarse contento y cordial.
Otro punto para Vázquez en esto de congraciarse con el gobernante vecino, es que fue uno de los pocos jefes de Estado (un total de diez) que acudieron a ver cómo Michel Temer le traspasaba el poder al mandatario electo en el hemiciclo del Senado en Brasilia. Allí también se encontraban el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, el mandatario chileno Sebastián Piñera, el boliviano Evo Morales, el hondureño Juan Orlando Hernández, el paraguayo Mario Abdo Benítez y el peruano Martín Vizcarra. Y pocos más, un par de jefes de Estado europeo y dos africanos.
Los negocios hay que cuidarlos y no atravesamos precisamente una etapa positiva en el intercambio comercial con el gigante sudamericano. Brasil es, después de China, el principal cliente de Uruguay: el segundo destino general y el primero para lácteos, pescado, caucho, carne ovina, malta y cebada. Sin embargo, la consultora CSC señaló en agosto pasado que el vínculo comercial entre ambos países “no está pasando el mejor momento” y que el “déficit comercial” con ese país “se incrementa en 100 millones de dólares”, que para Uruguay es mucho dinero, mientras que a escala del Brasil son monedas de cambio. Esto también tiene que ver con la pérdida de competitividad que padece el país a raíz de los altos costos de producción, punto sobre el cual nadie parece reaccionar verdaderamente.
Antes de asumir el mando, Bolsonaro dijo que realizaría una primera gira por algunos países de la región, entre los que no incluyó a Uruguay. Por lo mismo de más arriba. No se trata de lamer las botas del presidente brasileño. Simplemente, es un asunto de inteligencia y tino. No hay necesidad, menos para nosotros que no somos nada en el contexto internacional, menoscabar las relaciones por un simple gusto.
Más aún cuando el gobierno se calla cobardemente frente a lo que sucede en Venezuela, un país que trae dolores de cabeza y cuyo presidente – dictador y secuaces se alejan cada vez más de la comunidad mundial. La rivalidad con los brasileños dejémosla para el fútbol, en los contextos deportivos en los que vamos a tratar de disminuir su jogo bonito. La política y las relaciones exteriores son otra historia. En el caso de Brasil, su fortuna también será la de Uruguay.