Responsabilidades por el ecosistema para llegar más allá de los enunciados

De acuerdo a un estudio divulgado hace pocas horas por la revista Science, la temperatura media de los océanos alcanzó en 2018 sus valores máximos, en un aumento que cada vez se produce de forma más rápida.
El artículo científico surgió de la pregunta “¿cómo de rápido se están calentando los océanos?” e indica a modo de parte de la respuesta que “los registros de observación sobre la temperatura de los océanos muestran que su calentamiento se está acelerando”.
Ahora, este desequilibrio en proceso podría tomarse en principio, para quien no conoce la problemática, como algo solo inherente al agua, pero cuesta poco inferir que las aguas simplemente son parte del escenario medioambiental, y por lo tanto, las causas deben buscarse en perspectiva global.
Así, tenemos que 2018 cerró como el año más caluroso para el conjunto de aguas del planeta y, por lo tanto, también de la Tierra, y para averiguarlo, los científicos utilizaron un nuevo sistema de medición, llamado Argo, que consta de una red de flotadores de observación autónomos que han registrado información durante 13 años.
Indica Science que este método se combinó con un trabajo paralelo para perfeccionar y mejorar los registros oceánicos anteriores y que ha permitido reconstruir las temperaturas de sus aguas desde 1960. El nuevo estudio, dirigido por Lijing Cheng, del Instituto de Física Atmosférica de la Academia China de Ciencias, destacó cómo al combinar los nuevos resultados y los anteriores se comprobó que no solo se están calentando los océanos de forma gradual, sino que ese proceso se acelera cada vez más.
Los océanos, recuerda el informe, son la principal memoria del cambio climático, ya que absorben aproximadamente el 93 % del desequilibrio energético de la Tierra, que se crea por el aumento de los gases contaminantes que determinadas actividades humanas desprenden a la atmósfera.
Además, este calentamiento contribuye al aumento del nivel del mar, intensifica la lluvia y genera tormentas más duraderas y más fuertes, como los huracanes Harvey en 2017 y Florence en 2018.
Si no se toman medidas, concluyen los investigadores, a partir del año 2080 los océanos se habrán calentado seis veces más de lo que lo han hecho en los pasados 60 años.
Ya situándonos en nuestras latitudes, a modo de acotación, es evidente que estamos asistiendo a una tropicalización del clima, con la salvedad de que en cuanto al proceso de cambio climático el período considerado es todavía muy corto como para afirmar que se está ante un hecho consumado.
Pero es una señal más entre muchas otras que se han venido dando a lo ancho y largo del globo, aún teniendo en cuenta que la comunidad científica no tiene una posición monolítica sobre el tema y hay quienes ponen en duda que estemos realmente ante una relación causa–consecuencia vinculada al cambio climático.
De todas formas, periódicamente se suceden foros y cumbres internacionales sobre cambio climático, para el tratamiento de una problemática que en mayor o menor medida puede ser de relativa importancia para el ciudadano común, inmerso en sus problemas cotidianos, en la búsqueda de mejorar su calidad de vida, y que por lo tanto se presenta como una perspectiva ya lejana y que entiende debe ser más bien cosa de estudios científicos macro y no de su situación y habitat.
Es cierto, estamos ante elementos que son muy difíciles de cuantificar e incluso de identificar, ante cambios que se procesan a largo plazo, y cuya influencia real en la vida humana aún no está determinada, pero sin dudas hay una conciencia global al respecto que va en incremento y que se traslada a estos foros.
El punto es que desde hace tiempo se está en camino de acordar y hacer cumplir acciones que puedan poner fin o por lo menos limitar el ritmo del cambio climático, cuya expresión más notoria es el denominado calentamiento global, pero que también registra variantes por zonas, con perspectivas de que se siga agravando en las próximas décadas.
Igualmente, una cosa es la convicción que tienen muchos de los integrantes de la comunidad científica y otra que haya unanimidad sobre las eventuales consecuencias y hasta causas, por lo que para poder acordar en las acciones es preciso a la vez coincidir en el diagnóstico y tener voluntad consensuada de llevar a cabo las acciones correctivas consecuentes, cuando están al alcance.
Desde el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), se ha alertado respecto a expresiones de algunos científicos y gobernantes que relativizan el fenómeno, señalan que todavía hay tiempo suficiente en cuanto a eventuales medidas para contener o demorar el cambio climático, que entre otras consecuencias provoca que se eleve el nivel de los mares, disminuyan los hielos y nieve de los glaciares y la temperatura de los océanos y de la atmósfera siga aumentando.
Es cierto que en todo el entramado de las negociaciones en torno al clima y la evolución de los cambios la sociedad civil es un elemento clave, pero no hay unanimidad de opiniones y de voluntad manifiesta para evaluar y acordar lo que se puede hacer en torno a esta problemática. De acuerdo al IPCC, la clave debe estar en enfocarse en las soluciones y no en el problema, creando un sentido de confianza, y sobre todo no debe minimizarse la seriedad y los impactos que tiene en la sociedad y en el planeta.
No es aventurado señalar, a todo esto, que dejar las cosas como están tendría efectos irreparables, al afectar el medio ambiente, la seguridad alimentaria y profundizar la pobreza, y se impone generar una participación más activa de grupos de interés como los gobiernos, el sector privado, los investigadores y los académicos.
Tampoco puede obviarse que en cuanto a responsabilidades, sin dudas la gran cuota corresponde a los países industrializados, que son los principales contaminantes por el volumen de actividad que desarrollan sobre todo en sus plantas fabriles, por la emanación de gases derivados de los procesos, aunque en mayor o menor medida todos los países y regiones del planeta tienen su cuota parte en la degradación del ecosistema y concretamente en el cambio climático. Incluyendo a los productores naturales de carne, como el Uruguay y otras naciones del Cono Sur latinoamericano, que contribuyen al problema con la emisión de metano y otros gases que provocan el daño ambiental. En cuanto a las respuestas, en su gran mayoría la comunidad científica estima que se debería recortar las emisiones de efecto invernadero entre un 40 y un 70 por ciento, para 2050, con la meta de que para finales del siglo la emisión llegue a cero, ya que de otra forma los efectos serán graves para el medio ambiente, la seguridad alimentaria y la economía.
El punto es que hay fuertes intereses económicos en juego, y que todo lo que se haga estará signado por el grado de influencia que se tenga sobre multinacionales y países, por lo que hay recelos y pedidos de garantías de que los compromisos se cumplirán por las respectivas partes y contrapartes, habida cuenta de que hay que repartir costos y beneficios, y los puntos no siempre están claros cuando hay quienes respetan lo acordado y quienes no, o lo hacen solo en una medida muy acotada.
Por lo tanto, sigue planteado en toda su magnitud el reto de asumir responsabilidades y actuar en consecuencia, sin quedarse solo en los enunciados, como en gran medida se hace, lamentablemente, por muchos de los involucrados.