Lo que dice esta campaña

Este año electoral promete ser exasperante y sobretodo, tedioso. El primer tramo del camino conducirá al 30 de junio y a cada paso se encuentran divisiones internas y fuertes mensajes a propios y ajenos.
Uno de los que habla claro es Jorge Larrañaga. Al precandidato sanducero le hubiese gustado contar con el apoyo de Luis Lacalle Pou en la recolección de firmas para su campaña “Vivir sin miedo” y reclama –cada vez que puede– mayor unidad en el partido. Sin embargo, los acuerdos aparecen en fechas cercanas a la primera vuelta electoral, cuando sobrevuela un “tufillo electoral de reparto de cargos”. Y por si queda alguna duda de sus renunciamientos, recuerda en una entrevista con Búsqueda: “Perdí en el 2009 y apoyé a Lacalle padre; perdí en el 2014 y apoyé a Lacalle hijo. Así que a mí que no me vengan a hablar de unidad del partido porque ya con ese cuento me tienen recontrapodrido. Así de claro: repodrido”.
Por su lado, para Lacalle Pou con los recursos que hay, ya alcanza para mejorar la seguridad ciudadana. El líder de Todos consideró que es entendible “que la gente quiera sacarse la rabia, demostrar su molestia, revelarse y lo ha hecho con la firma”. Pero, se desmarca de la iniciativa de su contrincante.
Y para que quede claro, ni Verónica Alonso ni Juan Sartori tienen el perfil que busca para su candidato a la vicepresidencia. Así lo hizo saber, por lo tanto, parece que apunta –nuevamente– para el mismo lado.
En el Partido de la Gente, hubo un quiebre que hasta ahora resuena con el cese de su vicepresidente, Guillermo Faccello, y uno de sus dirigentes con mayor visibilidad mediática, el exfiscal Gustavo Zubía, resolvió irse al Partido Colorado.
En el coloradismo, el expresidente Julio María Sanguinetti tenía muchas ganas de salir al ruedo y en principio le había manifestado su apoyo a Ernesto Talvi, quien no aceptó el hecho de tener que heredar el aparato político y electoral del exmandatario. Entonces resolvió lo que varios temían y en cuestión de días anunció su precandidatura con los resultados a la vista. Hoy lidera la interna con un 70 por ciento de intención de votos entre los colorados, con la mezcla de nuevos esquemas y viejas fórmulas que nunca fallan, pero con un aceitado mecanismo orientado a restarle votos a la izquierda.
En el Frente Amplio, el exintendente Daniel Martínez muestra claras ventajas en una interna partidaria que debió cambiar los figurines porque –de lo contrario– lo haría “la biología”, como lo dice el presidente Tabaré Vázquez.
Martínez cuenta con la habilidad de la sonrisa y de transformar su imagen hasta volverla pintoresca, como su llegada a la Intendencia de Montevideo en bicicleta. O la facilidad de colocar al imposible lenguaje técnico de un ingeniero eléctrico bajo un léxico común y silvestre. Pero siempre, con una sonrisa mediante.
Carolina Cosse tuvo que salir al ruedo luego de integrar directorios y un ministerio. Acostumbrada a otro perfil, debió bajar al llano y aunque no está acostumbrada a los discursos de campaña ni a pararse frente a una multitud –y se nota– representa la cuota de género que se reclama para todo desde la interna de su fuerza política.
Hay precandidatos que presentan menos entusiasmo en sus electores que otros y las reacciones para mover la aguja pasan por fijarse con lupa en lo que dice un opositor. Y responder.
Un ejemplo claro es Cosse, quien cada vez que habla Lacalle Pou le sale al cruce con la “motosierra”, una metáfora que usara su padre, Luis Lacalle Herrera, en la campaña electoral de 2009 para referirse a las políticas sociales del Frente Amplio. O Mario Bergara, quien se encuentra en el último lugar de las preferencias de votos entre los frenteamplista, pero habla del “hachazo” que plantea el nacionalista con su “shock de austeridad”. Se han fijado, incluso, hasta en su lugar de residencia de barrio privado, cuando integrantes de este gobierno tienen propiedades en lugares similares y de muy costoso valor, o manejan un importado que llega al país por pedidos especiales. Pero tanta artillería que apunta hacia el mismo lado, no quita el centro de las preocupaciones de un uruguayo de nivel medio, quien reclama por mayor seguridad ciudadana o por recuperar su empleo.
En este marco de circunstancias, el Partido Independiente hace lo que puede, y mientras las encuestas le marcan un escaso crecimiento en los últimos años, ha tratado de hacer alianzas e incluir a sectores que sólo le trajeron dolores de cabeza.
Porque en Uruguay, parece fácil creerse líder o con la proyección política suficiente como para sumar votos y promover estrategias a un electorado tranquilo y sin mayores reacciones como el nuestro. Y esto, que se ve en todos los partidos políticos y sectores, le ha salido bien a algunos, que incluso han logrado posicionarse desde un lugar de privilegio para hacer campaña.
Sin embargo, ha bajado el nivel de la política como ciencia y actitud para que el poder público tome las decisiones que necesita.
Y aunque no lleguemos a algunos ejemplos de la región, es notorio el descenso en la calidad argumentativa o en la ausencia de debates, donde se utilizan todo tipo de artilugios para no llegar a esa instancia.
En cualquier caso, se observa que todos están de acuerdo en los temas de fondo, pero miran de reojo el déficit fiscal que se encuentra planchado y muy probablemente sepan con certeza que no son temas triviales la reforma de un Estado grosero y mal acostumbrado a que lo rijan los sindicatos, porque si se tocan sus intereses, simplemente se para el país. Así como también deberán enfrentarse a una reforma de la seguridad social que ya no da para más y sin embargo, dejaron que pasara el tiempo. Pero a todo esto hay que decirlo y hay quienes no lograron desacartonarse porque la figura del precandidato claramente que no es lo suyo.
Y hay otros que no lo dicen porque deberán explicarlo con creces. No obstante, esta campaña dice mucho más de lo que parece y aunque haya precandidatos que apelan a sus programas de gobierno impresos o en la web, saben que una mayoría no los lee y aún votan por intuición, apego o fanatismo.
Lo importante es reconocer que lo fuerte no empezó todavía, pero promete ser más farragoso.