Solicitada

Sr. Director.
Lo molesto por este medio para contarle una desagradable situación que me tocó vivir el martes 4. Eran las 9 de la noche y tuve que salir por unos medicamentos hasta la Farmacia de Comepa. Circulaba en moto por Colón, a pocas cuadras de mi domicilio, y al llegar a la esquina con Batlle Berres aparece una camioneta “como bólido”. Imaginando el triste desenlace, apreté los frenos hasta más no poder. El señor la llevó frenando a su camioneta hasta que quedó prácticamente arriba de la vereda. Y cuando vi que era inevitable el encontronazo, atiné a entrecerrar los ojos, viendo que ya no había más por hacer y dije “choco”. Juro que en lo único que pensé en ese momento horrible fue en la gordita, que le dije antes de salir: “Mamá ya vuelve”. Y quedó esperándome con el papá.
El delivery (motocarro) que venía detrás se detuvo y el muchacho, muy bien, a preguntarme “¿cómo estás, cómo estás?” Mientras que el señor de la camioneta exploraba mi moto viendo los daños materiales. Una vez que constató a modo de “entendido” en el tema que el daño no había sido “mucha cosa”, y lo que menos hizo fue auxiliarme y ver cómo estaba yo, trataba de excusarse en la razón del “por qué se largó”, cuando yo tenía la preferencia, pues yo subía por calle Colón. Me dijo “mirá que yo te hice cambio de luces”, lo que no justifica para nada el “haberse largado” de la forma que lo hizo. Iba como si fuera por la ruta. Y lo que más me duele es el hecho de que a lo único que se dignó fue a anotar mi celular y se comprometió a llamarme al otro día (o sea miércoles 5). Aún sigo sentada esperando el supuesto llamado.
Gracias a Dios fue una desgracia con suerte, ya que traté de mantener la moto en pie hasta más no poder, yéndome con todo el cuerpo arriba, y pensé en la nena y dije “me mato acá”. Gracias al cielo la “saqué barata” porque de no ser así quizás hoy no le estaría escribiendo. Pero creo no era mi hora aún.
Se preguntarán por qué no le tomé la patente o el nombre. No, lamentablemente no. ¿Por qué? Porque confié, porque era tal el estado de nervios que creí en su palabra, creí y confié realmente que se pondría en contacto. Y repito que lo único que pensaba era en la gordita y en los remedios que había salido a buscar.
Aún así, con los pedazos de la moto seguí a la farmacia, llena de machucones y toda dolorida pero volví con lo que había ido a buscar, porque los necesitaba. Estarán diciendo que lo material va y viene, pero solo deseo a través de esta oportunidad que brinda el diario, de poder manifestarnos, pedir que este señor de boina en esa camioneta, aduciendo que iba rápido porque tenía que hacer un service y escudándose en que me hizo cambio de luces, esté leyendo estas líneas y por lo menos tenga la cortesía o decencia de comunicarse.
Puesto que tiene mi nombre y mi número de celular, y todavía me dijo: “¡qué nombre raro, Bellisa!” No sé si alguien en esa esquina estaba detrás de la ventana mirando el momento, y para que no lo tengan en las vueltas luego, alcanzó a ver la matrícula y se pueda comunicar conmigo, más que agradecida estaré.
Gracias al delivery por preguntarme cómo estaba. Fue el único. Hay gente buena y gente mala leche, cobarde que no da la cara y miente, por miedo a que le saquen económicamente todo. Y no es así. Al menos en este caso, no. Dicho a la uruguaya, la “saqué barata y hoy puedo contar el cuento”. Pero hay tantas personas que no. Ojalá el señor de boina haya podido cumplir con el service que iba a hacer, que era más importante que la vida de una mamá, así como yo también pude llegar a casa y ver la carita sonriente de mi gordita que quedó esperando a su mamá porque le había dicho “ya vuelvo, amor”.
Bellisa Chinazzo