La subestimación en los mensajes

Esta campaña electoral transcurre con escasas propuestas y con una ausencia notoria del debate de los grandes problemas que el país deberá no solo enfrentar, sino resolver en los próximos cinco años.
La disyuntiva estará entre la alternancia o la continuidad en el gobierno como nunca antes en los últimos 15 años. Pero lo cierto es que no hay discusiones de fondo que permitan comprender que el oficialismo o la oposición tienen las cosas claras. En ocasiones, la fórmula presidencial del Frente Amplio habla como si no estuviera en el gobierno desde hace 15 años y se remonta cada vez que puede a un discurso que ya debería estar fondeado. Por perimido y pesado.
Y porque no se ha dado cuenta –aún– que las generaciones cambian y es otro ciudadano con vivencias diferentes quien irá a votar en octubre con el poder de decisión de su voto. Ese ciudadano no tiene la mochila cargada ni con el pasado reciente, ni con la crisis del 2002, ni con la falsa oposición oligarquía-pueblo. Es el mismo que vive hace rato bajo otras realidades, bastante más globalizadas que el ombligo que serenamente se admiran nuestros veteranos políticos mientras el tiempo pasa.
Es, también, la generación nacida con el chip incluido de las nuevas tecnologías, regido por la inmediatez de la respuesta de datos y el bombardeo de la información. Sin embargo, el discurso sigue atrasado. Es la costumbre que tiene nuestra clase dirigente adulta mayor a dirigirse, siempre de igual forma, a públicos tan heterogéneos.
Es que falta poco más de dos meses y solo se escucha ruido. Porque las confusiones no provienen del electorado –que legítimamente puede tener dudas– sino desde el mensaje de los referentes políticos.
Hoy resulta asombroso que quienes estuvieron en altos cargos del gobierno hablen de tal manera que deba releerse el nombre del entrevistado. Que, por ejemplo, Raúl Sendic asegure que “podría escribir hasta un libro de los líos y de los manoseos” en su fuerza política, pero no lo hará “porque al único que beneficiaría es a la derecha y no tengo ganas de hacerle el favor”.
Con tamaño nivel instalado en el debate, probablemente no le hará el favor “a la derecha” pero alcanzará para sembrar certezas sobre decisiones adoptadas en 2017.
En realidad, su libro –que no escribirá– tiene altas posibilidades de llegar a best seller, si en sus memorias recuerda la gestión en Ancap, las referencias a los candidatos “heladera”, ser de izquierda y la corrupción, además de algunos detalles que nos quedan por saber sobre los negocios con Venezuela.
O bien, bluffea para posicionarse políticamente, algo que ciertamente está por demás equivocado. Al menos para él, que trata de enviar mensajes hacia la interna que nadie escucha, porque hace rato que quedaron sordos entre sí.
Y la falta de autocrítica que apunta un día sí y otro también a los medios de comunicación, cuando no han hecho otra cosa que utilizar esos mismos medios para contestarse entre ellos y resolver mediáticamente, las diferencias internas, porque el coraje parece que no alcanzara para mirarse a los ojos y decirse que se equivocaron en los temas cruciales.
Entonces hoy, ya en campaña, apunta a proteger la denominada “agenda de derechos” y, entre esos puntos, mencionan la despenalización del aborto.
Pero olvidan que debieron esperar hasta la presidencia de José Mujica para aprobar esta ley porque el entonces primer presidente de izquierda, Tabaré Vázquez, dijo que vetaría una ley de esas características. Claro que, cuando asumió el segundo mandato, debió dejar la iniciativa parlamentaria en todos sus términos porque una decisión contraria –incluso por principios– era nefasta para su propia imagen.
Entonces, nunca sabremos para quién hablan. Incluso en plena campaña, a ratos se comportan como si fueran oposición de su gobierno instalado desde hace tres períodos.
Como el nuevo jingle, presentado en la convención nacional de la fuerza política el sábado pasado, como una “ola esperanza” que al grito de “vamos a hacerlo mejor” que siembra dudas si será mejor que este presidente o que el anterior. Porque con el impulso de “la ilusión” se puede “soñar con ese lugar más justo al que queremos llegar”, como si el votante fuese a elegir por primera vez a un partido que nunca gobernó, tal como ocurrió en 2005.
Pero tal como lo dijo el exintendente de Montevideo y exsenador, Mariano Arana, “el poder va desgastando” y desgasta hasta a los mensajes.
La soberbia es mala consejera en cualquier aspecto de la vida, pero sus defectos se perpetúan en la vida pública de hombres y mujeres que no saben dónde están parados. Y ocurre con mayor asiduidad en la política porque así pierden gobiernos que después les cuesta retomar.
Más allá de logros y virtudes en la gobernanza, terminan en el laberinto que lleva al egocentrismo y olvidan que sus deberes son públicos.
La clase dirigente deberá leer con mucha atención la hoja de votación en noviembre –ante un eventual balotaje– y verán que no existe el lema de ningún partido político.
El ciudadano vota por una “fórmula”, con cargos definidos a la presidencia y vicepresidencia. Ese aspecto, sobre el cual deberán insistir en la comprensión lectora, deja de lado las diferencias para servir públicamente a todos con templanza y sentido republicano.
Intentar imponerse con una imagen que no es correcta y sentirse, en el fondo, que son como los viejos caudillos, no ayudará a ese relato.
La única herramienta que no puede perderse es el respeto. Hoy, con el exceso de subestimación en los mensajes dirigidos a la ciudadanía, faltan a ese decoro que es imprescindible para gobernar. Y es que cuando falta en personas acostumbradas a los cargos de gobierno, se nota mucho más.