Entre lo malo y lo peor, pocas esperanzas

Un síntoma de la gravedad de la crisis que atraviesa Argentina lo pauta el hecho de que el gobierno de Mauricio Macri en los últimos días ha intentado respuestas a la urgencia adoptando medidas de corte kirchnerista, con la diferencia de que en los gobiernos que lo antecedieron se entendía –y así le ha ido al país vecino– que esas eran las medidas de fondo más o menos permanentes que requería el país.
Pero por añadidura, ya Macri había adoptado acciones de neto cuño populista-kirchnerista tras las elecciones PASO, en las que sufrió un aplastante revés, pese a que en teoría se trate solo de elecciones primarias, al disponer subsidios y pagos extraordinarios por unos dos meses para “poner dinero en el bolsillo de la gente” y así hacer más llevadera la crisis.
Un dato que no resiste el menor análisis, porque el mandatario adoptó medidas en las que no cree y en las que no debería creer ninguna persona que más o menos tenga dos dedos de frente y busque sustentabilidad para la economía de su país. Pero es una realidad enmarcada en el reordenamiento partidario argentino, que ha determinado que la alternativa en las urnas sea elegir entre lo malo y lo peor, cualquiera sea el orden, porque los partidos mayoritarios y que aspiran a la Presidencia son el Frente de Todos –kirchnerista disfrazado con otros grupos peronistas afines–, y el macrismo, en tanto la tercera alternativa que se maneja por otros grupos peronistas no kirchneristas, prácticamente no tiene chance de poder ganar el 27 de octubre.
Lamentablemente para nuestros vecinos, la disyuntiva que se abre entre los protagonistas de la crisis actual y volver a lo anterior, con aquellos gobernantes que prácticamente saquearon la Argentina y mantuvieron más o menos contentos al pueblo con políticas asistencialistas a cuenta de déficit y endeudamiento. Fueron los que contrataron funcionarios públicos muy por encima de lo racional y elevaron el gasto público a lo indecible, establecieron el cepo cambiario y la restricción del comercio exterior con un control policial desde el Estado, pateando simplemente la pelota hacia adelante. Todo eso aparece como una historia de terror hecha realidad, y este es realmente el gran problema que enfrenta la Argentina.
Situándonos en la problemática de estas horas, producto de un gobierno que nunca ha encontrado el rumbo y pecó de extrema ingenuidad en cuanto a las acciones posibles para captar inversiones salvadoras –tras pisar durante su gestión una por una las trampas del campo minado que dejaron los Kirchner–, tenemos que el dólar operó con volatilidad en la primera jornada, luego de las restricciones cambiarias que anunció el domingo el Gobierno, y luego de una fuerte suba al inicio de la rueda, tuvo un retroceso en el mercado mayorista y los principales bancos.
El domingo el Banco Central de la Argentina lanzó una serie de restricciones tendientes a asegurar el abastecimiento de dólares a empresas y ahorristas, entre las que se destacó que las empresas exportadoras deberán liquidar las divisas producto de sus ventas en el país y que todas las compañías, no solo los bancos, tendrán que pedir autorización a la entidad monetaria para girar dinero al exterior.
Asimismo, se indicó que los clientes particulares podrán retirar o depositar la cantidad de dinero que deseen y comprar hasta U$S 10.000 por mes. Ese mismo monto será el que una persona podrá transferir al exterior en el mismo lapso. La entidad indicó además que tampoco habrá ningún impedimento al comercio exterior ni restricciones sobre viajes.
Ante los anuncios, y para llevar tranquilidad, también se anunció que por todo setiembre los bancos extenderán la atención al público hasta las 17.
En cuanto a las empresas, se dictaminó que los exportadores tendrán que vender las divisas fruto de sus exportaciones en el mercado local dentro de un máximo de cinco días hábiles después del cobro o 180 días después del permiso de embarque (15 días para las commodities).
Sin embargo, se explicó que “no hay restricciones para la importación o pago de deudas a su vencimiento”, pero que las empresas “no podrán comprar dólares para atesorar”.
Es decir, casi un cepo kirchnerista para intentar contener la demanda y fuga de los dólares de las reservas del Banco Central, porque cuando la histeria y el temor ganan los mercados, el ciudadano común responde con un “sálvese quien pueda” y ante la desconfianza hacia el peso –no porque sí, por cierto– el refugio natural es el dólar, y la demanda y la especulación hacen subir su precio. Es que en este razonamiento siempre es mejor tener un dólar al precio que sea bajo el colchón, que una moneda nacional que es devorada por la inflación, además del riesgo siempre vigente de que por la vía de los hechos se confisque ese dinero por el Estado cuando las papas queman.
¿Y cuál es el gran problema para que la Argentina salga de una crisis –es un decir– y caiga en otra aún peor? Pues sobre todo la falta de credibilidad no solo en sus gobernantes, sino al fin de cuentas en el libre juego de las instituciones que deben dar seguridad sobre la vigencia de la ley, el derecho y las reglas de juego claras. Son pocos los que creen y extienden una carta de crédito a este gobierno, y tampoco al kirchnerismo, que todo indica se prepara para acceder al poder con Alberto Fernández a la cabeza, pero con los votos –que los va a hacer valer llegado el momento– de la expresidenta Cristina Fernández atrás.
Ahora, incluso más allá de la confianza que al inicio de su gestión pudiera despertar o no Mauricio Macri, el volcar capitales de riesgo en la Argentina para reactivar la economía, como pide el mandatario, era como jugar a la ruleta rusa: ¿qué empresario en su sano juicio podría abordar algún proyecto de riesgo, más allá de su simpatía hacia el gobierno o el país, sabiendo que en el mejor de los casos, entre la elaboración del proyecto, su ejecución y el inicio del retorno de la inversión, podría encontrarse con que en breve podría volver el kirchnerismo o el peronismo más duro, como todo indica sería el caso ahora?”
Ese es el eterno dilema de nuestros hermanos de allende el río, reafirmado en que cuando faltan solo 60 días para las elecciones, ni siquiera se divisa alguna esperanza de cambio entre lo malo de hoy y lo peor o tan malo de ayer, un cóctel explosivo que potencia la inestabilidad y la desconfianza de los mercados.