Decisión que afecta el compromiso de lucha contra el cambio climático

Hace pocas horas el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, cumplió con lo prometido desde que era aún candidato a ocupar la Casa Blanca y notificó a las Naciones Unidas su decisión de abandonar el Acuerdo de París, un compromiso de casi 200 países contra la crisis climática.
El mandatario norteamericano además había adelantado su intención de romper con ese consenso ya el 1º de junio de 2017, pocos meses después de asumir y lo ha formalizado justo el primer día que le estaba permitido según las normas del pacto.
El punto es que teniendo en cuenta los plazos, la salida efectiva del acuerdo, sin embargo, no puede darse hasta noviembre de 2020, es decir, justo después de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, lo que deja una ventana de expectativa sobre lo que pueda ocurrir en caso de no ser reelecto.
El acuerdo, además de obligar a los firmantes a reducir emisiones, exige a los países desarrollados aportaciones de fondos para ayudar a las naciones pobres en la lucha por la ecología, una financiación climática a la que Estados Unidos también ha cerrado los aportes de recursos.
Hacia afuera, la Casa Blanca igualmente intenta transmitir una imagen más componedora como forma de enfrentar la avalancha de críticas que recibe por no preocuparse por la preservación medioambiental y en este sentido el secretario de Estado, Mike Pompeo, indicó que Washington sí está comprometido con la crisis climática, solo que a su ritmo, a su manera, en una definición que calificó como “realista”.
Subrayó que “hoy empezamos el proceso formal de retirada del Acuerdo de París. Estados Unidos está orgulloso de su trayectoria como líder mundial en la reducción de emisiones, impulsando la resistencia, el crecimiento de nuestra economía y asegurando el suministro de energía para nuestros ciudadanos”, y reivindicó el modelo “realista y pragmático” que en este sentido practica Estados Unidos.
Sin embargo, esta imagen que se intenta transmitir marca un agudo contraste y conlleva un retroceso en las políticas medioambientales impulsadas por la administración anterior, del expresidente demócrata Barack Obama, a la vez que ha dado marcha atrás en sucesivas órdenes y programas medioambientales impulsados por éste. Los expertos incluyen en este marco la eliminación a las protecciones de las perforaciones offshore (es decir, de parte de las aguas continentales para extraer petróleo), a la supresión de los controles de emisiones de metano en pozos de petróleo y gas, pasando por la rebaja de la protección de especies amenazadas, entre otros.
El punto es que por mayor consenso que se tenga en las grandes economías contaminantes del ecosistema, como así también por parte de países que sobreexplotan sus recursos naturales y hacen la vista gorda con tal de captar inversiones, tiene gran impacto que se retire del acuerdo nada menos que Estados Unidos, y por supuesto cuesta imaginar el éxito de este compromiso multilateral sin la implicación de la mayor economía del mundo.
Debe tenerse presente que 185 países lo han ratificado ya y han presentado planes de recorte de sus emisiones de gases de efecto invernadero, como especifica el pacto. Así, cada Gobierno adherido debe cumplir su parte en el sentido de que el aumento global de la temperatura no supere a finales de siglo el umbral de los dos grados respecto de los niveles preindustriales.
El compromiso no es fácil de cumplir, incluso si se tuviera el apoyo de Estados Unidos, si se tiene en cuenta por ejemplo que desde 2015, cuando se firmó el pacto de París, las emisiones globales igualmente han aumentado.
A partir de 2020, fecha en la que expira el Protocolo de Kioto, está especificado que las medidas de recorte de emisiones comprometidas por los estados firmantes del acuerdo se empiecen a aplicar, aunque debe tenerse presente que Estados Unidos ya se desmarcó de Kioto bajo la administración de George Bush hijo, anteponiendo salvaguardar su economía por encima de cualquier otra consideración, como hace ahora Donald Trump.
Claro que no es ese el pretexto que se expone en los foros para argumentar en favor de quedar al margen del acuerdo y se buscan chivos expiatorios por otro lado, empezando primero por cuestionar que efectivamente se esté bajo amenaza inminente del calentamiento global, como ha reafirmado una y otra vez Trump al poner en duda los vaticinios y cálculos de expertos de todo el mundo que dan cuenta de esta tendencia como irreversible en caso de no reducirse la emisión de los gases que propician el calentamiento por actividades industriales y otras acciones contaminantes por excelencia.
Trump incluso, como antesala de sus medidas proteccionistas contra el gigante asiático, a la vez de negar el cambio climático dijo que se trata de un “invento” de China para frenar el crecimiento económico de Estados Unidos, que es el segundo emisor global de gases de efectos invernadero. Posteriormente cambió en alguna medida el discurso, y justificó su decisión con argumentos económicos, asegurando que los requisitos establecidos para los estadounidenses, respecto a otros países, resultaban lesivos.
Aseguró que “este acuerdo tiene poco que ver con el clima y más con otros países sacando ventaja de Estados Unidos. Es un castigo para Estados Unidos. China puede subir sus emisiones, frente a las restricciones que nos hemos impuesto”.
A su vez en Estados Unidos no se la hacen fácil a Trump, primero, porque la salida efectiva de cualquier firmante solo puede tener lugar cuatro años después de su entrada en vigor, que comenzó en noviembre de 2016.
Eso deja el alejamiento real de Washington para después de las elecciones en ese país, por lo que un cambio en la Presidencia también puede dar lugar a una revisión de esta postura, mientras ya en la nación norteamericana varias ciudades y estados adhieren a la lucha contra el cambio climático, a contramano de la decisión presidencial.
En suma, es de esperar que sin jugarse todas las cartas ciegamente a que es indiscutible la marcha acelerada hacia el cambio climático, como pregonan muchos expertos –mientras otra parte de la comunidad científica lo pone en duda– tanto Estados Unidos como otros países reticentes en los hechos a adoptar medidas en esta dirección, se sumen a asumir sus responsabilidades en aras de la salud del planeta, más allá de los intereses económicos cortoplacistas que han primado, en el marco de una ponderación sensata del costo-beneficio, pero lejos de la postura extremista de Trump de que “el ecologismo está fuera de control”.