Turismo y patrimonio: ¿un matrimonio feliz?

Para los más puristas de la conservación patrimonial, no es una imagen feliz la de tener a una horda de personas desconocedoras de la riqueza que los rodea, pisoteando y toqueteando cosas a dos manos y sacándose selfies con el celular para subir a una red social. Es igual a vaciar de contenido a esos elementos patrimoniales. Lo ideal sería tener solamente un turismo instruido previamente, conocedor del lugar al que llega, que sepa apreciar debidamente lo que está visitando y por lo tanto atento a los parámetros bajo lo que debe desarrollar su visita. Pero esta situación no es compatible con la masividad necesaria para que la actividad turística logre la rentabilidad que requiere. Esto es válido tanto para un sitio patrimonial como para un área natural protegida, un museo, o una construcción famosa, como el Partenón, la torre Eiffel, la torre de Pisa y las pirámides de Egipto. Son lugares cuya fama mundial provoca que permanentemente estén sometidos a una carga de visitantes muy importante.
Ya cuando estuvo en Paysandú hace algunos años, el catalán Toni Puig nos sorprendió diciendo “¿queréis turismo?, os lo regalamos”, en alusión a los problemas que el exceso está provocando en Barcelona. La lista incluye el desplazamiento de la población local hacia la periferia a favor de los lugares destinados a arrendar a los visitantes que llegan a pasar sus vacaciones en la costa mediterránea, con el incremento de precios que se genera, lo mismo que en el costo de vida. Y ni hablemos de la invasión cultural que supone esa masividad.
Se ha acuñado incluso un término para referir a este fenómeno: la “turistificación”, que se emplea como sustantivo, y el verbo “turistificar”. “Se refieren al impacto que tiene para el residente de un barrio o ciudad el hecho de que los servicios, instalaciones y comercios pasen a orientarse y concebirse pensando más en el turista que en el ciudadano que vive en ellos permanentemente”, explica la web de Fundeu, Fundación del Español Urgente.
Estos riesgos han sido advertidos a escala mundial hace ya algún tiempo, e incluso han motivado reuniones al más alto nivel internacional, involucrando a los organismos de Naciones Unidad para la Cultura (Unesco) y el Turismo (OMT) en el que se trabajó en proponer y fomentar un nuevo relacionamiento entre ambos, como fue justamente el título de la conferencia celebrada en Camboya, en el año 2015.
En parte de la declaración emanada de ese ámbito se advierte que en general los dos sectores (Turismo y Cultura) operan bajo estructuras administrativas y gubernamentales diferentes, desconectadas o pobremente coordinadas, lo que dificulta la planificación y el despliegue de políticas en común. Esto, señalan, es una debilidad frente al crecimiento sin precedentes que el turismo ha tenido a escala mundial y requiere la asunción de responsabilidades.
Expresaban también que es necesario que el turismo entienda que debe valorar y proteger las características sociales y económicas, así como la sustentabilidad ambiental de cada nación, por más que no deja de reconocer la relevancia de la actividad en el desarrollo económico, como a través del impulso de la actividad cultural, gastronómica y las industrias creativas locales.
“El turismo cultural tiene el potencial de contribuir al desarrollo cultural, crecimiento y rejuvenecimiento de las áreas urbanas y ciudades históricas”, manifestaron.
Esa declaración culmina con una serie de reafirmaciones, como la de “construir nuevos modelos de entendimiento entre turismo y cultura”, en busca de una mayor integración, reduciendo las barreras entre ambos desde el nivel internacional hasta la planificación local, a efectos instrumentar políticas y prácticas que redunden en beneficios comunes. También reafirman la idea de promocionar y proteger el patrimonio cultural, procurando que la cadena de experiencias turísticas incluya el mayor conocimiento, a través de la comunicación, de los valores históricos y patrimoniales de cada lugar, pero especialmente teniendo en consideración las aspiraciones de las comunidades locales acerca de la gestión y conservación de sus valores culturales. Y prosigue con una lista de recomendaciones.
Quizás pueda pensarse que en Paysandú el turismo no tiene una relevancia tal como para que estemos atentos a este tipo de recomendaciones y a lo que está ocurriendo en el mundo, sin embargo bien patente es que se ha invertido mucho en el impulso a la actividad turística, desarrollando infraestructura y acciones promocionales que –eventualmente– van a generar determinada circulación de público. De hecho ya hay un impacto, tal vez no en grandes números aún, pero han surgido iniciativas que ocupan un espacio en el mercado, es decir, Paysandú es una opción que cada vez más gente toma para salir a conocer.
Estas iniciativas –Luna Llena en el Palmar, travesías en bicicletas, canoas y kayak, ideas de senderismo relacionadas con el Artiguismo, La Defensa, los Charrúas, regatas de veleros, vuelos en parapente–, por el momento, son desarrolladas por las comunidades locales y en general están muy alineadas con las preocupaciones que Unesco y OMT pusieron de manifiesto en su declaración, pero no podemos obviar que una vez vista la oportunidad de negocio, puedan aparecer otras propuestas menos preocupadas por tener los mismos cuidados.
También existe un turismo más difícil de controlar a través de las empresas, y que tienen un impacto potencial muy grande en el medio ambiente; por ejemplo el de la pesca, la caza o los campamentos, que además del efecto depredatorio agrega contaminación y destrucción de monte natural, entre otros riesgos, aún cuando ocurra a pequeña escala.
Por eso, dado que aún estamos en una fase incipiente, es posible llevar a cabo una planificación, de forma que quien llegue, lo haga sabiendo los valores naturales y patrimoniales de los que estará rodeado y pueda acompañar y ayudar a protegerlos.
El otro motivo de esta columna es que todos somos turistas y, por tanto, debemos tener el mismo celo por los lugares que visitamos que el que esperamos de quienes llegan.