Un debate que ¿movió la aguja?

Podría decirse, para recoger una impresión ajustada al debate sin entrar en subjetivismos influenciados por simpatías político-partidarias, que el intercambio transmitido por cadena nacional entre los dos candidatos que participan en el balotaje, Luis Lacalle Pou y Daniel Martínez, no dejó claros vencidos ni vencedores, más allá de las simpatías o preferencias particulares.
Fueron cuatro bloques, con una exposición inicial de dos minutos y un mensaje final de 90 segundos para cada candidato, y en una primera evaluación sobre las alternativas del intercambio, podríamos decir que como en todas las cosas de la vida, nada es completamente abstracto, y el contexto indica que quien tenía que dar un golpe de timón decisivo en este tramo de la campaña electoral era el candidato oficialista, teniendo en cuenta que todas las encuestas lo dan entre cinco y siete puntos por detrás del candidato de la oposición multicolor.
Es cierto, en torno a estos debates se forman “hinchadas” que cierran los ojos y solo ven lo positivo de su preferido y cuestionan todo aquello que sale de la boca de su oponente, pero el punto es que no son estos grupos alineados los que definen las elecciones, sino aquellos ciudadanos sin fidelidad política que pueden optar libremente entre uno u otro, no están involucrados directamente y pueden además simpatizar con partidos que no participan en este partido de dos, que es la segunda vuelta electoral.
Como novedad, más allá de que durante más de dos décadas no hubo debates presidenciales en el Uruguay, tenemos que se ha tratado del primer debate establecido por ley, y en comparación con el primer intercambio, más esquemático y más ajustado a espacios esquemáticos inamovibles, hubo confrontación directa –primaron igualmente las exposiciones de cada uno– que rompieron la monotonía propia del diálogo de sordos, aunque cada candidato dejó pasar preguntas y planteos del adversario, cuando no le convenía a sus intereses y zafó desviando los planteos hacia otro lado, sin acusar recibo.
En el plano anecdótico, evidentemente el frío apretón de manos del final, que contrastó con el abrazo final del debate de octubre, revela que ya la relación bilateral, producto de la campaña se ha ido deteriorando, e incluso Martínez desde el inicio, en su exposición-presentación se centró en contar la historia de su vida, de su estudio, su autorrelato de lucha contra la dictadura y trabajo, hasta llegar a transformarse en un “empresario exitoso” y tratar de dejar a Lacalle Pou como prototipo de una vida fácil, sin esfuerzo propio.
Por supuesto, es un recurso dialéctico y para tratar de llegar a determinadas capas de la población que se sienta representada, lo que no tiene nada que ver con la capacidad de gestión ni de conducir un país, mucho menos cuando dijo que aludiendo a la crisis de 2001-2002, Lacalle no estaba en el “millón de pobres” –dando ese número como supuestamente cierto– que tenía el país, olvidando mencionar que él tampoco estaba en ese millón, naturalmente.
Uno de los ejes del candidato de la coalición multicolor fue de tratar llevar a Martínez a reconocer los errores de la gestión del Frente Amplio, lo que hizo repetidas veces, a lo que el candidato oficialista respondió con generalidades, aduciendo que se ha hecho muchas cosas bien y lo que lo que no salió como se quería hacer va a tratar de hacerlo mejor, a la vez que apostó por marcar las cifras negativas en economía y empleo con que asumió la coalición de izquierda en 2005, y los avances que considera se han dado en estos quince años de gobierno del Frente Amplio.
En los cuatro bloques, Lacalle Pou preguntó insistentemente a Martínez sobre los errores de los gobiernos del Frente Amplio, en particular en materia de inversiones, seguridad pública y educación, como el puerto de aguas profundas en Rocha que nunca se concretó, o el haber mantenido a Eduardo Bonomi como ministro del Interior y a María Julia Muñoz en Educación y Cultura, además de que el Frente Amplio aumentó impuestos pese a que había prometido no hacerlo.
En el caso de la seguridad, subrayó que el actual gobierno de Tabaré Vázquez no logró cumplir con su promesa de bajar un 30% los hurtos y las rapiñas y subrayó que “el Frente Amplio tiene un problema ideológico con la seguridad pública, por eso no la soluciona”.
También Martínez pasó en cierto momento a la ofensiva cuando recordó casos de corrupción durante el gobierno del Partido Nacional, mencionando en particular Focoex y el Banco Pan de Azúcar, lo que generó la réplica de Lacalle en el sentido de que “¡mirá que ustedes están hasta las manos!”, aludiendo al tema Ancap, Fondes, Pluna, ASSE, Casinos, negocios con Venezuela, etcétera.
Martínez defendió en todo momento la gestión del Frente Amplio, con la salvedad de que habló de “corregir” y buscar “hacerlo mejor”, en tanto Lacalle cuestionó medidas y políticas de gobierno centradas solo en lo ideológico, señalando la falta de credibilidad ante las promesas de reducir un déficit fiscal que en cambio ha seguido subiendo.
Otras perlas incluyeron el cuestionamiento de Lacalle Pou a los “negocios” con Venezuela durante los gobiernos del Frente Amplio, y dijo que eso “nos amordazó” para condenar la “dictadura” de Nicolás Maduro, en tanto Martínez respondió con el caso de un campo en Paysandú que explotaba el senador blanco Alvaro Delgado, del Instituto Nacional de Colonización. En este tema, Martínez dijo que la justicia “recuperó” ese campo porque Delgado no cumplía con las condiciones para ser colono. “Eso no es verdad”, dijo Lacalle Pou, y según se supo la discusión siguió después que se apagaron las cámaras.
En el tema seguridad, Lacalle se ocupó de plantear la liberación masiva de presos en el primer gobierno del Frente Amplio, mantener a Eduardo Bonomi como ministro del Interior, y el negarse a “aumentar las penas para los violadores”, que fue uno de los cuestionamientos de Lacalle Pou a Martínez, quien a la vez dijo que el programa de gobierno del Frente Amplio no lo mandata, sino que solo recomienda, y que lo que vale es lo que él disponga en caso de ejercer la Presidencia.
En Este sentido el candidato oficialista sin dudas lanzó una bomba a la interna del Frente Amplio, que se ha ocupado de machacar sistemáticamente con que tiene un programa único a seguir, con certezas, donde el candidato no es determinante y ahora resulta que su aspirante a presidente dijo que va a tomar lo que le parezca bien y dejar de lado lo que no.
Se comprometió a que no aumentará los impuestos, pese a lo que dice el programa del Frente Amplio de que se estudiarán cambios al IRPF y se promoverá un impuesto a las grandes herencias.
En propuestas, ambos candidatos en realidad reafirmaron lo que han manifestado una y otra vez en la campaña electoral y en entrevistas, sin grandes novedades ni sorpresas, como podía esperarse, más allá de algún intento de golpe de efecto para dejar al otro en blanco, pero sin grandes aportes ni contundencia evidente como para llegar al “nocáut”.
Para el soberano, para el indeciso, los insumos para la toma de decisiones no han sido muchos, por lo tanto, pero tal vez –y solo tal vez– como ocurre en el balotaje, el dilema del elector no es tanto a quién quiere para presidente, sino a quién o a quiénes no quiere gobernando el país; y aquí sí se podría mover la aguja en forma decisiva, aunque por ahora no se sabe hacia qué lado.