El fin de las vacas gordas

Las estadísticas oficiales relacionadas al empleo y desempleo en Uruguay suelen darse de bruces con la realidad. Y principalmente si las cifras refieren al Interior o, peor aún, si se refieren a la situación que se da más al norte del territorio nacional.
El viernes pasado, el Instituto Nacional de Estadística estimó que la tasa de desempleo se encuentra en 8,8% o siete décimas por debajo, en comparación con el mes de setiembre, pero es 0,2% superior al mismo mes del año pasado. Hay mayor desempleo en las mujeres (11,1%) que en los hombres (6,8%).
Sin embargo, subyace la brusca caída en la cantidad de puestos de trabajo, si se compara con octubre de 2018.
Es importante recordar que la tasa de empleo es la relación existente entre las personas que tienen trabajo con la cantidad de personas en edad de trabajo. Y ese indicador cayó casi un punto porcentual y se encuentra en 56,5%, con relación al mismo mes pero hace un año.
En números, puede calcularse la pérdida de unos 13.000 puestos de trabajo que no se recuperaron en ese período. De acuerdo al INE, la tasa de actividad que compara la población económicamente activa con la población en edad de trabajar fue de 62%, o 0,8% por debajo que hace un año. El panorama, complicado, confirma la tendencia del deterioro que muestra en el último quinquenio y de manera progresiva.
Por otro lado, a pesar de una mejora en los registros, aún existe un núcleo duro de trabajadores en la informalidad que no ingresa en el BPS. A nivel general es de un 25,8%, pero entre las personas de 18 a 29 años, supera el promedio y asciende al 31%. Es decir que uno de cada tres jóvenes, trabaja en negro en el país, mientras que el desempleo en esa franja etaria se encuentra en 22%.
La última Encuesta Continua de Hogares, correspondiente a 2017, señalaba que el 60,9% de los jóvenes en esa edad son trabajadores y representa el 22,5% del total de ocupados. Incluso, casi el 50% de los jóvenes trabajadores entre 18 y 22 años tienen previsto cambiar de trabajo ante estas circunstancias, en tanto provienen de niveles socio-económicos bajos.
En cuanto a las cifras correspondientes a octubre de 2019, surge que los subempleados representan al 10% de los empleados. Pero los analistas son aún más duros. O realistas.
La consultora Deloitte calcula que a nivel nacional, superan las 340.000 personas con problemas de empleo. Y eso es cerca del 20% de la población del país. Es, además, claramente superior a las 167.000 que, según los números oficiales, buscan trabajo pero no encuentran. Además, son cifras parecidas al 2007, cuando en el país no se habían instalado determinadas inversiones. Es decir que, la demanda superó la oferta y el empleo no se reactivó en el último período, sino que el deterioro ha transversalizado a distintos sectores de la producción.
En cualquier caso, el desempleo baja por las personas que dejaron de buscar trabajo y, técnicamente, no son desempleados. Lo interesante de los relevamientos oficiales es que cuando hablan de la Tasa de empleo, no mencionan la calidad del trabajo, como por ejemplo los contratos temporales o por pocas horas diarias.
Y, si tomáramos en cuenta este panorama como otra de las tantas cifras que se ponen sobre la mesa en estos momentos de transición, también el desempleo es alto en relación a las administraciones anteriores. En su primer gobierno, Tabaré Vázquez entregaba a José Mujica un país con 7,7% de desempleo y un déficit de 1,6% del PBI, Mujica le devolvió a Vázquez con un mayor déficit fiscal (3,5%) pero con 6,6% de desempleo. Vázquez transita este final con un déficit que ronda el 5% y un desempleo de 8,8%.
Estos aspectos que influyen en el mundo del trabajo y en la calidad del empleo, se relacionan estrictamente con el tipo de inversiones y la política comercial que ejercerán en la región, una vez instalados los gobiernos. El recientemente asumido Alberto Fernández, en Argentina, no se ha mostrado afín al presidente electo Lacalle Pou, en tanto este último bregó por una región abierta.
A nivel global, el comercio mundial se encuentra en retroceso y resulta un panorama negativo para el país. La recesión económica no sostiene el estado de bienestar. Esta coyuntura la terminan sufriendo tanto comerciantes e industriales con pequeñas y medianas empresas, que sostienen la presión fiscal en un país con grandes dificultades para competir. Con niveles de desempleo parecidos al 2007 y con inversiones similares al 2005, no parece difícil de comprender la existencia de un escenario restrictivo que influye en todos lados, pero particularmente en el empleo.
Es que nada crece sin reformas estructurales que abarcan la gestión de las empresas, mejora del gasto público, predisposición al ahorro y una visión abierta a los mercados.
En forma paralela, ningún gobernante puede ignorar que los resultados en la educación, tienen incidencia directa sobre la preparación del capital humano que después solicitarán las empresas. Por otra parte, el avance sostenido de la tecnología aplicada al trabajo, con la robotización de los procesos productivos nos interpela porque el país sigue educando para que una de cada dos personas sean fácilmente sustituidas por la automatización.
El panorama no es alentador porque, sin cambios previstos en el horizonte, iremos inexorablemente a un deterioro en la calidad de vida de los uruguayos. Los tiempos de vacas gordas se terminaron, y difícilmente volveremos a ver otros así en los próximos años.