Doce años del deterioro

El Instituto Nacional de Estadística (INE) presentó el viernes los datos de empleo y desocupación, cerrados a 2019 y no es otra cosa que la confirmación de más de una década de deterioro del mercado laboral. El año pasado quedó entre los peores registros desde 2007 –cuando el país salía de una crisis económica– y completaron cinco años consecutivos de pérdidas de puestos de trabajo. Por ejemplo, según el INE, solo el año pasado hubo 14.300 ocupados menos que 2018. Por eso, en el promedio anual, en el último quinquenio fueron destruidos 61.300 empleos.
Hoy, en el país, hay 157.900 uruguayos mayores de 14 años que buscan un trabajo, pero no lo encuentran. Y la brecha de las dificultades persiste sobre la población femenina, porque la tasa de desocupación entre las mujeres aumenta a 10,7% frente a los varones. Además, esa diferencia se sostiene entre Montevideo e Interior.
Tampoco hubo avances para los jóvenes porque el 27,7% de los menores de 24 años no pudo acceder a un trabajo. Y esto significa que más de uno de cada cuatro jóvenes no lo consigue. Y, nuevamente, empeora la situación si son mujeres jóvenes porque la cifra de desempleo se eleva a 32,8%, o una de cada tres.
En la estadística se observa que los indicadores no pueden compararse por trimestres, en tanto varían según el momento el año. Las zafras y sus especificidades, impulsan los niveles de productividad, pero no es el resultado de una mejora o empeoramiento de la situación laboral del país.
Por otro lado, es posible reconocer que el desempleo juvenil es un problema en América Latina, sin embargo, las cifras son preocupantes en Uruguay. Y si las explicaciones van por el lado de la multicausalidad, está bien, pero los resultados del sistema educativo y la formación de esta población aportan algo de explicación a un problema que no pudo solucionarse en los últimos doce años, es decir desde 2007.
Diariamente se constatan solicitudes de personal que, incluso, son compartidas en las redes sociales. Pero existen reservas al momento de resolver la contratación de un recurso humano sin experiencia o, al menos, sin formación. Porque también los desajustes se ven allí: la habilidades que demanda el mundo del trabajo hoy, no necesariamente están expuestas en las ofertas. Y, así, el impacto se mantiene.
Luego de conocer los indicadores oficiales, el futuro ministro de Trabajo y Seguridad Social, Pablo Mieres, escribió en Twitter que “cada vez es más evidente la gravedad de la situación del empleo y, en particular con relación a los jóvenes. Razón de más para ratificar que es la prioridad número 1 de nuestra gestión en el MTSS”.
No obstante, el incremento salarial deberá adecuarse al Producto Bruto Interno a fin de no complicar aún más el panorama. Es que el tironeo existente entre salario y empleo refleja las antipatías que presenta el escenario para el próximo equipo de gobierno.
En cualquier caso, no bajó el PBI sino los empleos, y ahora deberá retomarse el crecimiento que tampoco ha sido posible por el déficit fiscal cercano al 5%.
La consultora CPA Ferrere analizó que la población desalentada o que deja de buscar trabajo y la subempleada, con menos de 40 horas y el deseo de trabajar más (o también llamado desempleo ampliado) creció 2 p.p el año pasado y subió a 18% de la Población Económicamente Activa (PEA).
En forma paralela, baja la demanda laboral 15% en comparación a 2018. Una economía que crece poco y la incertidumbre ante un gobierno que no asumió, explica el descenso en algunos rubros específicos.
Y así como la incapacidad para crear nuevos puestos de trabajo profundizó la brecha y abonó el deterioro; también una economía estancada desde hace años implicó una caída en el salario real por primera vez en los últimos tres gobiernos.
Por eso la próxima administración deberá tomar un hierro candente que presenta complejidades en varias aristas. Porque a la destrucción de puestos de empleo, deterioro económico y pérdida de poder de compra, deberá sumarse una baja rentabilidad e inversión de las empresas. Y ningún panorama está claro si todos los años, tal como ha ocurrido, se pierden puestos de trabajo o los índices persisten bajo el estancamiento.
Incluso, como ya lo hemos repetido, los guarismos de desempleo no son más altos porque existe otro porcentaje de personas que dejó de buscar trabajo. El desafío será la generación de nuevos puestos y esperar a notar la influencia que tendrá esa demanda ante la posibilidad de ver nuevamente en la calle a quienes hoy están desesperanzados.
Pero, para todos los casos, hace falta el crecimiento económico. Que vendrá de la mano de las oportunidades generadas para mejorar la competitividad y productividad, ante un dólar que permanece bajo. Y que, justo es decirlo, son factores de malestar social aunque aún no hemos caído en la cuenta de lo que significa, en un país como el nuestro, la destrucción de miles de puestos laborales.
A modo de resumen del período pasado, se observó un déficit alto que no pudo contenerse, una inflación por encima del rango meta, falta de inversiones públicas y privadas y, por ende, un impulso en las cifras de desempleo.
El manejo de las cuentas públicas, atraerá contraindicaciones y deberá explicarse a la opinión pública si el déficit será solucionado solo con el ahorro de los 900 millones de dólares anunciados por el presidente electo Luis Lacalle Pou, o deberán incrementar los impuestos.
En el último caso, implicará –también– un aumento impositivo para las empresas que ya abordan el riesgo desde el último quinquenio. El costo será el mismo que ahora: la inversión continuará en franco deterioro al igual que el empleo. Y, como hemos visto, el sector privado pagará las consecuencias sin “mover la aguja” de las finanzas públicas.
Y estos, sin dudas, fueron temas que transformaron el clima del electorado y abrieron las puertas a un cambio de gobierno. A pesar de que un reajuste de esta situación no arrojará resultados positivos inmediatos, las respuestas deberán ser claras y firmes. Para evitar lo que ya ocurrió con otros gobiernos de la región y para no perder el capital político.