El cuerpo se vuelve un gran oído

Gabriela Daglio, amenizadora y encargada del gong, rodeada del numeroso público que se acercó al espacio Gobbi.

El gong es un instrumento musical originario de China, que luego de ser introducido en Europa en el siglo XVIII, llegó a utilizarse en la orquestación de obras del área culta. Se trata de un gran disco metálico de espesor variable que se toca golpeándolo con un mazo y que produce sonidos secos típicos de la percusión, y climas envolventes que anclan en las vibraciones generadas por su oscilación.
En presencia de esos armónicos y en consonancia con la modalidad del golpe aplicado sobre el disco, se tiene la sensación de una niebla que toma el ambiente, o de una tormenta con fuertes vientos que se avecinan, o de una lluvia finísima que cae y baña.
De ahí tal vez el título “Baño de Gong”, para denominar una actividad terapéutica colectiva como la realizada en el Espacio Cultural Gobbi, a través de la cual puede conseguirse un estado de profunda relajación, que contribuye a la curación física, mental y emocional del cuerpo.
Desbordado el lugar por la cantidad de público de todas las edades que se dio cita para participar en algo nuevo, y quedó apretada allí, casi sin espacio donde acomodar los cuerpos acostados sobre el suelo. Con el auxilio de acolchados u otros elementos similares, los ojos cerrados, las luces apagadas y un cierto aroma a incienso, el ritual consistía en dejarse llevar por el sonido central del gong, salpicado a veces por los timbres de otros instrumentos como el palo de agua, algo parecido a un diapasón, y acaso, una cortina de tubos metálicos entrechocándose.
Gabriela Daglio, la encargada de tocar el gong, dijo dando inicio al evento, que la cantidad de público presente superaba sus expectativas y que solo correspondía agradecer que tantos estuvieran allí, que se hubieran animado a experimentar, y se dieran permiso para conocer algo nuevo “que a veces es un poco dificil porque da miedo”.
“La idea sería que estuviesen todos acostados pero obviamente, si no es posible porque el lugar quedó chico, a los que están sentados los invito primero que nada a tratar de dejar un poco la mente, de no mirar, de tratar de hacerlo para adentro. Es una terapia de sonido que lleva a una relajación muy profunda, por eso está bueno también entregarse, sentir, dejarse llevar por el sonido, por lo que se siente”, sugirió la tocadora de gong.
“Los pensamientos vienen como siempre, nuestra mente es difícil de apagar, pero en un rato el gong nos va llevando y cuando queremos acordar, estamos en otro lado, o nos puede dar lugar a que se apague la mente consciente y que el inconsciente hable. Si alguien siente algún tipo de incomodidad –un dolor de panza, si se le duerme la mano o el pie– lo mejor es respirar un poco profundo y dejarlo ir, porque es algo que se está manifestando y es algo que está queriendo salir y hay que tomarlo como eso, como una energía que ya no nos sirve y que se manifiesta de alguna manera para ya no estar en nosotros”, aseguró Daglio antes de dar por iniciada la sesión.
Y claro que una cosa era estar metido en la terapia y otra observarla desde afuera. En ese otro lugar, llamó la atención la potencialidad del gong para generar casi una sinfonía de la paz y el desasosiego, apelando a las variaciones de intensidad, al brillo de los crescendos y al desplazamiento de la fuente sonora, y procediendo en ocasiones, como base del protagonismo de otros sonidos, o como melodía dilatada.