Las opciones para el día después

Aunque los ejercicios de futurología conllevan sus riesgos adicionales ante la imprevisibilidad de numerosos factores como los que hoy están en juego, hay economistas que consideran que el orden económico mundial y las relaciones entre países no van a ser las mismas en la era post coronavirus, por lo que se evolucionaría hacia un incremento sustancial del proteccionismo y se potenciaría el ejemplo de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, impulsada por el presidente Donald Trump.
Otros analistas, a su vez, entienden que al fin y al cabo se aprenderán lecciones y aunque la globalización pueda verse de alguna manera amenazada o atenuada, lentamente las aguas volverán a su cauce con el tiempo y en unos dos años pocos se acordarán de la amenaza del virus.
En cambio, la mayor parte está en la postura de ni tanto ni tan poco, pero en todos los casos con la incertidumbre de un escenario impredecible, ante la ausencia de antecedentes más o menos similares a los elementos de juicio que tenemos hoy.
Por lo pronto, sí tenemos evaluaciones o previsiones ajustadas por organismos internacionales, como las de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que indican que el comercio global caerá entre un 13 y un 32 por ciento en 2020, por la perturbación de la actividad económica causada por la pandemia, con la salvedad de que se estima que en 2021 habría un “rebote” de entre el 21,3 y el 24 por ciento.
Según el informe de perspectivas publicado por la organización, presentado por el director general de la OMC, Roberto Azevedo, se plantea primero un escenario optimista en el que los intercambios bajarían un 13 por ciento este año y aumentarían un 21,3 el año próximo, por lo que el comercio regresaría a niveles de 2019.
A ello se contrapone la visión “pesimista” en el sentido de que la crisis sanitaria se prolongue o sus consecuencias se magnifiquen, lo que supondría un desplome del comercio del 32 por ciento en 2020 y que le seguiría una recuperación del 24 por ciento en 2021, lo que no haría que los intercambios volvieran a los niveles previos a la crisis.
En la visión del jerarca de la OMC, para que el mejor de los estos dos escenarios se concrete, es necesario que los gobiernos afectados se aseguren de poner en marcha estímulos monetarios y fiscales, en tanto el complemento indispensable para esta visión es que se pueda lograr un rápido y eficaz control de la pandemia, sin las segundas o terceras oleadas del coronavirus que temen algunos epidemiólogos, desde que este factor sería un elemento perturbador de la recuperación.
A su juicio, si todos los países colaboran “veremos una recuperación mucho más rápida que si cada uno actúa por su cuenta”, en tanto paralelamente el informe evalúa que es fundamental que los mercados se mantengan abiertos y sean previsibles, a la vez que “si los países colaboran veremos una recuperación mucho mas rápida que si cada uno actúa por su cuenta”.
El informe señala a su vez que todo indica que el descenso de los intercambios mundiales será probablemente mayor que el que produjo la crisis financiera del año 2008 y 2009, comparable a la gran depresión de 1929. Aunque con la salvedad de que, por tratarse de una crisis sanitaria, las bases financieras del sistema no están tan afectadas, por lo que “teóricamente será más fácil reconectar la máquina a la fuente de energía y regresar a los números anteriores en uno o dos años”.
Pero un punto a tener en cuenta es que situarnos en uno o dos años en números similares a los de 2019 en el ámbito global es en sí un retroceso, porque se pierden dos años de crecimiento. Naturalmente, por tratarse de un escenario global, cada país tiene una realidad diferente en este esquema y su consecuente reinserción no implica plazos y condiciones similares.
Y esta reinserción varía desde naciones con una amplia espalda financiera, como Estados Unidos, que ha comprometido volcar a la economía nada menos que el 20 por ciento de su Producto Bruto Interno anual –decenas de miles de millones de dólares– lo que le permitirá “bancar” a las empresas en crisis y recuperar millones de empleos perdidos.
Otra cosa muy distinta se plantea para países subdesarrollados como Uruguay, que no solo no tiene espalda financiera sino que arrastra un fuerte déficit fiscal desde el gobierno anterior. No estamos en el último lugar de la lista, porque hay peores, como Argentina, que encima del déficit no tiene posibilidades de tomar deuda y por lo tanto la única alternativa para la cuarentena que impuso el gobierno de Alberto Fernández es la de inundar la plaza a través de pagos con billetes recién salidos de la máquina de imprimir.
En un sin fin de situaciones intermedias, además, es impensable una recuperación económica global sin líneas de crédito especiales de los organismos internacionales, una especie de Plan Marshall que debería regularse adecuadamente, con plazos y tasas de retorno generosas, para que el mundo pueda recuperarse más aceleradamente y generar viabilidad a muchas economías que quedarán poco menos que en el CTI.
Un plan que debería estarse analizando desde ya, por más que no haya plazos ni certidumbre sobre cuándo estaríamos en el camino del fin de la pandemia, porque no se puede responder con medias tintas al cierre generalizado de fábricas, pérdidas de empleos y caída de la riqueza y calidad de vida.
Mucho menos cuando los ingresos de los trabajadores vulnerables en los sistemas de desarrollo con sistemas frágiles de seguridad social se están reduciendo sistemáticamente. Es decir, la lógica indica que deben tenerse respuestas financieras “empalmadas” para activarlas en el momento preciso, en el entendido de que más allá de recelos y liderazgos, a todos los países les sirve tener contrapartes comerciales fuertes, con poder adquisitivo, en el entendido de que ninguna nación es autosuficiente, por más poderosa y solvente que sea.