Nadie sabe nada

La pandemia global del coronavirus COVID-19 supone un reto inédito para la humanidad, que en estos tiempos dispone de muchas ventajas respecto a quienes en el pasado tuvieron que enfrentar situaciones semejantes ante enfermedades que han mermado de manera significativa la población mundial de seres humanos, como ocurrió con la peste bubónica en el siglo XIV.
En este siglo XXI disponemos de medios de transmisión de la información capaces de llegar al instante de un extremo al otro del mundo, tenemos medios de transporte rápidos, efectivos y eficientes, una ciencia médica desarrollada, medios tecnológicos como para desarrollar los elementos para paliar una epidemia en muy poco tiempo y casi en la propia casa de cada uno, la información técnica necesaria para saber cómo enfrentarnos al “enemigo invisible”, como se lo ha nombrado ocurrentemente, y hasta la posibilidad de en algo más de tiempo, hasta encontrar una vacuna.
Sin embargo, pese a todas estas ventajas que durante estos seis siglos hemos desarrollado, hay algo que nos sigue jugando en contra: el factor humano. Nosotros mismos, y nuestra falta de disciplina, somos el eslabón más débil de la cadena.
Esto se demuestra en que no hemos logrado ponernos de acuerdo sobre cuál es la forma eficaz de enfrentar este mal, y en parte eso se debe a la época de estúpido nacionalismo exacerbado en el que nos encontró este virus. Acá lo importante no parece ser que se resuelva la situación sanitaria, sino la dilucidación de cuál será la superpotencia que salga mejor parada de todo esto, quién fue el líder que mejor dirigió los esfuerzos para salir a flote.
A escala doméstica también vemos como algunos actores se empeñan más en buscar un rédito político de esta triste situación que de fomentar la unidad que se requiere para que las medidas que se han decidido se cumplan.
Otro gran ejemplo mundial es el pésimo uso que se hace de algunos de esos medios de transmisión de información que hemos mencionado, a través de los cuales circula demasiada basura, demasiado ruido, que perjudica la comprensión de las recomendaciones realmente efectivas para mantenernos a salvo. Tanto ocurre así que la misma Organización Mundial de la Salud (OMS) debió emitir una aclaración para desmentir algunos de estos “bulos”, como le llaman los españoles, o “bolazos”, si lo prefiere de manera más criolla.
Por ejemplo afirmó que “Beber alcohol no lo protegerá de la COVID-19 y podría ser peligroso. El consumo frecuente o excesivo de alcohol puede aumentar el riesgo de sufrir problemas de salud”. Del mismo modo explica que “Exponerse al sol o a temperaturas superiores a los 25ºC NO previene la enfermedad por coronavirus. Se puede contraer por muy soleado o cálido que sea el clima”. Al igual, está demostrado que “el hecho de poder contener la respiración durante diez segundos o más sin toser o sentir molestias NO significa que no tenga la enfermedad por coronavirus o cualquier otra enfermedad pulmonar”.
La organización también indicó que “bañarse en agua caliente no proporciona ninguna protección contra la COVID-19. Con independencia de la temperatura del agua de la bañera o la ducha, la temperatura corporal continuará siendo de 36,5C a 37C. De hecho, si el agua está muy caliente puede uno quemarse” y hasta se vio obligada a aclarar que “Los secadores de manos no matan el 2019-nCoV” y que “las lámparas ultravioletas no se pueden emplear para desinfección”, ya que la radiación ultravioleta puede causar eritemas (irritación de la piel)”. Tampoco se puede matar el nuevo coronavirus rociando el cuerpo con alcohol o con cloro. Tampoco hay pruebas que indiquen que enjuagarse la nariz regularmente con solución salina sea efectivo y, de hecho, tampoco comer ajo puede ayudar a prevenir la infección por el nuevo coronavirus. La lista es bastante más larga.
El confinamiento (voluntario u obligatorio) tiene varios efectos no deseados, entre ellos el incremento de los casos de violencia intradoméstica o de género, el deterioro de la economía por la reducción de la actividad laboral, la destrucción de puestos de trabajo en forma temporal o permanente. Sin embargo es la medida a la que se ha exhortado desde el gobierno (con matices sobre la rigurosidad que han puesto de manifiesto otros actores como el Sindicato Médico, por ejemplo) y parece que muchos no se han enterado, o han minimizado el riesgo, exponiéndose ellos mismos y el resto de la comunidad.
Toda vez que se decidió que la estrategia a llevar adelante en nuestro país sea encerrarse en la propia casa todos los que podamos hacerlo deberíamos ejecutar esta medida. Claro, para ello también cabría esperar que algunas instituciones y entidades financieras (por mencionar un ejemplo muy sonado de estos primeros días del mes) tomasen algunas precauciones para evitar que se produjeran las aglomeraciones que se vieron en el centro de la ciudad en los últimos días. También hay que ayudar.
Que se tenga que llegar al extremo de clausurar playas, plazas, parques y hasta prohibir la circulación por el balneario habla de los problemas de comprensión de los riesgos. Hay quienes argumentan que salir a dar un paseo en bicicleta no supone un riesgo de contagio, pues no hay una aglomeración, pero pongamos que a todos los sanduceros se nos ocurra salir a dar un paseo en bicicleta, o a caminar, o ir a recorrer el centro u otros paseos, todos a la misma hora. Por eso las medidas son generales.
Cabe destacar algunos esfuerzos de casas comerciales, especialmente en rubros de expendio de alimentos, como carnicerías, almacenes, verdulerías, que han implementado servicios de entrega a domicilio sin costo, para facilitar a sus clientes la reducción de la circulación en la vía pública. Quisiéramos ver –porque los necesitamos– más ejemplos como estos, y menos actitudes egoístas, oportunistas y perjudiciales para la salud y el bienestar de todo el mundo, empezando por los grandes líderes y terminando con cada uno, en cada casa.