Sentido común, ante un virus impredecible

Mientras en todo el mundo se vislumbra que no habrá realmente vuelta a la normalidad total ante la irrupción del coronavirus hasta el día en que se logre una vacuna eficaz o por lo menos un tratamiento que sea efectivo –lo que llevaría entre un año y 18 meses–, la actitud y disposiciones en el “mientras tanto” tienen distintas interpretaciones o posibilidades de acuerdo a cada país. Depende de la entidad con que se propaga la pandemia en cada lugar, las posibilidades del sistema sanitario, la situación económico- financiera y el factor cultural, entre otros componentes.
Lo que sí es absolutamente cierto es que más allá de matices y de respuestas que se logran en base a la toma de conciencia o necesidades en cada país –no es lo mismo contar con el subsidio paliativo para quienes paralizan actividades que tiene Alemania debido a su espalda financiera, que por ejemplo el que pueda disponerse en la realidad de Uruguay, entre otras naciones del tercer mundo– una cuarentena severa no se puede mantener mucho tiempo, y que ya al cabo de un mes o varias semanas gran parte de la población se desentiende explícita o implícitamente de observar las medidas recomendadas u obligatorias.
Pero también influye en este escenario cómo se estima que se disiparía en forma natural la pandemia, y que refiere al “efecto rebaño” conocido desde siempre, en el sentido de que cuando el virus se difunde, hay un alto porcentaje de la población que no se contagia o en el que tiene efectos muy leves, y se genera de esta forma con el tiempo una barrera de contención que hace que la enfermedad se disipe naturalmente, como ha ocurrido con las epidemias conocidas a lo largo de la historia, prácticamente.
Es pertinente en este sentido traer a colación lo que entienden en Alemania de la denominada estrategia de “inmunidad de grupo”. Así, el jefe de gabinete de la cancillería del Gobierno alemán, Helge Braun, considera que esta estrategia no es adecuada en la lucha contra el coronavirus en Alemania, según señaló a la agencia DPA.
Explica en este sentido que “mientras se inmuniza solo la mitad de la población alemana en 18 meses, 73.000 personas se infectarían diariamente con el coronavirus”, y agrega que “nuestro sistema de salud no podría hacer frente a unas cifras tan elevadas y las autoridades sanitarias no podrían efectuar un seguimiento. Se nos escaparía el control de la epidemia”.
Agrega que “una epidemia solo se acaba cuando un porcentaje del 60 al 70 por ciento de la población adquiere la inmunidad al virus”, para acotar que “los científicos denominan a esto de forma algo positiva ‘inmunidad de grupo’”, y apuesta por el criterio adoptado por el Gobierno alemán liderado por la canciller Angela Merkel. “La estrategia es evitar la infección y, en lo que respecta a la inmunidad, esperar a que la vacuna esté disponible”.
Aún así, Alemania tiene unos 150.000 afectados y más de 4.600 muertos, aunque muy lejanos de los más de 20.000 de Italia, España, Reino Unido y Estados Unidos, por ejemplo, además –y sobre todo– una solvencia financiera que le permitiría, con fondos propios, capear el temporal varios meses sin desmantelar su economía, lo que da cuenta de sus ventajas en infraestructura y poder económico.
Empero, la realidad es la realidad, y en Uruguay, como seguramente en toda América Latina y otras regiones con economías frágiles, el dedicarse por entero a contener la propagación por la vía de cuarentenas indefinidas o extendidas no solo es impracticable, sino suicida, y es aquí donde se requiere avanzar en escenarios graduales para racionalizar daños y dar una estabilidad relativa, a la espera de las medidas de fondo que implican contar con la vacuna, tratamientos terapéuticos eficientes o directamente llegar al grado de inmunidad por la vía natural.
En nuestro país, sectores de la oposición política, así como las organizaciones sociales afines y la propia Universidad de la República, también alineada en sus gremios con el Frente Amplio, pusieron el grito en el cielo cuando el director general de Secretaría del Ministerio de Salud Pública, Dr. Miguel Asquetta, consideró hace pocos días que debe pensarse en medidas que permitan hacer que el “efecto rebaño” se pueda ir dando en forma más acelerada, mediante la estrategia del daño controlado, cuando toda otra posibilidad está fuera de nuestro alcance. Aunque sin expresarlo públicamente, muchos expertos coinciden en tomar este camino, por más que decirlo no sería políticamente correcto. Sí es cierto, que teniendo en cuenta nuestra idiosincrasia, si la epidemia hubiera estallado simultáneamente en Europa y América Latina, nuestro escenario sería muy distinto, y estaríamos en una realidad como la de España e Italia, con un alto porcentaje de la población contagiada y posiblemente con miles de muertos.
Pero el desfasaje entre ambos hemisferios nos ha permitido evaluar cuales serían las consecuencias de ser prescindentes en las medidas de prevención y hoy ello nos permite por cuarentena voluntaria y otras medidas preventivas estar con un perfil aceptable desde el punto de vista sanitario en la comparativa mundial y regional.
Pero claro, no se trata solo de la contención de la epidemia quedándonos todos en casa, sino que al mismo tiempo se necesita que un país sin espalda financiera y peor aún, con un fuerte déficit fiscal, produzca riqueza para sobrevivir, por lo que es aquí donde se genera el conflicto entre lo ideal y lo posible.
Difícilmente acá haya espacio para la “jugada genial” que nos haga ganar el partido en el último minuto, pero sí lo razonable dentro de la realidad que tenemos, pasa por compatibilizar la contención con la salida gradual de la cuarentena voluntaria para evitar la asfixia económica que deviene de la parálisis de actividades.
Es plausible por lo tanto que el presidente Luis Lacalle Pou resolviera integrar un equipo de especialistas en diversas disciplinas que se encargará de sugerir un plan de acción que permita prender los motores de la economía para evitar mayores perjuicios sociales, al mismo tiempo que se combate la infección.
“En estos tiempos que vienen va a haber una nueva normalidad. Y esa nueva normalidad, la estamos testeando, probando, y no a olfato o intuición, lo estamos ejecutando en base a estudios, a la ciencia, al conocimiento del sistema de salud”, dijo Lacalle Pou.
Es por eso que decidió crear un grupo que va a compartir con el gobierno su conocimiento, además de definir y sugerir métodos y estudios que sigan los pasos. El director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP), Isaac Alfie explicó que diferentes sectores van a ir “progresivamente abriendo, o yendo, o volviendo a su nueva normalidad”.
“Tenemos que acostumbrarnos a algo distinto a lo que teníamos.
Por lo menos por un tiempo que no sabemos cuánto va a ser”, dijo Alfie, quien es el encargado de comandar el grupo de trabajo de notables.
Es que no cuesta mucho asumir –salvo el caso de grupos político-ideológicos que sigan apostando al cuanto peor mejor– que en algún momento hay que salir de esta situación, y que además de hacerlo en forma gradual tiene que instrumentarse cuanto antes pero inteligentemente, de forma que no se acentúe la curva de trasmisión, con la marcha atrás pronta en el contexto de ensayo-error, porque siempre se está pisando terreno inestable y sin experiencia previa en un virus que ha demostrado imprevisibilidad en comportamiento y secuelas.