Se ha ganado tiempo, pero la salida no puede demorarse

La celebración del Día de los Trabajadores tuvo en nuestro país, como seguramente en muchas otras naciones, un gusto amargo, porque este año se dio en medio de una pandemia que además de sus graves repercusiones en la salud, con decenas de miles de muertos en todo el mundo, sobre todo en Europa y Estados Unidos, entre otras manifestaciones causa profundas pérdidas económicas hasta en países con buena espalda financiera, y por supuesto, se proyecta en el mundo del trabajo con la pérdida de millones de empleos, muchos seguramente en forma permanente.
Nuestro país no es la excepción ni mucho menos, porque salvo los trabajadores del Estado, que trabajando o no –muchos miles todavía siguen en su casa– igualmente cobran su salario sin ninguna pérdida, el peso de la crisis ha recaído sobre los dependientes del sector privado, y naturalmente no solo en el caso de los trabajadores, sino de empresarios, de cuentapropistas que han visto menguar sensiblemente sus ingresos, cuando no desaparecido totalmente.
Ergo, la pandemia debe evaluarse no solo en pérdidas de vidas humanas y en personas contagiadas, sino en su profunda afectación de la economía, con países notoriamente impactados, caso de naciones europeas, sobre todo aquellas que como Italia, España, Francia, el Reino Unido, reaccionaron tarde ante la rápida difusión del virus, que ha sido su mayor problema en realidad, desde que su tasa de mortalidad es sensiblemente menor que otros virus mucho más agresivos.
El punto es que cuando hay centenares de miles de afectados, siempre hay un sector de la población más vulnerable, frecuentemente por enfermedades previas y avanzada edad, entre otros factores, y por lo tanto el número de muertos es también elevado debido a la gran difusión de la enfermedad, pese a que en la gran mayoría de la población transcurre como una simple gripe y a veces en forma asintomática, contrariamente a lo que ocurría con el ébola, por citar un ejemplo cercano en el tiempo.
En lo que refiere a América Latina, como sabemos, el contagio llegó bastante después que en Europa, y por lo tanto, pese a factores culturales y de infraestructura adversos, en nuestra región se pudo actuar con otra previsión, aún con los limitados recursos con que cuentan los sistemas sanitarios, y se adoptaron medidas que en términos generales han tendido a tratar de ganar tiempo para que no se den los picos que fueron determinantes parea que se dieran miles de muertos por falta de equipamiento, sobre todo respiradores, en los países más afectados.
Pero claro, la respuesta ha sido la de adoptar medidas que permitieran evitar el contagio masivo, y la primera decisión “cantada” ha sido la de prohibir los espectáculos públicos multitudinarios, al principio, para seguir con lugares de menos concentración de público, haciéndolo en forma voluntaria u obligatoria, y en el caso de Uruguay, exhortando a una cuarentena voluntaria para minimizar los efectos de la pandemia en la población.
Por cierto, con la película de lo ocurrido en Europa, pese a elementos culturales similares a España e Italia, se ha actuado con responsabilidad, tanto desde el gobierno como en la población, aunque naturalmente el grado de afectación no es lo mismo entre los sectores público y privado, desde que en el segundo caso la suerte de empresas y trabajadores está atada, y la interrupción de actividades, el pasaje de 80.000 trabajadores al Seguro por Desempleo, PYME y cuentapropistas sin trabajar, ha sido un golpe demoledor para la economía, sobre todo cuando el nuevo gobierno heredó un déficit fiscal del 5 por ciento del PBI, que es la diferencia entre ingresos y gastos en el Estado.
Este factor es distorsionante, por supuesto, en el caso de nuestro país, desde que Estados Unidos y naciones europeas cuentan con una espalda financiera que por la vía del subsidio puede sostener por algunos meses, por lo menos, a empresas y empleados sin trabajar, pero cuando al revés, se tiene déficit de caja, como en nuestro caso, las cosas van por otros carriles.
Es decir, que ha sido plausible la contención y el logro de la meseta de contagios por la vía de la cuarentena voluntaria, pero tenemos aquí dos elementos que son contrapuestos entre sí, porque la extensión de la cuarentena implica que la economía se hunda, y que al fin y al cabo se podría llegar a daños irreparables. Pero al fin y al cabo lo único se logró es ganar tiempo, porque en la medida que el virus continúe circulando en la región –no solo es un tema de Uruguay, porque es imposible mantenernos 100% aislados–, siempre estaremos igual que lo que estábamos a principios de marzo, cuando la pandemia entró al país. Por lo tanto estamos en una gran disyuntiva: si liberamos la circulación social se dispararán los contagios, con el riesgo de colapsar al sistema de salud, y naturalmente, se registrarán cientos o quizás algunos miles de fallecimientos, principalmente entre los adultos mayores o personas con patologías previas. Si seguimos como hasta ahora, colapsará la economía nacional, por lo que decenas de miles o quizás centenares de miles de trabajadores podrían quedar sin empleo, con casi nula posibilidad de encontrar trabajo en el mediano plazo, mientras los que lo conserven será a costa de una fuerte reducción en los salarios que arrastrará a una gruesa masa de gente a la pobreza y la indigencia. Salir de una crisis así puede llevar décadas, y cobrarse decenas de miles de vidas por diversas causas directas e indirectas –malnutrición, suicidios, violencia, colapso del sistema de salud por falta de recursos, accidentes por mal mantenimiento de sistemas en el hogar y las empresas, entre un interminable etcétera–.
Por eso es pertinente que el gobierno haya designado un grupo de trabajo constituido por expertos y profesionales que se encarguen de asesorar y elaborar un plan de salida, para evitar llegar a un punto de no retorno para la economía y la viabilidad del país.
Jugarnos a la cuarentena hasta que se invente una vacuna o un remedio eficaz, o esperar hasta que el virus desaparezca por aburrimiento, no es una opción real para ningún país del Tercer Mundo como el nuestro. Argentina lo está haciendo, con mucho orgullo para buena parte de su población, y lamentablemente más temprano que tarde podremos ver las consecuencias de dejarse llevar por la vía populista. Porque puede sonar muy lindo pero ya sabemos cómo terminan.