¿Seguridad vial ante un nuevo escenario?

Los informes recabados por organismos internacionales en diversos países de Latinoamérica muestran una contundente disminución del tránsito vehicular, especialmente en las grandes ciudades, como consecuencia de las medidas dispuestas para frenar la expansión a nivel nacional de la pandemia por COVID-19.
Los portales de datos de aplicaciones como Transit, Citymapper y Moovit evidencian la caída en viajes de transporte en general y el transporte público en particular. En este sentido el Banco Interamericano de Desarrollo informó que la tendencia es muy clara y que un estudio para 17 ciudades de 7 países de América Latina muestra una reducción de entre el 52% y 79% entre los usuarios de estas aplicaciones.
En Uruguay esta situación llevó a una drástica disminución de la actividad vehicular, un descenso pronunciado en las ventas de combustibles y la reducción de la cantidad de accidentes de tránsito. Esto último es una constatación de que el tipo de movilidad vial que desarrollamos y nuestras conductas son directos responsables de un gran número de muertes y lesiones graves cada año.
En Paysandú esa reducción fue del orden del 45% durante el mes posterior al inicio de la instrumentación de medidas para la disminución del riesgo de contagio y recomendar a la población quedarse en sus casas, tras lo cual vino toda una ola de cambios en las actividades laborales –con reducción de algunas y cese de otras– que indudablemente incidió en la disminución de la movilidad de la población y el uso de medios de transporte. A esta situación se agrega el hecho del inicio de la educación en línea en escuelas, liceos y centros de educación terciaria y el pase de una parte importante de la actividad laboral pública y privada a modalidad de teletrabajo.
La reducción de los accidentes de tránsito es en sí misma una buena noticia pero no se sustenta en cambios culturales o de conductas de las personas sino simplemente en el hecho de que gran parte de la población ha permanecido en sus casas.
Paralelamente –y aunque ha pasado bastante desapercibido este año debido a la situación de referencia–, se está desarrollando actualmente el denominado “Mayo Amarillo”. Se trata de un movimiento internacional surgido en Brasil, que actualmente está presente en más de 20 países, y constituye un llamado de atención para la vida dado que hace foco en algo tan común como doloroso: las pérdidas humanas por siniestros de tránsito.
Cada año 1,3 millones de personas fallecen en accidentes de tránsito en el mundo mientras que entre 20 y 50 millones de personas sufren traumatismos no mortales provocados en accidentes de tránsito y muchos de estas lesiones constituyen una causa importante de discapacidad, algo que se viene considerando una pandemia desde mucho antes que apareciera el COVID-19.
En 2019 Uruguay logró descender sus indicadores a una tasa de 12 personas fallecidas cada 100.000 habitantes a causa de siniestros de tránsito, lo que significa una reducción del 20. Es un dato importante en sí mismo ya que se trata de la cifra más baja del último decenio y porque otros países en vías de desarrollo no han logrado reducciones de este tipo.
La aplicación de políticas públicas, medidas preventivas y campañas de concientización así como controles han sido parte de las razones que permitieron que en nuestro país se produjera, en 2019, el mayor descenso en la cantidad de personas fallecidas en siniestros de tránsito desde 2009.
No obstante, las cifras siguen siendo dolorosas para un país tan pequeño como el nuestro: fueron 422 fallecidos –en 2018 habían sido 528–, en un total de 19.767 siniestros que, además, provocaron 25.114 lesionados, lo que marca un promedio de 69 personas lesionadas por día. A esto se agrega que la principal causa de muerte para personas comprendidas entre los 15 y los 29 años son los siniestros de tránsito.
Si bien desde 2011 se registra una tendencia al descenso de la tasa de mortalidad llegando en 2019 a la más baja registrada hasta el momento, hay sectores y situaciones que preocupan. Por ejemplo, los motociclistas –quienes continúan siendo los más vulnerables– así como de determinadas conductas que multiplican el riesgo.
El descenso de las muertes en accidentes el año pasado es un dato de la realidad del cuya importancia no se puede desconocer pero, si cada día 69 personas estuvieran contrayendo el COVID-19 estaríamos seguramente más preocupados de lo que parece que estamos respecto a los accidentes de tránsito.
Según el BID se espera que en distintos países en la salida hacia la “nueva normalidad” algunos de los usuarios de transporte público cambien permanentemente su manera de viajar pasando del transporte colectivo hacia modos de transporte individual como bicicletas, motocicletas o automóviles privados. En este sentido, los analistas consideran que en las circunstancias actuales las ciudades tienen una oportunidad única para mitigar el uso ineficiente del auto particular y promover activamente alternativas de transporte sostenible como las bicicletas, las patinetas y las caminatas. De todas maneras habrá que ver si estas formas de transporte continuarán en la denominada “nueva normalidad”, si terminan siendo adoptadas e incorporadas y de qué manera.
Lo que es indudable es que esta disminución de los accidentes de tránsito en nuestro país está directamente relacionada con la disminución de la circulación vial, lo cual pone foco una vez más en que el principal factor de riesgo somos nosotros mismos.
Como se ha señalado desde la Unasev, hoy nos toca sobrevivir a una epidemia que es por contagio. Sin embargo, los riesgos en el tránsito los asumimos casi de manera voluntaria. No respetamos las señales, no planificamos los viajes, no usamos las medidas elementales de protección como el cinturón, las sillitas para los niños o el casco protector y bien abrochado, llevamos niños en las motos sin casco o a los amigos en la caja de la camioneta.
La meta de un tránsito más seguro está presente en numerosos programas de acción a nivel local, nacional e internacional y es un objetivo deseado para nuestras sociedades aunque se requiere una conjunción de esfuerzos institucionales, empresariales y personales para superar los inmensos desafíos que esto significa.
A su vez, entre los tantos retos a los que nos ha enfrentado esta pandemia durante la cual todos hemos colaborado para disminuir el riesgo, quizá se incluya el desafío de procesar cambios de conducta y modalidades de movilidad más seguras, disminuyendo allí también el riesgo y cuidándonos mutuamente.