Mientras persiste la conmoción por la muerte de George Floyd a manos de uniformados, otro joven de 27 años identificado como Rayshard Brooks fue baleado por policías en Atlanta, al resistirse a ser detenido por dar positivo en un control de alcoholemia.
El hecho, que quedó registrado en videos y fue viralizado a través de las redes, ocurrió en pleno auge por las protestas contra el racismo, tanto en Estados Unidos como en Europa. En casi todos los lugares la frase “No puedo respirar” se ha transformado en un grito de guerra que denuncia la brutalidad a partir del ruego de Floyd, antes de quedar inconsciente y fallecer.
El caso de Atlanta partió de una denuncia de que un hombre se había quedado dormido en su auto en la fila hacia la ventanilla en un local de comida rápida, donde realizan las compras sin bajarse del vehículo. Brooks arrojó resultado positivo al test, pero se resistió y forcejeó con los efectivos. Tras una corta persecución, nuevamente los videos muestran al hombre caído. A pesar de la atención médica, no resistió la cirugía y falleció pocas horas después del incidente.
Ambas situaciones desataron las movilizaciones más fuertes de los últimos años, con protestas en decenas de ciudades estadounidenses con saqueos y enfrentamientos con la policía. Sin embargo, los reclamos nunca se acallaron del todo e incluso la Comisión Interamericana de Derechos Humanos dio cuenta de esa realidad a finales de 2018. En el informe denominado “Violencia policial contra afrodescendientes en Estados Unidos”, detalló que la policía asesina a unas 1.000 personas y hiere a más de 50.000 por año en promedio.
“La cifra anual de homicidios policiales registrados en los Estados Unidos es mucho más alta, tanto en términos per cápita como en términos absolutos que en otros países desarrollados”, dijo el documento.
Porque en forma paralela ocurren otros hechos. Un nuevo caso de acusación falsa tuvo lugar en Nueva York, mientras continuaban las repercusiones por Floyd. Una mujer blanca llamó a la policía para denunciar la amenaza de un hombre negro, quien le reclamaba por la correa a su perro mientras paseaba por el Central Park.
Como el video se viralizó, aumentó la indignación en la Gran Manzana y terminó con la mujer suspendida de su trabajo. Además de la reacción del alcalde Bill de Blasio quien aseguró que el video publicado “es claro y puso racismo”.
Las décadas recientes apuntan a hechos similares. Así lo relata el documental “When they see us”, en Netflix, publicado el año pasado. El hecho denunciado en 1989 por violación y golpes a una mujer, se saldó con la prisión de cuatro jóvenes afrodescendientes y un latino que no cometieron el delito. En 2002, un hombre confesó ser el verdadero agresor, mientras los acusados permanecían tras las rejas.
Poco después, en 1991, el taxista Rodney King fue despojado de su auto y golpeado con un garrote de madera. A pesar de las múltiples fracturas, los efectivos fueron absueltos y la decisión de la Justicia provocó cinco días de disturbios y asesinatos.
O la muerte de Trevor Martin, que hace 8 años solo tenía 17 y murió por un balazo en el pecho. Su agresor fue absuelto, tras argumentar que se había defendido. O Eric Garner, hace tres años, casi en la misma forma que Floyd, asfixiado por la policía.
La furia de ahora creó un nuevo movimiento. “Black Lives Matter” busca la igualdad racial y desata hechos políticos. Como la última renuncia de la jefa de policía de Atlanta, ante movilizaciones que prometen continuar y desembocar en otras derivaciones. Pero nada es nuevo en la gran nación del Norte. De hecho, el presidente Donald Trump –gran twittero– insistió a mediados del año pasado que “debían” irse a sus países las congresistas democrátas, latinas, musulmanas y negras que lo enfrentaban. Por ese entonces, dentro su propio partido Republicano y la oposición lo acusaban de supremacismo blanco. Pero lejos de dar marcha atrás, solo mostraba un hilo coherente, si se recuerdan que, en su opinión, países como El Salvador o Haití son “agujeros de mierda”.
Sin embargo, no está lejos de su realidad cuando responde que “no me preocupa, porque mucha gente está de acuerdo conmigo”, cuando le consultan sobre las acusaciones de racismo.
Y porque las derivaciones políticas van bastante más allá que la renuncia de una jerarquía policial. Son estrategias de reelección presidencial y ataque a las nuevas generaciones que se muestran bastante más “progresistas” que sus conceptos. Porque, además de ira, provoca sorpresa que un país multicultural y multirracial, formado a partir de la llegada de inmigrantes como los demás de los continentes americanos, vuelva a su modo racista de ver al mundo.
Incluso sus antecedentes se remontan al magnate inmobiliario que fue, al acordar con el Departamento de Justicia sobre una demanda por discriminación al alquilar apartamentos o cuando provocó protestas por quejarse de que no quería que hombres negros administraran su dinero.
Trump ataca de manera implacable a las minorías, incluso a sus opositores en el Congreso y ese comportamiento le rinde a los efectos mediáticos. Porque nada de lo que dice resulta insignificante o trivial para su auditorio. De hecho, en su camino a la Casa Blanca, impulsó la teoría de que el expresidente Barack Obama había nacido en África, en vez de Hawai.
Por eso los votantes están parados en un escenario minado y este año promete demostrar que la población nacida en el exterior creció notoriamente, al igual que la diversidad de etnias. Nada está aislado y todo puede atarse en la historia. En la gran historia que comenzó con los llamados “padres de la patria”. Pero, por encima de todo, aún puede verse el miedo latente. El miedo que no deja discernir la diferencia entre la represión y el ejercicio de la autoridad en una nación donde gran parte de sus habitantes están armados. → Leer más
