Desinteresados en la campaña

A pocos días de las elecciones municipales, no es posible analizar en qué están interesados los uruguayos sin ver el contexto global de un año particular, donde no solamente una contingencia sanitaria dejó su marca en la agenda diaria sino las situaciones particulares que afectan a la población en general.
El año 2019 cerraba con el mayor registro de desempleo anual desde el 2007 y los jóvenes no lograban insertarse en el mercado laboral. La tasa denominada “sustantivamente mayor” que afectaba a personas menores a 30 años se ubicaba cercana al 28% y en todos los tramos de edad considerados, la mujer sufría un desempleo mayor al hombre.
A mediados del año pasado, un nuevo informe del Sistema de Información de Calidad Laboral, a cargo de Equipos Consultores y la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de la República, indicaba que la reinserción laboral de los jóvenes en el mercado laboral se mostraba negativa por el alto nivel de informalidad, falta de aportes a la seguridad social y la insuficiencia de los ingresos. Ese panorama complicado prácticamente era invariable desde 2014.
El 2019, también, cerraba con un déficit fiscal alto de 4,7% del Producto Bruto Interno (PBI) y eso significaba que el gobierno de Tabaré Vázquez cerraba con 1,2% por encima de la administración de José Mujica. La situación fiscal venía complicada desde el año anterior con aumentos en el gasto y una caída constante de los ingresos públicos. La DGI indicaba un deterioro en su recaudación y las inversiones que tenían bajos niveles desde el punto de vista histórico, habían aumentado levemente el último año de la pasada administración.
Los economistas coincidían en que la administración siguiente, tanto si ganaba Daniel Martínez o Luis Lacalle Pou, tendrían la compleja y antipática labor de intentar reducir ese déficit que no logró cumplir la administración que dejaba Vázquez.
Febrero de 2020 cerraba con 10,5% de desempleo y registraba su nivel más alto desde mayo de 2007 (10,6%). El índice de empleo manifestaba una caída de un punto porcentual en comparación a enero (de 57,5 a 56,4%) y por sexo, se incrementaba en las mujeres que pasaba al 12,4%.
El 13 de marzo, el Poder Ejecutivo declaraba una emergencia sanitaria al comprobarse los primeros casos de coronavirus y empezaba así una odisea que incluyó a Uruguay en el mapa de una crisis global, con graves afectaciones en el ámbito social y económico. Pero el escenario uruguayo ya venía complicado y la COVID-19 solo profundizó su impacto en los individuos, con las modificaciones de agendas personales, familiares e institucionales. Esto que sucedió en todos los países del mundo afectó a cada uno en su mundo propio y generó infelicidad e insatisfacción en la mayoría de la población.
El clima emocional cambió poco a poco y si ya venía complicado con algunas luces amarillas, simplemente terminó de minar la confianza de muchos, que debían preocuparse ahora por sus economías hogareñas o, incluso, cambios en su estructura familiar. Porque la crisis fue social en toda la dimensión del vocablo.
Además de la pérdida de puestos de trabajo, o la disminución abrupta de los ingresos por los envíos al seguro de desempleo, se abrieron puertas y ventanas en sentido metafórico y se pudo ver que dentro de algunos hogares, la violencia intrafamiliar era bastante más grave de lo que se suponía.
En ese marco de circunstancia, existía y aún existe una gran incertidumbre en el futuro de esas historias personales que tienen nombre y apellido y cada contexto propio se vuelve el mundo de problemas no resueltos.
“Quedarse en casa” no resultaba una opción, sino que era la exhortación de un gobierno recién ingresado que debía lidiar con una situación completamente nueva para todos. Se cerraban locales, se suspendían espectáculos públicos, se acordonaban las plazas, el distanciamiento y el aislamiento eran voluntarios, pero interpelaban a nuestras costumbres tan uruguayas.
También los estudiantes comenzaban el año lectivo con sus rutinas cambiadas porque las instituciones educativas cerraban sus puertas. Se reducía, así, la movilidad de todos y el impacto emocional era visible y audible. Prácticamente era el único tema de conversación en nuestras pequeñas comarcas.
Por lo tanto, no es tan difícil de comprender las razones por las cuales a la mayoría de los uruguayos (54%) les interesa “poco” o “nada” la próxima instancia del domingo.
El País publicó una síntesis del Monitor de Opinión Pública Departamental de la consultora Opción, donde señala que solo uno de cada cinco uruguayos está muy entusiasmado por las municipales y esa diferencia está marcada por el nivel socio-educativo. Por lo tanto, las brechas no han sido subsanadas y aunque la cultura cívica uruguaya sea un ejemplo en la región, la desmotivación permanece casi intacta. Con un dato bastante relevante: los electores de Montevideo y Paysandú muestran mayor interés y registran los guarismos más bajos de indefinidos, con menos del 15% de los encuestados.
No existe una explicación para referirse al campo de los indefinidos, si en verdad lo están o no manifiestan el deseo de opinar. Lo real es que alcanza con caminar las calles para conocer de cerca la preocupación de un ciudadano medio que aún no recuperó sus ingresos y tiene adeudos. O soporta una separación familiar provocada por una crisis global que hizo mella en sus sueños.
Simplemente no existe una explicación para todo. Habrá que continuar afiliados a la teoría de la multicausalidad para explicar una crisis sin precedentes para la población adulta.
Es, además, una lectura política que deben hacer los referentes de los distintos partidos que se encuentran en el tramo final de sus campañas.