En busca de su destino, grupo de venezolanos espera “tener una vida tranquila” en Uruguay

“Salimos de Venezuela por la crisis política que atraviesa nuestro país, por la inflación. No es secreto en el mundo que tenemos un sueldo mínimo de 5 dólares, que hay que trabajar un mes para comprar un litro de leche”, dijo a EL TELEGRAFO Kevin Antonio Bolívar Caballero, de 35 años, uno de los diez ciudadanos venezolanos (tres de ellos menores de edad, dos niñas de 5 y 14 años y un niño de 11) que llegaron al país, después de cinco años de periplo por varios países.
“Pensamos en Uruguay por su estabilidad política y porque podemos tramitar los DNI bastante más rápido que en otros países, donde el trámite demora muchísimo. Uruguay es muy especial, aquí las leyes se cumplen. En otros países, por no tener documentos, nos explotan, trabajamos 12 horas y no alcanza para enviar a nuestros familiares en Venezuela y estar estables”, agregó.
Aquí piensan “hacer nuestras raíces en espera que en un futuro la política de nuestro país tenga un equilibrio que nos permita retornar para estar con nuestros familiares”.
Como fuera informado, una empresa metalúrgica de Las Piedras está en condiciones de ofrecerles trabajo, a los cuatro hombres, pero –indicó Carlos Leoni, director departamental de Salud– “el encargado de Recursos Humanos prefiere esperar hasta que se les realice el segundo hisopado, que dé negativo, y entonces sí conversar con ellos y ver si se concreta esa posibilidad”.
En tanto Bolívar destacó que “también dos mujeres de nuestro grupo están interesadas en trabajar en lo que se pueda”. La tercera, embarazada de tres meses, debió ser trasladada al Hospital Escuela del Litoral en la noche del jueves al sentir mareos y permanece en observación aún cuando “está muy bien”, dijo Leoni.

CINCO AÑOS EN LA HUELLA

La búsqueda de su mejor destino comenzó hace unos cinco años. “Primero a Colombia, donde estuvimos casi un año, pero viendo la migración masiva de los paisanos decidimos bajar a Ecuador”. En ese país “estuvimos tres meses, fue un poco difícil con el dólar conseguir empleo. Vimos que había muy buenas expectativas en Perú y hacia allá viajamos. Estuvimos viviendo un año y un mes. De nuevo vimos como había una inmigración masiva hacia el Perú también, porque abrió las puertas en grande a los venezolanos, por lo que tomamos la decisión de bajar a Chile, donde estuvimos aproximadamente un año y unos meses”.
“Vivíamos a quince cuadras de La Moneda y cuando hubo el estallido social estuvimos muy cerca. Además, viendo que también es un país con mucha inmigración, con haitianos, venezolanos, colombianos, peruanos, los papeles demoraban mucho. Estudiamos la situación económica de la región y decidimos que debíamos venir a Uruguay”, contó Kevin.
Pero en lugar de ingresar a Argentina por los pasos tradicionales de los Andes, especialmente el de Mendoza que es el más usado cuando se viaje desde Santiago de Chile, viajaron al norte, a Arica y desde allí se dirigieron a la frontera con Bolivia. “Cruzamos ese país en escalas, no podíamos ir rápido por los menores de edad. Es muy complicado para un niño pasar 24 horas en un colectivo. Luego entramos a Argentina por Yacuiba (el paso internacional Salvador Mazza, por donde se accede a Salta). Nos dieron una visa por 180 días”.
De allí a Jujuy, volvieron a territorio de la provincia de Salta y siguieron a San Miguel de Tucumán, donde los encontró la pandemia. Trataron de conseguir pasajes para Buenos Aires pero debían esperar cuarentenados 14 días. Al final tuvieron que pasar tres meses en Tucumán, en plena cuarentena. “Buscamos un arriendo; fueron días muy duros. Solo salía uno de nosotros a hacer las compras”.

CAMINAR 12 KILÓMETROS

De allí pasaron a Santiago del Este, una provincia con protocolos muy estrictos pues tiene un débil sistema de salud. Estuvieron seis días y cinco noches en la frontera, pero al ser entrevistados por TN de Buenos Aires, su caso se hizo visible. Las autoridades del lugar se pusieron en contacto con ellos y “nos montaron en un vehículo policial para trasladarnos hasta Selva, en el límite con Santa Fe”.
“Tuvimos que caminar 12 kilómetros hasta el peaje de Ceres. Los empleados del peaje nos ayudaron, nos apoyaron con calorías (comestibles)”. Un camionero –definido por Bolívar como “un señor cristiano”– los trasladó un domingo por la noche hasta El Recreo, cerca de la capital Santa Fe. Pero las autoridades no los recibieron y pensaban ya abandonar como fuera posible el lugar cuando una persona, en las afueras, les dio alojamiento. “No habíamos comido nada ese día. El señor nos compró un pollo, estaba listo para la cena cuando nos percatamos que afuera había un grupo de vecinos –más de 40– exigiendo que nos desalojara”, por miedo a la COVID-19. “Fue muy desagradable para nosotros. Al otro día nos fuimos de madrugada para que no nos vieran los vecinos”.
En la ciudad de Santa Fe recibieron el auxilio de Cruz Roja, que los alojó durante un mes. Pasado ese tiempo, de nuevo en viaje. Lograron cruzar el túnel subfluvial y llegar a Paraná. Encontraron otro buen samaritano que los acercó a la frontera uruguaya. En Colón debieron pasar una noche y al otro día ser sometidos al hisopado en el hospital San Benjamín. Luego, solo querían seguir viaje. Pero no había vehículo para el traslado. “Angustiados por llegar a Uruguay emprendimos el viaje”.

A LAS PUERTAS DEL PUENTE

Al llegar al puente internacional se encontraron con un argentino que trabaja en Aduanas en el Área de Control Integrado (ACI) e iba a tomar su turno. Le cuentan la historia, pero él no puede trasladarlos. En cambio sí accede a traer el equipaje. Ya en Paysandú –primero fueron ubicados donde había una sucursal de TaTa en República Argentina casi Bulevar Artigas y luego en un hotel– “recibimos una hospitalidad hermosa. Nos han recibido con amor, mucha tolerancia y comprensión”.
Atrás quedó –temporalmente– un tío que se enamoró de una santafesina y está esperando que ella cumpla todos los trámites para poder ingresar a Uruguay. “Otro tío y un primo vienen bajando hacia Uruguay pero no hemos tenido contacto con ellos”.
Esperan encontrar “estabilidad, un trabajo, documentación, una vida tranquila”. Eso sí, con mucho menos café, con bastante mate, que aprendieron a tomar en Argentina. Claro, ese es “otro” mate. Seguro los atrapará el mate uruguayo. Sin dudas.