Cuando todavía no está claro si el Partido Nacional va a tener 16 o 17 ediles en la Junta Departamental de Paysandú, como así tampoco la distribución final de bancas dentro de cada partido, hay sin embargo datos claros a procesar y evaluar como saldo de la elección departamental en Paysandú, tanto desde el punto de vista electoral como de la gestión en curso y lo que cabe esperar de la administración que encabezará el intendente electo, Nicolás Olivera.
El futuro administrador del equipo que tendrá a su cargo la gestión del gobierno departamental en los próximos cinco años sin dudas asume una gran responsabilidad y un desafío para cumplir con lo que expuso en la campaña electoral, con el ciudadano como destinatario pero también como atento vigilante de que se hagan las cosas bien y poner énfasis en las respuestas que necesita Paysandú ya desde hace muchos años.
No es porque sí, por lo pronto, que desde la administración de Jorge Larrañaga –único intendente que resultara reelecto desde el retorno de la democracia–, se han ido alternando intendentes y partidos en la gestión del departamento, lo que revela, más allá de consideraciones políticas y electorales, que el ciudadano en general no se ha dado por satisfecho con las sucesivas administraciones municipales y que no le han llegado las soluciones que reclama.
También influyen las simpatías políticas y la composición del electorado, sus afinidades ideológicas, que tienen su incidencia en la elección departamental, pero aún así con un alto porcentaje de ciudadanos, tal vez no menor al 20 por ciento, que tienen una postura cambiante en el voto, según su propia perspectiva, y este sector es el que define el resultado de las elecciones.
Pero hay otros aspectos en juego que tienen que ver con la forma en que el dirigente político se evalúa a sí mismo en su gestión, y como en realidad lo percibe la población ajena al círculo que crea el microclima que le hace ver otra cosa a quien espera ser evaluado por el electorado.
Este elemento queda nítidamente expuesto cuando se escuchan reflexiones de dirigentes sanduceros del Frente Amplio que subrayan que “la gente de Paysandú no entendió el mensaje, porque no supimos transmitirlo”, como si el problema se centrara en la comunicación y no en la gestión.
Pero, ¿no se les ocurre pensar que tal vez la gente sí captó perfectamente lo que fue su gestión, lo que se hizo y lo que no se hizo, pero quiere otra cosa y por eso votó por el cambio?
Este aspecto es central y por lo menos revela un alto grado de soberbia en quienes así lo evalúan, porque pone de manifiesto que asumen –o pretenden hacer creer– que el rechazo popular fue antojadizo, que solo es un problema de comprensión del mensaje, como si el ciudadano fuera un ignorante al que hay que llevar de la nariz para que entienda.
Si se sigue considerando al ciudadano poco menos que como infradotado, que no es capaz de razonar y actuar en consecuencia por sus propios medios, siempre se estará tropezando con la misma piedra.
Y no se trata de que estemos haciendo un juicio de valor sobre la gestión, porque como suele ocurrir, ésta tuvo sus luces y sus sombras, sino sobre la falta de autocrítica o de reconocimiento de errores propios, que sin dudas los hubo. En cambio, se entiende del caso caer en la autocomplacencia de señalar que la gestión del Frente Amplio fue excelente, pero que sin embargo no se pudo hacer entender al ciudadano que esto que se hizo era lo mejor que le podía pasar y por eso registró una derrota tan contundente en las urnas.
Un gobierno departamental, ya en una visión global, tiene que hacer primero lo mejor que puede dentro de sus competencias, que comprende entre otros aspectos prioritarios la vialidad urbana y rural, los servicios imprescindibles como alumbrado y recolección y deposición de residuos, gestiones para la captación de inversión en el departamento en la diversidad de áreas posibles, una sinergia y coordinación con el gobierno nacional para hacer que las políticas públicas redunden en una mejor infraestructura local y servicios de carácter nacional, por citar solo algunos aspectos centrales.
Y si los recursos son escasos, como lo son, sobre todo en coyunturas económicas difíciles como las que estamos travesando, lo prioritario es acceder a lo esencial con lo que se tiene y se puede conseguir, antes que seguir incorporando áreas que podrán ser pasibles de un trabajo serio y dedicado cuando los recursos abundan, trabajando sobre el tejido social en la muy limitada forma en que lo puede hacer un gobierno departamental, pero con expectativas que no siempre es posible satisfacer y para lo que es necesario distraer recursos materiales y humanos de otras áreas o endeudándose.
La responsabilidad que recae sobre Olivera a partir de su asunción tiene que ver con hacerse eco de lo que plantea el ciudadano común, el que fuera de toda duda sí sabe discernir entre la realidad y lo que se le ha querido transmitir desde integrantes de la administración saliente. Por ejemplo, es preciso corregir déficits en materia vial, con calidad de obras que dista de ser la mejor y que obliga al poco tiempo a invertir nuevamente recursos para rehacer trabajos que deberían durar un lapso razonable de acuerdo a su costo.
Ello implica una certera previsión y seguimiento de la obra municipal y controles de las empresas adjudicatarias, además de trabajar criteriosamente en la búsqueda de inversiones, una acertada elección de las acciones prioritarias en una coyuntura muy difícil por la caída de actividad, su agravamiento por la pandemia y la consecuente mayor morosidad en los tributos municipales, con un instrumento formidable a disposición, como lo es el fideicomiso votado en la Junta Departamental para su uso por el gobierno que sucediera al de Guillermo Caraballo.
Una gran posibilidad y al mismo tiempo una gran responsabilidad, porque implica el contraer deuda en un gobierno departamental ya deficitario, por lo que deberán compatibilizarse acciones imprescindibles con las perspectivas de repago del fideicomiso más allá del período de gobierno, tal como fue autorizado por la Junta Departamental, en el entendido de que lo que se financie por esta vía debe ser de necesidad y proyección tal que trascienda las tareas habituales de una Intendencia, para dar sustentabilidad al crecimiento y desarrollo del departamento.
Una tarea que los sanduceros han confiado al próximo intendente por una sustancial mayoría de votos, en una carta de crédito que no es sin embargo carta blanca –valga el juego de palabras– ni irrevocable hasta que sea sometido nuevamente a la voluntad popular. Un desafío que implica entre otras cosas que el jerarca se rodee de un equipo de trabajo en el que la capacidad esté por encima de las inclinaciones partidarias y los amiguismos, con sensibilidad hacia la gente pero con la firmeza de poder decir que no llegado el momento y no emitir promesas fáciles, así como dotar de la mayor transparencia posible a su gestión, con discernimiento para generar lo que es posible antes que un ideal casi siempre inalcanzable.
Y sobre todo trabajo, mucho trabajo, creatividad pero no delirio, apertura mental y considerar propuestas vengan de donde vengan, en el entendido de que el objetivo supremo es lograr lo mejor para el departamento sus habitantes, que es el leit motiv de un gobernante.
Apostamos a la inteligencia y sentido común del nuevo intendente para llevar adelante la conducción del departamento dentro de estos parámetros, que sin dudas son también los que ha expresado implícitamente el votante sanducero en las urnas el 27 de setiembre.
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