Ni la pandemia ha podido aplacar la degradación medioambiental

Cuando se creía que como contrapartida al azote sanitario y en la economía generado por la pandemia de la COVID-19, tendríamos este año cierto alivio a la degradación medioambiental por causa de una menor actividad humana, nos encontramos sin embargo con que según la Organización Meteorológica Mundial, la humanidad jamás se ha enfrentado a una concentración media mundial de CO2 (dióxido de carbono) tan elevada como la actual. La última vez que la Tierra acumuló tanto CO2 en la atmósfera el nivel del mar estaba entre 10 y 20 metros por encima del actual.
Con la desaceleración de la economía mundial, si bien se han registrado menos emanaciones perjudiciales por la caída de la producción industrial y otras actividades, la atmósfera sigue incrementando mayores niveles de afectación, según mediciones del presente año.
Uno de los datos que aportaba hace unos días el último Boletín sobre los Gases de Efecto Invernadero de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), indica que la concentración media mundial de dióxido de carbono alcanzó las 407,8 partes por millón (ppm) en 2018, tras haber sido de 405,5 ppm en 2017. Además, las concentraciones de metano y óxido nitroso se dispararon y ascendieron en mayores cantidades que durante los últimos diez años. Como decíamos, la última vez que se dio en la Tierra una concentración de CO2 comparable fue hace entre 3 y 5 millones de años, y el nivel del mar estaba entre 10 y 20 metros por encima del actual.
“Esta tendencia continua a largo plazo –explican los meteorólogos—eso significa que las generaciones futuras tendrán que hacer frente a unos efectos cada vez más graves del cambio climático, como el aumento de las temperaturas, fenómenos meteorológicos más extremos, un mayor estrés hídrico, la subida del nivel del mar y la alteración de los ecosistemas marinos y terrestres”. Problema añadido, además, es el hecho de que “el CO2 permanece en la atmósfera durante siglos y aún más tiempo en los océanos”.
La OMM alerta que “desde 1990 ha habido un incremento del 43% del forzamiento radiactivo total (que tiene un efecto de calentamiento del clima) provocado por los gases de efecto invernadero de larga duración”. Además, y según las cifras proporcionadas por la Administración Nacional del Océano y de la Atmósfera (NOAA) de Estados Unidos, el CO2 ha contribuido en casi un 80% a ese incremento.
La desaceleración de la producción industrial en los primeros meses de la pandemia (del orden del 17 por ciento) y los confinamientos que afectaron a gran parte de la población mundial –provocando la disminución del uso del transporte aéreo y terrestre– no han servido para bajar la curva ascendente de los gases de efecto invernadero.
El secretario general de la OMM, Petteri Taalas, explicó que las cuarentenas masivas pueden haber disminuido la emisión de agentes contaminantes y gases invernaderos, pero no han tenido ningún impacto significativo en su concentración en la atmósfera.
El calor que este fenómeno produce está detrás del aumento de la temperatura global, de la subida del nivel del mar y su acidificación, del deshielo y de la violencia de algunos desastres climáticos, como los recientes huracanes en el Atlántico.
Taalas recordó que desde 1990 el forzamiento radiativo (diferencia entre la insolación (radiación) absorbida por la Tierra y la energía que ésta irradia de vuelta al espacio) ha aumentado un 45%, reforzando el calentamiento del planeta.
Pero el CO2 no es el único gas de efecto invernadero que bate marcas: según los registros de la red de Vigilancia de la Atmósfera Global, que cuenta con estaciones en las regiones remotas del Ártico, en zonas montañosas y en islas tropicales, “las concentraciones de metano y óxido nitroso se dispararon y ascendieron en mayores cantidades que durante los últimos diez años” (y la vida atmosférica del metano, aproximadamente 12 años, es más corta que la del CO2, pero su efecto invernadero es 23 veces más potente).
Petteri Taalas evaluó asimismo que “no hay indicios de que se vaya a dar una desaceleración, y mucho menos una disminución, de la concentración de los gases de efecto invernadero en la atmósfera a pesar de todos los compromisos asumidos en virtud del Acuerdo de París sobre el cambio climático. Tenemos que plasmar los compromisos en acción y aumentar el nivel de ambición en aras del bienestar futuro de la humanidad”.
Además la OMM estima que las emisiones mundiales seguirán creciendo de aquí a 2030 “si se mantienen las políticas climáticas y los niveles de ambición actuales”. El informe de síntesis United in Science (Unidos en la Ciencia), elaborado para la Cumbre sobre la Acción Climática que organizó Naciones Unidas en Nueva York el pasado mes de setiembre, subraya “la manifiesta, y cada vez mayor, disparidad entre los objetivos acordados para resolver el problema del calentamiento global y la realidad”.
Esta “disparidad” entre los objetivos y la realidad es demostrativo de las dificultades que se presentan para aterrizar las buenas intenciones y los enunciados, porque hay muchos intereses económicos y de poder en juego entre las grandes corporaciones y entre los estados, y nadie quiere renunciar a las “ventajas” que les implica hacer una moña a las reglamentaciones y acuerdos para ganar esa diferencia.
Sin dudas, es preciso intensificar las medidas y encarar decididamente acciones concretas para reducir las emisiones, porque lo que hacen muchos de los grandes responsables por esta situación es seguir pateando la pelota para adelante, eludir responsabilidades y luego “explicar”, con cara de circunstancias, por qué no han hecho lo que debían y se habían comprometido a hacer.
De no revertirse esta actitud, en el mediano plazo todos deberemos enfrentar las consecuencias de un planeta radicalmente averiado por el cambio climático, del que nadie podrá bajarse y decir que no tiene nada que ver.