Un paso adelante

La pandemia de COVID-19 aún no está cerca de terminar, quedan todavía muchos lugares del mundo afrontando problemas serios, países en los que el acceso a las vacunas y materiales para los tratamientos han perjudicado y sellado la suerte de miles de personas, lugares donde también existe el riesgo cierto de la aparición de nuevas variantes que puedan complicar el panorama. Ha transcurrido poco más de año y medio desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS), declaró la situación de pandemia, y en algunos países, como el nuestro, da la impresión que se empieza a ver la luz al final del túnel (toquemos madera). La enfermedad es, cuando menos, mucho menos mortal que al inicio, también se aprecia que las internaciones por cuadros severos son muchísimas menos y el tema también va perdiendo fuerza, en tanto el mundo está regresando a sus antiguas discusiones y preocupaciones, y a otras nuevas, después de esta fase tan monotemática.
Pero este cambio, este giro, no se dio así nomás, espontáneamente; no ocurrió que el virus simplemente perdió fuerza y miles de millones de seres humanos se volvieron inmunes (o al menos más resistentes) por arte de magia. Para llegar a este estado de situación hubo millones de horas en todo el mundo de dedicación, de estudios, de análisis, de desarrollo, de investigación, pero también de desvelo, de apartamiento de la familia, de resignación de un montón de cosas por parte de personas que dieron con la clave para el desarrollo de las vacunas. Aquí en nuestro país ese esfuerzo tuvo un justo reconocimiento que se personalizó en los integrantes del Grupo Asesor Científico Honorario, GACH, que trabajó con el gobierno, pero que debería hacerse extensivo a todos quienes desempeñaron tareas en la investigación asociada a enfrentar la pandemia, de la manera que fuera. Y han sido muchos.
Pero no solamente se trata de vacunas. En este período se han desarrollado –o masificado, porque algunos ya existían– cientos, o seguramente miles, de técnicas, procedimientos, productos, servicios o accesorios, que han tenido como fin mejorar las condiciones generales de la población. Muchos de ellos están contenidos en compendio de tecnologías sanitarias innovadoras para la COVID-19 y otras enfermedades prioritarias, de reciente publicación por la OMS, tecnologías realmente algunas muy sencillas, usos prácticos para aparatos preexistentes, en otros casos desarrollos más complejos, que seguramente demorarán en estar disponibles en países menos desarrollados, pero que ya están en el mundo, y será su expansión cuestión de tiempo y de voluntad política, siempre necesaria.
Por mencionar un ejemplo bien conocido, la educación a distancia ha sido tal vez el de mayor penetración, sobre todo para quienes tienen hijos en edad escolar o liceal. Ya existía todo como para impartir cursos de forma virtual: las máquinas, los software, la conectividad (no en todos los países es igual, lógicamente), pero no tuvo una explosión sino hasta que fue necesario que todos permaneciéramos en nuestros domicilios. Está claro que no es lo mismo que ir a la escuela a tener clases presenciales, no hace falta ni explicarlo, en primer lugar porque la pantalla no puede sustituir el aspecto de la socialización, que es uno de los pilares de la educación tal como la conocemos, pero hay que imaginarse cómo hubiese sido este período sin esta herramienta. Es más, hoy, que están de regreso los niños y los jóvenes en las aulas, la educación a distancia parece tender a volver a fase cero; seguramente no desaparezca del todo, pero vamos rumbo a dejar pasar la oportunidad de desarrollarla como una solución de verdad para tiempos no pandémicos, para personas que habitan en zonas alejadas, para no fomentar la migración hacia las grandes ciudades. Pero eso es tema para otro día.
Solamente por mencionar otros ejemplos interesantes, están incluidos en el compendio, y ya en el mercado, un concentrador de oxígeno a energía solar, desarrollado en Canadá; un ventilador de baja presión de entrada de oxígeno, made in Vietnam; un aparato de rayos X portátil con múltiples posibilidades de alimentación energética, optimo para países de ingresos medios y bajos, desarrollado también en Canadá. Lista también este compendio algunos desarrollos que todavía están en fase de prototipo, como un modelo de mascarilla facial (tipo tapabocas) reutilizable, basado en polipropileno, patentado en Estados Unidos; test de microfluidos para la detección de COVID-19, de origen sueco; un software para screening de recién nacidos que utiliza la cámara de los smartphones, creado en Noruega; equipos de protección biodegradables basados en celulosa, diseñados en Bangladesh; entre otros.
La doctora Mariângela Simão, subdirectora general de Acceso a Medicamentos y Productos Sanitarios de la OMS destacó que las tecnologías innovadoras “están acelerando el acceso a la atención de la salud en todas partes, pero debemos asegurarnos de que estén fácilmente disponibles en todos los establecimientos de salud a un precio justo y con garantías de calidad”. Ese es el verdadero desafío. Sin embargo, la historia nos enseña que más temprano que tarde la tecnología siempre se vuelve accesible y se masifica.
Pensando en los desafíos que tiene el país por delante, y no solamente en lo relacionado con la pandemia, aunque también, cabe traer algunas reflexiones del doctor Gonzalo Moratorio en el portal de la Universidad de la República (UdelaR), quien considera que Uruguay “tiene lo más difícil de generar que son los recursos humanos. Lo que hace falta es apostar a una infraestructura biotecnológica, apostar a la creación de ecosistemas innovadores que tengan como eje central a la biología para poder catapultar y terminar de consolidar la ciencia del siglo XXI”. Considera que “en biología será posible generar avances tales como los que tuvo la física a mediados del siglo XX o el poder de cómputo de sistemas informáticos hacia finales del siglo XX, gracias a tecnologías como las del ARN, a tecnologías como la de Crispr, que permiten la edición genómica. Estas permiten claramente hacer de la biotecnología un motor para la sociedad, donde ya estamos inmersos”.
Para aprovechar esto, dijo, “es fundamental un alineamiento político, una decisión como sociedad de utilizar la ciencia para impactar absolutamente en todo lo que hacemos como especie”. Y agregó que la ciencia “tiene que impactar en lo medioambiental, en las energías renovables, en la salud, en la tecnología agropecuaria, en la tecnología veterinaria, en la industria de los alimentos, en el manejo de nuestros ecosistemas; la ciencia tiene que ser transversal a todas actividades humanas y a las disciplinas como las finanzas y la economía. Tenemos que ponerle ciencia a las cosas, ese es el camino”.