Desde hace varios años, pero sobre todo a partir del avance científico que ha permitido una mayor difusión y mejores resultados en operaciones de cambio de sexo, se ha desatado una polémica internacional en torno a la participación de deportistas trans en las competencias de alto nivel, fundamentalmente en el caso de los campeonatos internacionales, mundiales y olimpíadas, teniendo en cuenta la ventaja deportiva que implica la participación de quienes han desarrollado biológicamente su cuerpo de hombre para la alta competición, y a la vez participan en torneos de categoría femenina con una evidente ventaja física.
Y la polémica sustancialmente se ha instalado, a partir de posturas radicales de quienes defienden a ultranza que se permita esta participación en el entendido de que la prohibición sería una forma de discriminación hacia la transexualidad, haciendo hincapié en sus derechos. Pero a la vez soslayan que el hecho notorio de que contemplar a estas minorías es una forma de discriminación hacia las atletas femeninas, condenadas a competir con quienes si bien se han efectuado una operación de cambio de sexo, mantienen en gran medida las fortalezas físicas intrínsecas al sexo masculino que las habilitan a competir con ventajas en los escenarios deportivos.
Por supuesto, es una polémica alimentada por la militancia de grupos fundamentalistas y feminismos a ultranza, que pretenden negar la realidad de la biología en aras de justificar su intolerancia y expresiones de quienes se sienten dueños de la verdad, tal como se da en otros órdenes en que dicotomías de similar tenor están instaladas.
Este contexto sirve para ubicarnos en la clave de la información dada a conocer en las últimas horas por la FINA (Federación Internacional de Natación), la que dio cuenta de que nadadores trans no podrán competir en categorías femeninas. El domingo la federación informó que aprobó su nueva política de inclusión de género y que acordó por votación impedir que los nadadores transexuales compitan en carreras de élite femeninas si pasaron por cualquier parte del proceso de pubertad masculina.
La nueva política de la FINA, aprobada con el 71% de los votos de los 152 miembros en su congreso general extraordinario con motivo de los Campeonatos del Mundo que se están disputando en Budapest, exige que los competidores transgénero hayan completado su transición antes de los 12 años para poder competir en las pruebas femeninas.
La FINA a su vez también intentará establecer “una categoría abierta” en las competiciones para los nadadores cuya identidad de género sea diferente a su sexo de nacimiento. La política incluye propuestas para una categoría de competición abierta. La FINA creará un nuevo grupo de trabajo que dedicará los próximos seis meses a estudiar la forma más eficaz de establecer esta nueva categoría”, indica la organización en un comunicado.
Al comentar la política, el presidente de la FINA, Husain Al-Musallam, afirmó que “tenemos que proteger los derechos de nuestros atletas a competir, pero también tenemos que proteger la equidad competitiva en nuestras pruebas, especialmente la categoría femenina en las competiciones de la FINA”.
“La FINA siempre acogerá a todos los atletas. La creación de una categoría abierta significará que todo el mundo tiene la oportunidad de competir a un nivel de élite. Esto no se ha hecho antes, así que la FINA tendrá que marcar el camino. Quiero que todos los atletas se sientan incluidos para poder desarrollar ideas durante este proceso”, agregó.
No hace falta tener más de dos dedos de frente para razonar que la decisión de la federación es de absoluta lógica y que es un imperativo.
En este sentido el periódico El Español da cuenta que el debate sobre la participación de deportistas trans en categorías femeninas sigue sobre la mesa. En este país sectores del feminismo como el que defiende el grupo Contra El Borrado de las Mujeres rechazan frontalmente esta inclusión, pues ven en ella una forma de que estas categorías sean copadas por personas con ventaja competitiva sobre las deportistas.
La polémica sobre cómo tratar el asunto está sobre la mesa, a partir de interrogantes como cuándo y bajo qué condiciones una deportista trans puede ser incluida en competiciones femeninas. Sin embargo, la gestión realizada por organismos referentes como el Comité Olímpico Internacional no ha permitido mitigar las diferencias entre los sectores. Frente a los requisitos que se impusieron en 2015 donde se analizaban los niveles de testosterona y se ponían unos límites, en 2021 el COI dio un paso atrás y acabó con esa norma.
Tras esta decisión, dejaron todo el poder en manos de cada federación internacional (como es la FINA en el caso que nos ocupa, con su reciente definición) con la base de que nunca haya una “desventaja desproporcionada”. Pero esos términos son lo suficientemente amplios como para que cada deporte instaure una normativa diferente. Así las cosas, en países como Estados Unidos ha estallado el caso Lia Thomas, la joven nadadora trans que ha estado batiendo récords compitiendo con mujeres, pero cuyos éxitos rechaza parte de la sociedad por no haber igualdad de condiciones.
Los casos más denunciados comprenden a Mack Beggs como campeona de lucha libre femenina en Texas. Hannah Mouncey como jugadora tanto de balonmano como de rugby femenino. Mary Gregory, que ha batido cuatro récords de halterofilia femeninos, o Laurel Hubbard, quien acudió a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 siendo la primera trans. En su caso, pese a haber batido diferentes récords femeninos con anterioridad, se marchó de la cita olímpica con un mal resultado.
Además, acabó confirmando su retirada semanas más tarde. Sin embargo, es el caso de Lia Thomas el que más repercusión está teniendo. Esta joven nadadora trans compite en la NCAA de Estados Unidos. Lo hace en equipo de chicas. Y ha estado rompiendo todos los récords. La crítica que más le echan en cara es que cuando era hombre no ganaba carreras, pero compitiendo con mujeres como Lia Thomas, es la número uno.
Contra El Borrado de las Mujeres cuenta con estudios que sustentan sus bases. Emma Hilton, una de las ponentes, asegura que “los estudios longitudinales que examinan los efectos de la supresión de testosterona en la masa muscular y la fuerza en transfemeninos (varones biológicamente) muestran constantemente cambios muy modestos, donde la pérdida de masa corporal magra, el área muscular y la fuerza generalmente descienden aproximadamente un 5% después de 12 meses de tratamiento”. Un descenso insuficiente para generar la igualdad competitiva.
Y este es precisamente el punto en cuestión, el tener la decisión y coraje, pese a la presión de los lobbies, de hacer lo que se debe hacer para evitar las distorsiones de las competencias deportivas por cuestiones de reclamos de igualdad de derechos que no son tales, a la vez de buscar canales como ha hecho la FINA, para habilitar categorías especiales que permitan la participación sin causar perjuicios al resto por su naturaleza biológica.
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