Los campos que se vacían y los asentamientos que crecen

Desde hace varias décadas, y durante los gobiernos de todos los partidos, se ha venido desarrollando en Uruguay un proceso de despoblación del medio rural, el que se acentúa en determinados ciclos de la economía, cuando los precios de los productos del agro están en un ciclo depresivo, pero que no es compensado cuando se dan los períodos buenos, en tanto tampoco desde los gobiernos centrales se ha estado a la altura de las circunstancias para lograr la reversión de este negativo panorama.

A propósito de este proceso, del que nos hemos ocupado en numerosas oportunidades desde la página editorial de EL TELEGRAFO, el movimiento Un Solo Uruguay (USU) ha divulgado un documento en el que se formulan reflexiones a propósito de este escenario, y califica el despoblamiento en el campo como “genocidio de la ruralidad”.
Más allá de lo dramático de este concepto, la realidad indica que no le falta razón al movimiento en cuanto a las implicancias de este fenómeno para el país, que no es exclusivo de Uruguay, sino que es global. Con la salvedad de que una cosa es que se dé en naciones industrializadas y desarrolladas, y otra muy distinta en un país como el nuestro, de base esencialmente agropecuaria, y que necesita de un tramado socioeconómico fuerte de apoyo y de carácter regenerativo en el medio en el que se genera la mayor riqueza.

No estamos ante un fenómeno abstracto de vaciamiento de los campos, sino que las familias que emigran por regla general se van hacia asentamientos periféricos de las grandes ciudades, y por lo tanto agravando las carencias por marginación, falta de empleo, déficit educativo, carencias en servicios y precariedad.
El documento hace referencia en su título a que se trata de “Genocidio de la ruralidad en Uruguay: una exitosa política de Estado”, es decir reafirmando el concepto que señalamos de que el escenario trasciende la rotación de partidos en el poder y las ideologías, a la vez de hacer hincapié en que Uruguay lidera el ranking internacional de países que tienen una de las menores poblaciones rurales en relación con su población total, con un magro 4%.

“Al observar los datos de este proceso de desplazamiento de la población rural, vemos que ha sido un proceso ininterrumpido (al menos desde 1960 cuando la población rural era de un 21%) y salvaje en cuanto a sus dimensiones, pasando de más de medio millón de personas en 1960 a escasas 150 mil personas o quizás incluso menos en la actualidad, según el último censo nacional que fue en 2011”, afirma el documento.
Además, cuestiona que “se repita casi como una letanía que el proceso de despoblamiento rural es una tendencia mundial simplemente irreversible”.
Es que estamos a todas luces en un proceso global que se ha dado a lo largo de los siglos, cuando la población mundial vivía en su mayoría en el ámbito rural, desde donde obtenía su sustento diario, pero sobre todo fue a partir de los albores del Siglo XX que el impacto de la revolución industrial en lo que refiere al proceso migratorio obró como un imán para propiciar migraciones masivas de población desde zonas rurales a los centros urbanos, donde había empleo y mejores condiciones de su calidad de vida.

El USU reflexiona que “era bastante lógico que ese fenómeno se diera, ya que los pobladores rurales tenían condiciones de vida paupérrimas y las posibilidades de mejorar su situación económica obviamente estaban en poder trabajar en las fábricas, que empezaban a demandar trabajadores en forma intensiva”, pero a la vez aclara que en los países que fueron la cuna de la Revolución Industrial “el porcentaje de población rural que tienen hoy es muchísimo mayor al de Uruguay” y lo compara con países europeos como Alemania e Inglaterra, entre otros.
A su vez, asegura que, a diferencia de lo que ocurrió en Europa, los pobladores rurales de Uruguay no han migrado desde las zonas rurales a las ciudades para satisfacer una demanda de trabajadores por parte del sector industrial (u otros sectores de la economía), sino que “sencillamente han estado engrosando cinturones de pobreza y multiplicando asentamientos”.

Es cierto, no todos los países son lo mismo, sino que hay factores internos que pueden acelerar o enlentecer este proceso de despoblación. Pero la constante, por encima de estas particularidades, es que los campos se han ido vaciando de familias, aunque debe tenerse presente que no todas las zonas rurales son lo mismo, y que hay explotaciones que favorecen la radicación de familias y otras que tienden a expulsarlas, porque conllevan escasas fuentes de trabajo y condiciones que no alienten a establecerse o permanecer en el medio.

Además, se pone énfasis en un aspecto clave: “resulta evidente que la mayor riqueza que ha tenido y tiene el país radica en lo agropecuario y las exportaciones muestran que aproximadamente un 80% de lo que se exporta tiene su origen en cadenas agropecuarias o agroindustriales. También es claro y nos distingue de muchos otros países el hecho de que más del 90% de nuestro territorio tiene aptitud agropecuaria”.

Igualmente, acotamos, también es cierto que la actividad pecuaria no es una explotación que demanda mucha mano de obra, y que a la vez requiere grandes extensiones de campo pero poca población dependiente para desarrollarse, contrariamente a lo que ocurre con otras producciones y países donde hay explotaciones agropecuarias más intensivas, aplicación de modernas tecnologías, con cadenas de valor incorporadas en el propio medio, como se han dado en Uruguay en polos de desarrollo puntuales que no han alcanzado para retener a muchos de quienes han optado por emigrar, debido a falta de oportunidades laborales y una calidad de vida insatisfactoria, en promedio.

Por lo tanto estamos ante factores coadyuvantes que han incidido para que en Uruguay se dé con tanta gravedad este proceso y que con un 4 por ciento de población en el medio rural estemos entre los países del mundo con los predios rurales más vacíos respecto al total de la población.
El documento también afirma que en Uruguay hay “una anormalidad en el bestial despoblamiento rural que han generado las políticas públicas de el país”, ya que no “hacer nada es una política pública en sí mismo”, aspecto este que tiene sustento parcial, ya que se ha intentado de alguna forma revertir este proceso, solo que se ha hecho con medidas puntuales, por cada gobierno y no en el marco de la continuidad de una política de Estado, que es la única forma de lograr efectividad, dentro de determinados parámetros.

Y pese a que por regla general hay coincidencias en el sistema político en cuanto a la gravedad del fenómeno, una cosa es asumirlo y otra muy distinta poner manos a la obra, porque se necesitan políticas de mediano y largo plazo para hacer sustentable por lo menos el que se detenga esta emigración sistemática hacia las ciudades.

Pero primero hay que encontrar coincidencias en el diagnóstico y luego pasar a diseñar estas políticas para abordar las respuestas, lo que requiere compromisos, diálogo, trabajo e intercambio de ideas con las partes directamente involucradas que tengan carácter representativo. Y la verdad es que lamentablemente, hasta ahora, los pasos cortoplacistas y puntuales que se han dado solo han sido paños tibios que no han movido la aguja, ni siquiera para disimular que el gran problema sigue planteado en todos sus términos, mientras los años siguen pasando y la gente de nuestro interior profundo sigue yéndose en busca de mejores horizontes.