Los populismos que traen estos lodos
A esta altura de la era Milei, su nuevo gobierno ha anunciado que hará lo que había que hacer desde hace muchos años pero que ningún gobierno se animaba –el kirchnerismo simplemente no quería– para ordenar la economía y frenar la dura caída hacia el despeñadero.
Pero nadie se animaba, porque primó el objetivo de mantenerse en el poder y no pagar las culpas de todo lo mal que se había hecho durante tantos años y que llevaron al desastre que es la economía argentina, la economía de un país inmensamente rico pero que está pagando el duro precio de seguir pateando la pelota para adelante y los intereses políticos de mantenerse en el poder.
Los gobiernos kirchneristas fueron precisamente el mayor ejemplo de la desidia y la corrupción: era preferible armar y seguir manteniendo los planes sociales para mantener cautivos a millones de votantes, antes que sincerar la economía, pero se optó por seguir adelante con la demagogia, las medidas populistas y encima trancar y desacreditar a todo aquel que propugnara el camino del sentido común y de la búsqueda de soluciones.
¿Y ahora? Con un pueblo argentino harto de promesas y la inflación devoradora, la corrupción en las más altas esferas de gobierno, la dictadura sindical y los piquetes en la calle, hicieron carne en gran parte de la población, con mayor o menor simpatía o adhesión, la propuesta de sangre, sudor y lágrimas pero con algún margen de esperanza, de Javier Milei. Algo que hasta ahora no se había podido lograr con un pueblo argentino que durante muchos años vivió la fantasía peronista de la vida fácil, de vivir por encima de las posibilidades, como un nuevo rico, porque todo lo paga el rico y todopoderoso Estado, con sus planes sociales, los subsidios a la energía, al transporte, a los servicios, salarios por encima de la inflación y un largo etcétera de delirios en los que sin embargo han seguido creyendo mucho de los votantes.
A juicio de varios analistas, la estrategia oficial sería aprovechar la “llamarada” inflacionaria de los primeros meses de 2024, con licuación de gasto público, salarios, jubilaciones y pases del BCRA (Banco Central) para lograr un descenso de precios en la segunda mitad del año debido a la caída de la actividad económica y el consumo de las familias, cuyos ingresos serían ajustados debajo de la inflación. Es el escenario de estanflación que pronosticó Milei en las semanas previas al balotaje.
Pero la dura realidad es difícil de asimilar, sobre todo cuando no se tiene el convencimiento de que se va por el buen camino, y esa es la gran interrogante para el gobierno de Milei, si podrá hacer frente al (mal)humor social que inevitablemente vendrá más temprano que tarde, porque una cosa es gritar “motosierra, motosierra” contra el gasto estatal en un mitin político, como en el día de la asunción, y otra muy distinta sufrir en carne propia las consecuencias iniciales del ajuste, cuando los precios siguen subiendo desaforadamente de un día para el otro y los ingresos no acompañan el proceso.
Tenemos así que durante los pocos días de transición, los precios aceleraron su loca carrera y en noviembre hubo una inflación de casi el 13 por ciento, lo que continúa en este diciembre, como consecuencia de que todos quieren cubrirse y lo que en realidad hacen es seguir arrojando leña a la hoguera de la inflación, que tiene origen en la economía pero también en gran medida de expectativas.
Y hasta ahora, el flamante gobierno habla de ajuste y adoptó algunas medidas que tienen más de simbolismo que de efectividad, como algunos recortes en locomoción y gastos accesorios en dependencias estatales y gubernamentales, que no mueven la aguja, como sí la mueven en el humor social la sucesión de aumentos indiscriminados en todos los productos y servicios.
Un componente esencial del plan de gobierno es el control del déficit fiscal, una adicción de la que la Argentina nunca pudo salir, y en este sentido hasta ahora el Gobierno trazó un plan que no será fácil atravesar, porque en este ínterin intentan mejorar los ingresos con más carga impositiva, además de bajar los gastos.
Un mal endémico de la Argentina, pero que además se ha agravado, es mencionado por el ministro de Economía, Luis Caputo, en el mensaje en el que anunció el paquete de medidas que denominó de emergencia. “La Argentina -dijo- tuvo superávit en 13 de los últimos 123 años. El déficit fiscal es una adicción de la que el país no ha podido salir”.
Sobre este tema reflexiona el analista del diario La Nación, Diego Cabot, al señalar que “esta lógica de pensamiento lleva a la discusión respecto a cómo hizo el país para mantener el gasto, o incluso duplicarlo, pese a que lo que recaudaba era insuficiente. Los sucesivos gobiernos transcurrieron por todo lo imaginable. Hace muchos años se gastaron el oro del Banco Central, se endeudaron con créditos o emitieron deuda soberana (otra manera de endeudarse). Hace no tanto tiempo, se vendieron empresas públicas para lograr recaudación extra y mantener el nivel de gasto”.
Situándose en el plano de las personas, equivale a preguntarse “cómo hizo cada uno para financiar el 90% de su vida, e incluso, duplicar el gasto en ese tiempo. Posiblemente también haya pedido créditos y también haya liquidado stock, como algún bien, una herencia o las joyas de la abuela”.
La monumental diferencia que hay con el Estado, es que éste “tiene la potestad de financiar todo lo que quiera con dinero que emite. Es decir, tiene el monopolio de la fábrica de billetes. Ahora bien, esa solución no es mágica y tiene consecuencias”, una de las cuales es la Argentina inflacionaria, sin crédito y con pésima reputación en el mercado.
Y lo que no se ha hecho, para no pagar costos políticos, es precisamente sincerar la economía y situar el gasto dentro de las posibilidades del país, en el marco de un equilibrio fiscal o un pequeño déficit controlado.
La lógica indica que debían encararse correctivos imprescindibles: gastar menos o recaudar más, o tercero, una mezcla de ambas. Estos enunciados forman parte del ABC del ajuste –por ahora no hay plan económico– de Javier Milei, y conllevan una sustancial caída de la calidad de vida de la mayor parte de los argentinos, por lo menos en una etapa inicial que nadie sabe cuánto puede durar.
Es que bajar el gasto, un remedio inevitable, es una alternativa que hace perder elecciones, que provoca salidas y renuncias anticipadas de ministros de Economía y los sucesivos gobiernos lo han evitado, para no pegarse un tiro en el pie. En 2003, cuando asumió Néstor Kirchner, el peso del gasto público representaba el 24% del Producto Bruto Interno (PBI). Pasaron 20 años y actualmente, pese a que no está cerrado este 2023, se estima que terminará en alrededor de 43%. Es decir, en 20 años, el peso del Estado aumentó su tamaño 80%. Sólo en el período de Mauricio Macri esos números cayeron de 43 a 37% del PBI, y le alcanzó para perder la elección, aunque no fue la única causa.
Es decir, las medidas que anunció Milei hasta ahora son condición necesaria pero no suficiente para un programa económico con reformas de fondo, hincando el diente en las estructuras, que aporten un horizonte más allá de las penurias de corto plazo, y la gran interrogante es si le alcanzará el tiempo, con un creciente movimiento de resistencia de las organizaciones sociales afines al kirchnerismo, que harán todo lo posible para que el populismo suicida vuelva al poder.
Algo que hasta ahora nadie se anima a pronosticar. Y hacen bien, ante una ecuación con demasiados componentes desconocidos. Y lamentablemente con un presidente que tampoco resulta demasiado creíble. → Leer más