Los jóvenes que buscan trabajo atraviesan por un proceso de frustración. Eso se refleja en las cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) que, con datos relevados en marzo pasado, muestra que el desempleo juvenil se dispara al 26,2% en los jóvenes de hasta 24 años. Como contrapartida, el último informe del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineed) del viernes señala que más de la mitad de los alumnos de tercer año de Secundaria y UTU manifestaron “curiosidad por conocer diferentes ocupaciones” o se encuentran interesados “en trabajar en un futuro cercano”. El Ineed agrega que “si bien es cierto que el trabajo adolescente no es una situación deseable, ya que tiene consecuencias directas sobre el rezago y el abandono escolar, el sistema educativo debería garantizar la información y las condiciones para que puedan coexistir enseñanza y trabajo”.
Es decir que no hay un enfoque que brinde respuestas en esa dirección y eso también se ve en las encuestas oficiales. Si bien trabaja solo el 5% de los estudiantes que cursan tercer año de educación media, en la gran mayoría de los jóvenes el trabajo se encuentra entre sus aspiraciones cercanas.
El Ineed dice que “el acompañamiento del sistema educativo al mundo laboral no debería reducirse a la enseñanza técnica, ya que los estudiantes de secundaria también deben prepararse para abordar su trayectoria vital”. Es que en la enseñanza técnica hay una “menor proporción de jóvenes” que ve al trabajo como algo lejano y “el doble de ellos, si se los compara con sus pares de secundaria, se encuentra trabajando o buscando trabajo”.
Sin embargo, ¿cuál es el impacto en sus territorios de esta información que brindan los jóvenes? Que en casi el 70% de los liceos no hay un espacio para la orientación vocacional en los estudiantes de educación media, que tres de cada cuatro adscriptos reconocieron que “nunca” reciben visitas de empresarios o emprendedores, y que nueve de cada diez admite que los estudiantes “nunca” reciben capacitación en un negocio o institución como parte del programa curricular en el año lectivo.
Estos espacios son más comunes que se encuentren en los centros de educación técnica y en los contextos muy favorables. En este último caso, en su mayoría son instituciones privadas. Pero, “independientemente del contexto al que pertenecen, en más de la mitad de los centros no se realizan ni visitas de actores con presencia en el mercado laboral ni se generan actividades que los involucren”. Por otro lado, la Encuesta Continua de Hogares revela que el 84% de los jóvenes entre 14 y 17 años que estudian y trabajan no aportan a la seguridad social. El documento define estas situaciones “no deseables” como “alta informalidad”.
Muchas fuentes de empleo provienen del sector agropecuario, donde un 20% de esa población se dedica al cultivo de hortalizas, en segundo lugar (17,4%) lo hacen en servicios de comidas móviles o restaurantes y el 13,9% en clubes deportivos.
En el informe, “llama la atención la alta proporción de adolescentes que deciden trabajar por cuenta propia (casi el 30% del total de quienes trabajan fuera de la casa) y la diferencia de los montevideanos con respecto a los del Interior (casi 40% frente a un 26,8%)”.
El entorno familiar desfavorable influye en las decisiones de estos jóvenes. Entre los estudiantes que residen en contextos muy favorables “es mayor” el porcentaje de aquellos que reconocen que el mundo del trabajo no forma parte de sus preocupaciones en comparación con quienes viven en contextos muy desfavorable y desfavorable. Estos informes no son confeccionados para engrosar bibliotecas. De hecho el Ineed alienta a que los números expuestos sirvan para describir la situación de estos jóvenes e identificar a aquellos que se encuentran en la doble tarea de estudiar y trabajar, aquellos que solo trabajan y a quienes no hacen ninguna de las dos. Es, en definitiva, una fuente de relevamiento del empleo formal e informal que captan los jóvenes a esas edades y su situación socio-económica. Es una forma de acercamiento a esta población para conocer sus expectativas y preocupaciones frente a un futuro que ven cada más cercano, como es el mundo del trabajo. Pero, sobre todo, es una manera de decirle al sistema educativo –principalmente en el interior del país donde es más elevado el índice de desempleo– acerca de la necesidad de incluir actividades relacionadas al espectro laboral. No hace falta explicar que los adolescentes y jóvenes que salen a buscar empleo a edades tempranas son mayormente pobres y del Interior.
Pero conviene destacar que los empleos que consiguen (tal como se detalla más arriba), no responden a sus expectativas sino a sus necesidades. Y esos aspectos, sí pueden condicionar sus futuros. Porque obtienen salarios bajos y no cumplen con sus metas ocupacionales.
Y esos aspectos, también, se muestran en las estadísticas globales. El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en un estudio reciente muestra que Uruguay tiene un muy alto desarrollo humano, con elevada esperanza de vida, pero con una población joven enfrentada a grandes desafíos. Esos indicadores comienzan con la tasa de egresos en la educación media y persisten en el desempleo e informalidad que es bastante más alta que en el resto de la población.
De ahí proviene la frustración porque la búsqueda resultó prolongada y experimentan las barreras que existen al tratarse del primer empleo.
A partir de los 18 años, de acuerdo a la encuesta del BID, dos tercios de los jóvenes uruguayos que trabajan están insatisfechos con sus empleos y más del 80% aspira a una mayor capacitación para cambiar su realidad laboral.
Es decir, son datos de la realidad experimentados en los centros educativos que son los espacios donde se mueve esta población.
Y es justo reconocer que también se alejan de aquellas impresiones sociales de que los jóvenes “no saben lo que quieren”. → Leer más