Días pasados, el 12 de junio, se presentó en nuestro país el Reporte de economía y desarrollo titulado “Desafíos globales, soluciones regionales: América Latina y el Caribe frente a la crisis climática y de biodiversidad”, realizado y publicado por el Banco de Fomento de América Latina (CAF).
Este documento, disponible para su descarga en la página de CAF (https://www.caf.com/es/especiales/red/red-2023), consiste en un pormenorizado estudio acerca del cambio climático, sus causas y sus impactos, específicamente en América Latina y el Caribe, aportado elementos a un debate que solemos abordar en base a información que se genera en los países del mundo desarrollado, cuya realidad no necesariamente es la misma que la nuestra –de hecho este documento da cuenta de que no lo es–, y que el diagnóstico tradicional puede tener errores de adaptación.
Un ejemplo de esto es la constatación de que “Las emisiones de América Latina y el Caribe provienen principalmente de la actividad agropecuaria, a diferencia de lo que ocurre en los países desarrollados”. Expresa el informe que “El sector agropecuario, de silvicultura y otros usos de la tierra genera el 58% de las emisiones en América Latina y el Caribe. Estas emisiones se dividen entre las que son resultado del uso de la tierra, el cambio de uso de la tierra y la silvicultura (el 38%) y las provenientes de prácticas agropecuarias, tales como la quema de residuos agrícolas, el uso de fertilizantes, el cultivo de arroz y la ganadería (el 20% restante)”. En los países desarrollados, en cambio, el subsector agropecuario tiene emisiones netas negativas, “lo que significa que es un sumidero neto de carbono, que compensa parte de las emisiones generadas en otros sectores de la economía”, plantea el informe de CAF. Prosigue, acerca del resto de sectores de la economía, señalando que “juegan un papel menos importante en comparación con lo observado a nivel mundial”. Menciona que el sector de suministro de energía, “el mayor emisor en el mundo desarrollado, con un 36% de los GEI (gases de efecto invernadero) producidos, representa solo el 13% de las emisiones de América Latina y el Caribe”. Esto, indica, “se explica por los menores niveles de desarrollo que caracterizan a la región y porque esta cuenta con una matriz eléctrica relativamente limpia”. El resto de las emisiones de la región provienen de: la industria, el 16%; el transporte, el 11%, y el sector de edificaciones, o la construcción, como la conocemos acá, con el 2%. También aparece una diferencia en la composición de las emisiones de la región, según el tipo de gas. “El metano, el segundo GEI más importante por la cantidad liberada después del CO2, representa el 23% de las emisiones de América Latina y el Caribe, una proporción mayor que en el mundo en su conjunto (18%) y que en los países desarrollados (13%). Estas emisiones se originan principalmente en la actividad ganadera y, en menor medida, en el uso de combustibles fósiles y la gestión de los desechos sólidos”.
Al respecto señala que “Reducir las emisiones antropogénicas de metano es clave para combatir el calentamiento global en el corto plazo y traería beneficios adicionales para la salud pública y la productividad agrícola debido a la disminución de la contaminación atmosférica”, pero agrega que debido a “la enorme variación en el nivel y la composición sectorial de las emisiones dentro de la región determina que las necesidades y oportunidades para reducirlas sean también diferentes”. Y es que no todos los países generamos lo mismo. Una de las características es la heterogeneidad en cantidad de población, en sus niveles de ingresos y en la estructura de las economías. De hecho, señala el informe que el 80% de las emisiones de América Latina y el Caribe proviene de cinco países: “Brasil (45%), México (17%), Argentina (8%), Colombia (6%) y Venezuela (4%)”.
Otro aporte del estudio refiere a las consecuencias esperables en el continente a raíz del cambio climático, algunas de las cuales ya se están notando. En términos generales plantea que “se espera que las precipitaciones aumenten en las costas de Perú y Ecuador, la cuenca del Río de La Plata y el noreste de Argentina, y disminuyan en el norte de Sudamérica, el Caribe, Centroamérica, parte del Amazonas, el noreste de Brasil, el centro y sur de Chile y el sur de Argentina”. Esto determinará un aumento de la aridez aumentará en casi toda la región, “con excepción de las costas de Perú y Ecuador”. A la vez, se está viendo un incremento en la “frecuencia y la intensidad de eventos climáticos extremos, como los ciclones tropicales, las inundaciones y sequías, los incendios forestales y las olas de calor”. De hecho señala que la cantidad de eventos climáticos extremos “en América Latina y el Caribe pasó de 28 por año durante el período 1980-1999 a 53 por año en el período 2000-2021. La población afectada aumentó de 4,5 a 7,2 millones de personas por año en los mismos períodos. Los eventos más frecuentes son las inundaciones y los ciclones tropicales y estos, junto con las sequías, son los que más población afectan cada año”.
Pero asimismo plantea que no hay soluciones mágicas aplicables a todo el continente por la heterogeneidad del territorio, “la exposición y la vulnerabilidad ante las amenazas climáticas pueden variar significativamente entre países, comunidades e individuos”, lo que hace que la respuesta y las necesidades de inversión en adaptación, también varíen. Y no debe sorprender a nadie que la capacidad de hacer frente y adaptarse, es menor “en las regiones con mayores niveles de pobreza y desigualdad, debilidad institucional y bajos niveles de acceso a servicios básicos y capacidades estatales”. El aumento de las temperaturas medias, el cambio en los patrones de precipitación y el consecuente aumento de la aridez, el mayor riesgo de sequías, la mayor incidencia de plagas y enfermedades de los cultivos, son otros efectos negativos esperables mencionados en el informe.
Es bueno tener en cuenta toda esta información a la hora se sumar ingredientes al creciente y recurrente debate sobre los roles y los costos de los Estados, y discutir si es conveniente jugar al “achique” y pretender debilitarlos, cuando los pronósticos son tan poco alentadores sobre los tiempos venideros y todo parece indicar que vamos a necesitar quien mantenga en pie no solamente la infraestructura, sino además los aparatos productivos de toda la región. → Leer más