La pelota no se mancha, decía Diego Maradona, para muchos el mejor futbolista de todos los tiempos. La frase era autorreferencial y la dijo el 10 de noviembre de 2001, tras el partido despedida en la cancha de Boca Juniors y rodeado de máximas estrellas del deporte del momento, al poner cierre a una carrera tan brillante dentro de la cancha, como controvertida más allá del perímetro, y más allá de ese mismo último acto. La pelota no se mancha. Esa máxima parece haber sido puesta a prueba a fondo en la reciente Copa América, llevada a cabo en Estados Unidos con un montón de peculiaridades y que terminó marcada por el escándalo del partido final, donde una invasión de hinchas pretendió ingresar sin entradas, generando situaciones de violencia muy complejas. Pero estas situaciones tenían además un antecedente inmediato con lo ocurrido en el último encuentro de Uruguay, donde una refriega entre parciales uruguayos y colombianos envolvió a las familias de los jugadores celestes y motivó que algunos de ellos saltaran a las gradas y quedaran en evidencia protagonizando ellos también estos desmanes.
Esto está tan trillado por estos días que parece que ni hiciera falta contarlo, pero es necesario poner el contexto debido. Luego de ese episodio en la tribuna vino un episodio que dejó en evidencia a los ojos del mundo todos los problemas de organización que ha tenido el torneo. Hablamos, claro, de la conferencia de prensa del entrenador argentino al frente del plantel uruguayo, Marcelo Bielsa, quien lanzó una serie de afirmaciones en las que desnudó estos problemas de organización del torneo. “Los organizadores estaban en condiciones de evitar que eso pasara”, señaló el técnico, que justificó el accionar de los futbolistas al verse envueltas sus esposas, hijos y familiares en esas refriegas. Pero la gran crítica de Bielsa fue hacia la presentación de las canchas, terrenos de juego improvisados, superficies mal resueltas y peligrosas para la salud de los jugadores, en enormes infraestructuras empleadas habitualmente para otros deportes, como el fútbol americano, porque la liga local, la MLS, no tiene la misma convocatoria y utiliza escenarios de capacidad más reducida —incluso no se detuvo la competencia interna durante la disputa de la Copa—. Pero más que a la mala presentación de las canchas el rosarino apuntó a la intención de hacer parecer que todo estaba pulcramente presentado. “Esto es una plaga de mentirosos. Ya dije todo lo que me prometí no decir. Scaloni se atrevió a decir una vez lo de las uniones —entre los panes de pasto— y le dijeron ‘ya hablaste una vez, no hables más’. Él mismo tuvo que decir que no diría más nada. Los jugadores no pueden hablar”, dijo. “Los norteamericanos no te dicen ‘te doy una cancha perfecta’, te dicen que te dan una instalada hace tres días y que las uniones en el césped no cierran”, también describió.
No es de ahora que Estados Unidos quiere integrarse y formar parte del circo mundial del fútbol. Organizó con mucho éxito un mundial en 1994. Anteriormente, en los años 80, habían fichado sus equipos a figuras de la talla de Pelé o Franz Backembauer, para reforzar un primer intento de conformar una liga atractiva, con una enorme repercusión y sin el mínimo interés en el resto del mundo. Ahora se prepara para en 2026 organizar un mundial junto a México y Canadá, el primero en el que participarán 45 países, casi cuatro veces más delegaciones, casi cuatro veces más hinchadas, con sus traslados, sus controles.
Esta Copa América fue una prueba de fuego para un país que desde siempre ha visto al deporte como un negocio de miles de millones de seguidores en todo el mundo, en el que quiere poner un pie, pero sin terminar de comprenderlo y –a la vista quedó– sin capacidad de controlar los desbordes que vienen con él en el paquete.
Y aquí no caigamos en la fácil de hablar de “los latinos”, o puntualizar en “los colombianos”, como si en plena Eurocopa, al otro lado del Atlántico, no hubiesen pasado por algunas ciudades alemanas como una manga de langosta algunos hinchas muy europeos arrasándolo todo, con el agregado encima de las viejas rencillas entre naciones que se remontan a los orígenes de la historia y siguen latentes. Hasta en las celebraciones de argentinos y españoles, que levantaros las copas a uno y otro lado del mundo, hubo desórdenes.
Y nosotros, los uruguayos, somos los menos indicados, o por lo menos tenemos menos autoridad que nadie para hablar de los problemas de violencia asociados al fútbol y andar señalando la falta de previsión de este o aquél, o el mal comportamiento de los hinchas de tal o cual lugar. Es precioso señalar, sí, pero no podemos obviar los problemas propios. Si venimos, por ejemplo, de un fin de semana en el que el partido entre Nacional y Danubio estuvo detenido más de diez minutos porque los hinchas locales tiraban escombros a la cancha para tratar de que el partido se suspendiera y evitar la goleada que se veía venir, y que se concretó en un 6 a 0 histórico. Un partido en el que no había más de 500 hinchas locales y en el que se puso precios de ópera a los visitantes para desestimular su concurrencia.
Pero además, esta misma temporada hemos tenido agresiones a varios árbitros, enfrentamientos masivos entre hinchas, y no queriendo “colarse”, sino pretendiendo lastimar al adversario. En el mismo fútbol nuestro, en el Interior del país, mucho menos masivo, son frecuentes estos problemas y algunos graves, como nos ha tocado vivir recientemente. Es que incluso en el fútbol infantil han ocurrido inconvenientes.
“La violencia está inserta en la sociedad, no es propia ni exclusiva del fútbol”, esa es la frase, la coartada en la que se cubre la violencia asociada al fútbol, mientras la pelota sigue rodando, impoluta, sobre los remendados campos. → Leer más