Por Marco Rivero
Fotos: Gentileza, Colibrí/UdelaR, Huellas rusas y ucranianas en Uruguay (Facebook)
Andrea Erramuspe, técnica en Turismo, vecina de San Javier, fue quien se puso al hombro la tarea de desentrañar los conocimientos aplicados en las construcciones que desarrollaron las familias rusas que llegaron al país huyendo de la persecución de la que eran objeto, para instalarse en las costas del río Uruguay, en el departamento de Río Negro. Además de sus creencias trajeron consigo otros conocimientos que se hicieron legado, como el cultivo del girasol, que hasta entonces se desconocía en nuestro país y una gastronomía propia que es un distintivo de la localidad. Pero también aplicaron un modelo constructivo novedoso, basado en sus conocimientos, pero adaptado a lo que encontraron en esta tierra en condiciones de ser empleado para hacer viviendas.
“Encontramos con lo que esperábamos encontrar, lo que queríamos era tener una conformación más académica de la realidad de las construcciones en tierra acá en San Javier”, indicó Erramuspe sobre el proyecto que se centró en la investigación de ese modelo constructivo característico de la localidad. “Con Leonardo Martínez siempre hemos tenido esa preocupación por conservar cosas que se estaban perdiendo, que se estaban perdiendo materialmente, porque las construcciones en barro, en tierra, como le llaman los arquitectos, algunas se estaban cayendo, otras se conservan en muy buen estado, porque son las viviendas familiares y las familias las cuidan”. Los conocimientos sobre esta modalidad constructiva fueron pasando de generación en generación. “Porque las personas que sabían de primera mano como hacerlo, porque sus padres, sus abuelos, les habían explicado y tenían esa práctica, estaban muriéndose, eran viejitos; entonces esas cosas se empezaban a perder. No queríamos que que se perdiera totalmente”, dijo. A la vez pretendía el proyecto que se reconociera la importancia que tuvo en ese momento para alojar a los recién llegados.
Previo
Sin embargo el proyecto no empezó de cero. “Teníamos un antecedente del año 2012, del arquitecto Walter Castelli, que estaba trabajando como docente en Salto en la Facultad de Arquitectura y estuvo con alumnos haciendo algo de relevamiento, menos profundo, que lo hizo y presentó los resultados en 2013, para el centenario de San Javier”, recordó. Este nuevo empuje por investigar sobre las viviendas familiares originales de la colonia nació durante el segundo Encuentro de construcción con tierra, de la Facultad de Arquitectura, que se realizó en San Javier en mayo de 2022. “Toda la gente que viene, los arquitectos y antropólogos que trabajan en eso, se interesaron muchísimo y nos propusieron presentarnos a un fondo concursable del MEC para solventar los gastos de una investigación”, recordó. Se presentaron, el proyecto fue seleccionado, y pusieron manos a la obra. “Comenzamos haciéndola primero con los arquitectos; los antropólogos trabajaron en el Hogar Valodia, en casas de personas mayores o gente que estaba relacionada y podía contar cómo se hacían, la forma que tenían de construir los ranchos rusos”. El resto del equipo trabajo en el terreno “relevando las casas, los ranchos, mirando cómo eran, midiendo, los locales hacíamos de nexo. Eso es un capítulo aparte, el agradecimiento a la gente que abrió sus puertas, porque en realidad son sus viviendas, es entrometerse en la vida de las personas, y entrar a sus casas, medirlas”.
Con esa metodología trabajaron durante varios fines de semana, “luego, con el apoyo de los alumnos del Cenur de Salto, con el profesor de Diseño, alumnos de Salto, de Artigas, vinieron todo un sábado y trabajaron en dibujar los planos; fueron jornadas muy productivas”. El relevamiento terminó alcanzando a 12 viviendas “con todos los detalles arquitectónicos”.
Modelos
Este trabajo puso de manifiesto la existencia de dos tipos de construcciones, la primera “lo que decimos el zarzo o la fajina, que es el más común acá en San Javier, que es el de las ramas del monte, ramas de árboles, arbustos del monte entrelazados y luego se les aplica la mezcla de barro, bosta de caballo, paja de trigo y de lino, y luego se le hace un revoque”. La otra modalidad hallada, en menos viviendas, es “algo que ellos llamaban samán, que es como un adobe pero en realidad es un adobe alivianado, un ladrillo grande, sin cocer”, un método único, por lo que han sabido, en el que utilizaron “lo que tenían a mano”. Y lo que tenían a mano es nada más ni nada menos que lo que les ofrecía “la actualmente tan valorada área protegida, los Esteros de Farrapos; utilizan el monte nativo y las tierras, porque el revoque que se hace es un revoque, y mirá los conocimientos que traían, se hace con una mezcla de tierra de hormiguero, porque tiene un componente que es impermeabilizante”. Esta tierra de hormiguero se emplea sobre todo “para recubrir el exterior, para que la lluvia no lo afecte”. Justamente una de las especies características de los blanquiales, uno de los ecosistemas más notables del Estero de Farrapos, es la hormiga Ata, “que hace esos hormigueros grandotes, y de ahí sacaban la tierra para dar el revoque final”.
Dar a conocer
Toda la información obtenida se compendió y ha sido motivo de varias presentaciones desde que en abril de este año se realizó la primera, la oficial, ante la comunidad local, en el Museo de los Inmigrantes. “Hemos llegado hasta Colombia, donde se hizo un seminario iberoamericano de construcción en tierra; se hizo una ponencia sobre los ranchos rusos de San Javier en el tercer Encuentro de Tierra, que se hizo en Tacuarembó; también en Montevideo, en la Facultad de Arquitectura, y por supuesto en nuestro pueblo, en la escuela, en el liceo, en todos lados. Lo importante es la revalorización de esto que tenemos, que no lo queremos perder como identidad cultural”.
Características
Erramuspe valoró que las viviendas tienen una serie de ventajas respecto a la construcción tradicional. “Tienen las características que tienen todas las construcciones en tierra: son mucho más amigables con el medio ambiente, son aislantes para la temperatura, en invierno son más cálidas, en verano son más frescas, no consumen tanta energía y está la facilidad de que las hacían con lo que tenían, muy económicamente podían tener su hábitat”, y señaló que actualmente hay quienes promueven la recuperación estos métodos constructivos, “volver a eso, de otra manera, con otras técnicas”. Además, dijo, emplearon un método de construcción colectivo. “Cuando vinieron lo hicieron así, colectivamente, participa toda la familia porque ninguno de los elementos que se utilizan son peligrosos para los niños, por ejemplo. Más aun, nosotros tenemos fotografías donde son las mujeres las que se embarraban y hacían; las mujeres, de las más viejitas a las más pequeñas de la casa, y lo podían llevar adelante”. Y una vez al año “se remendaban, como cualquier casa convencional: si había una grieta se arreglaba y se volvía a pintar. Ellos eran muy dedicados a la higiene, a tener una casa muy saludable”.
Esto es importante, dijo, para de alguna forma “quitarle ese estigma de que vivís en un rancho de barro y sos pobre, de pobreza, de miseria. Nosotros tenemos muchos Mevir acá, en San Javier, cuya sigla es de Movimiento de erradicación de la vivienda insalubre rural, pero habla del rancho de terrón, que es completamente distinto y sí es insalubre, por el hecho de que al tener tanto intersticios y rajaduras y huequitos, ahí sí se podían meter bichitos, chiches, qué se yo, cosas que podían perjudicar la salud humana”. El caso del rancho ruso es diferente, dijo, “porque al tener ese revoque es una cosa completamente sana y no tenemos ningún producto químico, más allá de que blanqueaban todo con cal, no hay productos químicos que estés respirando cuando estás dentro de tu casa”.
Adaptación
Si bien los ranchos se basan en los conocimientos constructivos que trajeron consigo desde Rusia, lo que los hace únicos es la adaptación que tuvieron que hacer sobre esos conocimientos para poder aprovechar los materiales que encontraron al llegar. “La Isba rusa, que quiere decir ‘cabaña’, ellos allá la hacían más de madera, porque justamente tenían árboles de gran porte, tenían a su alcance más madera. Acá no, acá tenían el monte nativo, que es un monte bajo, de arbustos, más achaparrado; hay algunos árboles que se crían un poco más alto, esos los utilizaban para hacer el techo, que siempre era a dos aguas. Vinieron con esa concepción del frío, de techo a dos aguas, aberturas pequeñas, con un alero hacia el costado”.
Y ese alero es, justamente, otra de las características del diseño aplicado. “Acá (en San Javier) es muy característico ese alero, porque aunque estén ahora revestidas de ladrillo, las ves y decís ahí hay un rancho de barro adentro. Te ponés a mirarlas de afuera y te das cuenta por el techo a dos aguas con un pequeño alero al costado. Aunque luego la gente lo fue reformando, obviamente”, comentó. Pero así como adaptaron esa modalidad constructiva, lo mismo ocurrió con su gastronomía tan admirada, que es fruto de una adaptación a las materias primas locales, indicó Erramuspe. “Allá tenían otro tipo de cosas, acá es tan conocida la torta de zapallo, el piroj de zapallo; lo primero que nace cuando uno planta, lo más fácil de nacer, es el zapallo, y el repollo y esas cosas que ellos aprovecharon todo y de ahí sacaron sus exquisiteces de platos, que son una mezcla de lo que traían y de lo que encontraron aquí”.
Centenarias
Si bien carecen de documentación que permita datar las construcciones, se estiman que las más antiguas de las construcciones relevadas “están llegando casi que a los cien años”. No se trata de las primeras en las que se alojaron, dado que hay que recordar que “el asentamiento original estuvo más cerca de lo que es Puerto Viejo”, y tiempo después se traslada la colonia al actual San Javier, entorno a la Casa Blanca, la residencia de Lubkov, el líder espiritual de la comunidad. En esa zona, cercana a la costa, donde se encuentra también el Galpón de Piedra, otra de las construcciones más significativas de la localidad, encontraron casas en las que se utiliza este mismo material. “Hay casas que están hechas, tienen algunas paredes y la cimentación en piedra, porque en esa zona hay un yacimiento, es una loza de piedra y la aprovecharon”. Pero quienes estaban más lejos, “en el campo, usaron lo que tenían ahí; no era tan fácil trasladar piedras. Es lo que estamos viendo, porque todos los días aprendemos algo nuevo. Yo tengo 57 años, siempre he vivido acá y me sigo sorprendiendo de cosas”, dijo Erramuspe.
Cantidad
El estudio no determinó cuántas viviendas de estas características se encuentran todavía en San Javier. “Nosotros relevamos 12 con este grupo, y no recuerdo el número de las que relevó en su época Castelli con sus alumnos. Pero este relevamiento que se hizo es distinto, porque es el relevamiento de la planta física de la vivienda, más fotografías, más todo el trabajo que hicieron esos alumnos”. → Leer más