De acuerdo al análisis que revela el Índice Mac, ajustado por Producto Bruto Interno (BPI), el peso uruguayo es la moneda más sobrevaluada del mundo con relación al dólar estadounidense, y lo sitúa en el 51,8 por encima de su nivel de equilibrio, y considerando el índice sin corregir, es la segunda detrás del franco suizo, que es del 24,3 por ciento.
Este índice es elaborado por la revista británica The Economist, con informes semestrales, pero naturalmente, este escenario no se da solo en los últimos tiempos, sino que se ha dado sistemáticamente en los últimos años. Tanto con los gobiernos de izquierda como el vigente de la coalición republicana, está ligado a políticas que no han sincerado la economía, sino que se han seguido las prácticas de años debido a que un sinceramiento ocasionaría serios costos políticos para quien pretenda romper con este estado de cosas.
Se trata del atraso cambiario, al cual permanentemente señalan las gremiales exportadoras, y que encarece nuestros productos en el exterior, a la vez que facilita las importaciones masivas y sobre todo de productos y servicios que compiten con los que se ofrecen en nuestro país.
El consuelo de tontos sería que el uruguayo no es el único peso sobrevaluado de acuerdo a este índice, sino que hasta la moneda argentina tiene este sobrevaluación, así como el euro y otras monedas, tanto regionales como de la extrarregión, al tomar en consideración precisamente el monto del PBI, pero el punto es que también sin ajuste por PBI, el peso uruguayo es la segunda moneda más sobrevaluada frente al dólar, solo después del franco suizo.
Y esto no es poca cosa, porque reafirma que el Uruguay es un país caro, tanto para los que vienen de compras como para los propios uruguayos, y estos costos se trasladan a todo lo que se produce, ya sea bienes como servicios, en tanto también se reajustan sobre esta base los salarios en dólares, lo que explica por ejemplo que sea una bicoca para los uruguayos comprar en la vecina orilla y otros países donde la sobrevaluación de su moneda es menor.
Como ejemplo de referencia, el índice que señala The Economist correspondiente al mes de junio indica que una hamburguesa Big Mac cuesta unos $285 en Uruguay y 5,69 dólares en Estados Unidos, por lo que en nuestro país está unos 50,09 pesos más cara; esto está indicando una sobrevaluación de nuestra moneda en el entorno del 24,3 por ciento.
Este mismo índice da cuenta que el peso chileno está subvaluado en un 20,6 por ciento frente al dólar y el real brasileño en un 25,7 por ciento.
El Índice Big Mac fue creado por The Economist en 1986 como una guía liviana para determinar si las monedas están en su nivel correcto, basándose en la teoría de la paridad de poder adquisitivo, según la cual a largo plazo los tipos de cambio deben ir hacia el valor que iguala los precios de una canasta idéntica de bienes y servicios.
En buen romance, el poder adquisitivo de los uruguayos debería estar a nivel de los ciudadanos de las naciones desarrolladas, por lo que en dólares no deben asombrarnos que muchos bienes y servicios nos resulten más baratos en Estados Unidos y en Europa que en nuestro país, solo que con una calidad de vida muy diferente porque el promedio de los ingresos es muy inferior.
Por supuesto, el valor de la hamburguesa tiene solo una apreciación simbólica, pero sí refleja esta realidad y es una pauta significativa del atraso cambiario a que nos referimos, y la encerrona en la que nos han metido los sucesivos gobiernos que han apelado a mantener el dólar por debajo del valor que debería para mantener la inflación relativamente bajo control y de esta forma crear la ilusión de una mejor calidad de vida.
Una pauta de las respuestas que se requieren para el corto y mediano plazo la da el economista Aldo Lema, al señalar que “para subir rápidamente el crecimiento potencial, Uruguay requiere en lo inmediato seguir aumentando la inversión en capital físico, cuya tasa en torno al 18% del PBI aún es baja para su nivel de ingreso per cápita, que debería estar más cerca del 25 por ciento. También son necesarias medidas concretas para potenciar el capital humano y la productividad, pero dichos resultados solo se verán a la larga. En el corto plazo es esencial priorizar la inversión en capital físico porque indirectamente eso favorece la contribución del resto. Es una política de oferta que expande la productividad, el empleo y la capacidad productiva. Por eso es clave mantener el clima de negocios, la estabilidad tributaria y el bajo riesgo, para extender niveles de inversión extranjera cerca del 7 por ciento”.
Claro, ocurre que no solo se trata del qué, en lo que puede haber más o menos cierto consenso, sino del cómo y cuándo, porque estamos de lleno en año electoral, cuando además se dispara el gasto estatal, y se genera una distorsión que no es el mejor clima para invertir ni trazar proyecciones, agregado ello a la incógnita de cuál será el signo del próximo gobierno y la impronta que le dará a su gestión, además de la determinación de prioridades.
El desafío que se presenta ya desde hace más de dos décadas es mantener controlada la inflación, pero a la vez generar condiciones para la competitividad, y el uso del dólar como ancla para los precios es un arma de doble filo, que conspira precisamente contra la rentabilidad de los exportadores. Aquí el margen para operar es muy estrecho, porque se debe procurar un equilibrio que hasta ahora inevitablemente se ha distorsionado en aras de mantener el atraso cambiario, y revertir este rumbo no es gratis, ante la complejidad de las consecuencias que involucra.
Porque ser caro implica serios problemas para el comercio exterior, desde que no solo desaloja a nuestros productos de exportación de gran parte de los mercados, sino que además los de producción nacional son sustituidos por los importados más baratos, debido precisamente a nuestros altos costos en dólares.
Ergo, la raíz del tema es cómo hacemos para ser más baratos en la comparativa internacional sin hacer que el dólar suba en forma desequilibrante y consecuentemente también lo haga la inflación, haciendo entonces que los costos también suban y por ende perdiendo por un lado lo que se gane por el otro. Lamentablemente este escenario, con altas y bajas, no es nuevo y más allá de las críticas interesadas y sesgadas de unos a otros, la realidad indica que ningún gobierno ha podido o tenido la capacidad de cambiar este estado de cosas, y ello no solo habla de la magnitud del desafío, sino sobre todo de que nadie ha estado dispuesto a pagar los costos políticos de aceptar un dólar en su real valor, porque en economía todo tiene que ver con todo, y tocar este parámetro es como tocar un castillo de naipes, con el peligro de que todo se venga al suelo en un abrir y cerrar de ojos. → Leer más