
Hilda Ruth Carrea Méndez (94) junto a su esposo Humberto y sus cinco hijos, fueron unos de los primeros residentes del barrio Paycap, cuando se inaugurara cincuenta años atrás. Recibió gentilmente a Pasividades en su hogar, para mantener una entrevista en la que reflejó su profunda fe religiosa, que según nos confió ha sido su permanente “sustento” durante toda su vida.
Nació el 20 de enero de 1930 en Mercedes, y sus primeros años de infancia y adolescencia los vivió entre el campo y la ciudad, pues su padre, Luis Francisco, se dedicaba a la explotación agrícola, mientras su madre, Rosalía, como era propio de la época, cuidaba del hogar y la crianza de los hijos. “Los 5 hermanos nacimos en Mercedes, pero nos criamos en el campo”, contó. “Aprendí a leer a los cuatro años y medio, porque mi madre le enseñaba a una vecina que no sabía leer y así aprendí. Como yo tenía miopía, no podía jugar con los demás, porque cuando las nenas jugaban con mis muñecas en el suelo, de repente caminando las pisaba, al no poder verlas, entonces me crié medio sola. Pero tenía una alegría muy grande cuando llegaba el correo a caballo desde Mercedes, y traía todas las suscripciones de mi madre a distintas revistas y publicaciones. Entonces salíamos a recibirlas. Aunque mis hermanas más pequeñas tomaban las revistas antes que yo, no me preocupaba porque yo sabía leer y ellas no, cuando se aburrían de las ilustraciones, yo las miraba”, recordó sonriente.
Curiosamente, sus problemas de visión no fueron atendidos hasta que ingresó a la escuela, a los 7 u 8 años, “cuando mi padre alquiló una casa en Mercedes para que pudiéramos estudiar. Yo aprendí a leer y escribir a los 4 años, pero no como enseñan en la escuela, entonces con casi 8 años en el salón la maestra se dio cuenta de mi problema para ver el pizarrón y mi madre me llevó al médico. Ahí recién empecé a usar lentes”, contó, reconociendo que hasta temía caminar pues por primera vez podía ver con claridad el suelo que pisaba.
Esa “fue mi niñez un poco lejana de todo el entorno y así me acostumbré a vivir un poco sola”, confió.
Mientras el mundo sufría la Segunda Guerra Mundial, Hilda llegaba a la adolescencia, que de algún modo se vio también afectada por este suceso histórico, pues según nos contó “la edad preciosa de los 14-15 años los viví en el campo, ya que con la guerra, vinieron los problemas de la enseñanza, pues en todos lados había huelgas. Mis padres decidieron que dejáramos la ciudad y nos volviéramos al campo”. En su relato reflejó cómo en aquellos tiempos no se fomentaba la educación de las niñas, porque como sus hermanos mayores más tarde decidieron no retomar el liceo, esa decisión alcanzó para que toda la familia permaneciera en el campo.
“En el campo no había ninguna diversión, salvo alguna escuela que a veces hacía algún baile familiar, tipo kermesse, donde se hacían remates de tortas y esas cosas. Cuando yo ya tenía 16 años, un tío que tenía una estancia al lado del campo de mi padre iba a llevar a una sobrina a una de esas reuniones y le pidió a mamá si me dejaba ir, y fui. Fue esa la única vez que salí de mi casa y que vi lo que era un baile juvenil”, aseguró.
Cuando tenía 19 años, sus padres compraron una casa en Mercedes. Aunque su madre le ofreció la posibilidad de continuar sus estudios, “yo era tremendamente tímida y no me animé”, reconoció. Tras algunos intentos fallidos de estudiar corte y confección, y cocina, en cambio, se sintió fuertemente atraída por la formación religiosa. “Como yo siempre fui muy creyente, Jesús fue el que me sustentó, así es que empecé a ir con mas continuidad a la iglesia y un día me interesé en estudiar. Me fui a Buenos Aires, por intermedio de la iglesia, a estudiar a la Facultad de Teología durante dos años e internada en un colegio. Volví a trabajar en la iglesia, pero no estaba convencida, porque había tantas religiones”, que profesaban de manera distinta, que la hizo interpelarse, y años más tarde incluso cambiar de religión.
UNA HERMOSA FAMILIA Y LA LLEGADA A PAYSANDÚ
Mientras tanto el amor llegaría a su vida. “Conocí a un vecino que pasaba todos los días frente a mi casa, ese era Humberto”, quien años más tarde se convertiría en su esposo y padre de sus cinco hijos: Ruth, David, los mellizos Isabel y Humberto, y Alba Edith. Hoy además la familia la completan sus 10 nietos y 6 bisnietos.
Durante algunos años, vivieron alternadamente entre Mercedes y el campo de su padre, pero finalmente su esposo ingresó a Ancap, y es así que entre 1974 y 1975 toda la familia termina trasladándose a Paysandú, para instalarse en el emblemático barrio Paycap, en aquel entonces recién inaugurado. “Cuando se hace el llamado para estas viviendas y hasta que se terminan de construir mi esposo alquilaba”, señaló. Hilda se dedicó exclusivamente a criar a sus hijos, y eventualmente daba clases de inglés, idioma que había aprendido cuando hizo el curso de Teología.
“Mi marido no quería ni que conversara con los vecinos. Sólo conocía a la vecina de puerta, recién los empecé a conocer más cuando mis hijos crecieron y se hicieron amigos de los hijos de los demás matrimonios que vivían acá. Sólo iba al centro cuando iba a la iglesia”, contó al referirse a esos primeros años en el barrio. Siempre ha mantenido una relación cordial y “de respeto” con los demás integrantes de la comunidad barrial, pues “para mí son hermanos”, dijo de acuerdo a su concepción religiosa.
Precisamente, durante la entrevista una y otra vez insistió en la importancia que ha tenido la fe espiritual en su desarrollo personal. Incluso sus creencias la impulsaron a cambiar de religión “y fui aprendiendo cómo uno interiormente puede reaccionar ante las cosas de la vida, y cómo la vida no era solamente vivir, tener hijos”, sino que su significado iba más allá, expresó.
En la charla también nos contó que desde que vive en Paysandú, ha visitado Mercedes, sólo “en fechas de cumpleaños de la familia de mi madre, que fue con la que me crié”, pero “la encuentro muy diferente”, a aquella ciudad en la que se crió y vivió buena parte de su vida.
Hoy, pese a sus 94 años y algunas pequeñas dolencias propias de la edad, conserva una gran voluntad y su mente intacta. Se despierta a las 6 de la mañana y diariamente camina algunas cuadras durante 30 minutos, luego hace algunas tareas del hogar, dedica tiempo a la lectura y agradece la colaboración de los hijos “de buena madera”, que la acompañan y ayudan en su diario vivir. “Y ahí voy marchando”, nos dice al despedirnos con una sonrisa. → Leer más