Reconsiderando

“Liliam Kechichián cambia de opinión sobre el turismo cannábico en Uruguay tras conversar con Diego Olivera”, es el título que lleva el artículo en la web de debate.com.uy firmado por Washington De León, que recoge manifestaciones de la ex ministra de Turismo durante los gobiernos del Frente Amplio. Kechichián originalmente se había pronunciado en contra de esta modalidad mientras se desarrollaba el proceso que terminó con la regulación del mercado que habilitó en 2013 la posibilidad de acceder de manera legal al cannabis. Cabe recordar que el consumo no estaba perseguido en nuestro país, aunque sí el tráfico y la comercialización de la sustancia.
Señala la nota que “después de una conversación reveladora con Diego Olivera, ex secretario general de la Junta Nacional de Drogas, Kechichián reconsideró su posición y reconoció el potencial del turismo vinculado al cannabis como una oferta más en el atractivo panorama uruguayo”.
Olivera, refiere la nota, es “una de las voces más autorizadas en el ámbito de las políticas sobre drogas en Uruguay”, y en su convincente encuentro con la ex secretaria de Estado “explicó el modelo único del país, que regula tanto el consumo como la venta de cannabis en un marco legal” y le transmitió que “el turismo cannábico no solo es una oportunidad económica, sino que también refleja el enfoque progresista y regulado del país hacia el consumo responsable de marihuana”.

Prosigue diciendo que “Kechichián, al escuchar estas razones, reconoció que Uruguay ofrece una amplia gama de productos y experiencias para los turistas, desde sus playas paradisíacas y la calidad de su carne, hasta servicios menos convencionales como el consumo recreativo de cannabis, que se ha integrado dentro del marco legal uruguayo”. El país puede beneficiarse al diversificar su oferta turística, entiende la exfuncionaria, hoy legisladora.
Pero tratemos de entender mejor de qué se trata el turismo cannábico. Refiere la publicación especializada Thc (revistathc.com) que el turismo cannábico es “el movimiento que se genera detrás de la posibilidad de disfrutar cannabis de calidad, visitar producciones, conectar con la naturaleza y disfrutar” y se organiza en diferente formatos, por ejemplo con la creación de “hoteles marihuana-friendly, estancias agrestes con horizontes de camelos de plantas moviéndose con la brisa, o simplemente residencias y clubes permisivos” y lo compara con “el movimiento turístico que genera el vino, que ciertas regiones del mundo han sabido aprovechar muy bien”.
Hay además páginas especializadas que ofrecen por el mundo los servicios de acceso a la sustancia, como si fuese “una especie de AirBnB donde figuran locaciones amigables con el consumo de cannabis, que ofrece una plataforma de contrataciones para alojamientos y experiencias cannábicas”. Esta plataforma ofrece el acceso a estas experiencias principalmente en destinos de Estados Unidos y Canadá, aunque en menor medida van sumándose otros países del mundo. El cuello de botella de este modelo turístico basado en el consumo de cannabis es que “requiere de la regulación plena de la actividad y, aun así, enfrenta complicaciones diversas”, explica la publicación.

“En un mundo donde gran parte de la prohibición aún se sostiene, recibir turistas internacionales deseosos de hacer experiencias de consumo requiere un andamiaje legal específico”. En este sentido agrega que “en los países y territorios que legalizaron el cannabis para uso adulto, la actividad está fuertemente regulada y es común que los lugares que permiten usar cannabis en el interior de las instalaciones tengan terminantemente prohibido comercializar cannabis o derivados”. Ese es el caso de Uruguay, donde lo que se aprobó no fue una liberación del mercado, sino todo lo contrario, la apuesta y los argumentos bajo los que se desarrolló el proceso fue de reducción de daños. Ha tenido, ciertamente, algunas consecuencias beneficiosas, por ejemplo en la calidad del producto al que se accede en nuestro país; esto dicho por los propios usuarios, que antes dependían exclusivamente de abastecerse en el mercado ilegal, en bocas.

No vamos a discutir que es enorme el potencial turístico de abrir las puertas a visitantes que llegan buscando este tipo de experiencias. Seguramente si se hiciera un estudio mostraría que hay miles de posibles clientes dispuestos a venir a Uruguay a disfrutar de una experiencia de consumo diferente a la que acceden en sus países, quién lo dudaría, pero nos haríamos una trampa si pasa a ser ese el enfoque de la discusión, si abandonamos las premisas que se sostuvieron cuando se decidió emprender este camino alternativo. Lo que se requeriría es un nuevo debate, franco y amplio, que vuelva a poner el foco sobre lo que se ha caminado en estos más de diez años y analizar de qué manera este cambio incidiría en las políticas y en los resultados actuales.
Porque, entendámonos, no se trata de solamente habilitar la venta a extranjeros. Es ampliar la producción, habilitar nuevos intermediarios y nuevos actores en el mercado, que de esa forma empezaría un proceso de desregulación. Todo ello sin entrar en suposiciones sobre de qué manera reaccionarían los países vecinos en este escenario.

 

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