Una de las consecuencias del denominado “atraso cambiario” —cotización deprimida del dólar— en nuestro país es que el poder adquisitivo de los uruguayos que viajan al exterior se ve favorecido, es decir, no hay mayor diferencia de precios en los artículos respecto a los de Uruguay. Esto se percibe con más claridad al visitar las ciudades más caras del mundo.
Lo que más impacta es la cotización en dólares de ciertos bienes, como automóviles y electrodomésticos, que resultan considerablemente más baratos que en Uruguay. Pero esto se debe inequívocamente a los altos impuestos que se aplican en nuestro país, lo que provoca que, por ejemplo, el costo de un automóvil se duplique en comparación con esos mercados.
Uruguay se encuentra en una situación muy particular que lo convierte en un país caro. Esto es resultado de varios factores, entre ellos un mercado pequeño integrado a un bloque proteccionista como el Mercosur, con aranceles elevados, lo que impide que el país pueda competir en producción nacional contra Argentina y Brasil.
Además, desde hace muchos años —estamos ante un problema estructural, no circunstancial— este encarecimiento está relacionado con políticas proteccionistas e impositivas del propio país. Además de los aranceles e impuestos directos, enfrentamos una alta presión fiscal sobre los productos de consumo, como el IVA y el Imesi.
Esto, combinado con la apreciación de la moneda, encarece los bienes y servicios destinados a la producción para exportación.
El punto es que en su momento estos altos aranceles fueron aplicados para sustituir importaciones y generar empleo nacional, hace más de medio siglo. Sin embargo, también han sido un mecanismo de financiación para el Estado, contribuyendo a sostener el funcionamiento y gasto estatal. Este esquema se ha incorporado de forma estructural, lo que hace difícil desmantelarlo sin afectar fondos vitales para mantener el equilibrio entre ingresos y gastos, más allá de las coyunturas económicas.
Un artículo de la BBC News Mundo informó este año que, con base en datos del Banco Mundial, el CED (Centro de Estudios de Desarrollo) comparó los precios de unos 600 productos en Uruguay y otros 43 países a lo largo del tiempo, y encontró que, en promedio, eran 27% más caros en Uruguay.
Países desarrollados como Francia, Alemania o el Reino Unido mostraron precios menores que los de Uruguay. Solo nueve naciones —Japón, Finlandia, Israel, Irlanda, Suecia, Dinamarca, Suiza, Noruega e Islandia— eran más caras, según el estudio. Comparado con América Latina, los productos en Uruguay costaban más del doble que en Bolivia, un 80% más que en México y un 20% más que en Brasil y Argentina, socios en el Mercosur y principales fuentes de importación sin aranceles.
En productos de higiene y limpieza, Uruguay es un 58% más caro que el promedio de países. En alimentos y bebidas no alcohólicas, un 55%. Y en artículos de informática y electrónica, un 43%.
Este fenómeno es más evidente en rubros donde prácticamente no existe producción nacional, y se depende de las importaciones, explicó Ignacio Umpiérrez, economista e investigador del CED, a la BBC Mundo. Agregó que los altos precios no responden a la coyuntura del valor del peso uruguayo frente a otras monedas, sino que se han mantenido en el tiempo. “Es algo que responde a un efecto país”, afirmó.
Umpiérrez y sus colegas descubrieron que el mercado uruguayo, al ser pequeño —con menos de 3,5 millones de habitantes—, se concentra en pocas empresas que controlan gran parte de las importaciones. Esto ha generado una falta de competencia, lo que permite que la ganancia por producto sea casi siempre más de la mitad del precio que paga el consumidor final.
Es decir, algo que se importa a 10, el ciudadano lo paga a más de 20.
El economista uruguayo Sebastián Fleitas, profesor de economía de la Universidad Católica de Chile y especializado en competencia y mercados, señaló que Uruguay no puede cambiar ciertos aspectos del comercio internacional: “Uruguay está lejos del mundo, lo que genera mayores costos de transporte y logística”, especialmente cuando los productos no provienen de sus vecinos. Añadió que los aranceles y tasas son más altos que en otras regiones, además de la obligación de contratar un agente de aduanas para cada importación.
Se trata de impuestos heredados de tiempos proteccionistas, cuando Uruguay intentaba sustituir importaciones para generar empleo mediante subsidios. Estos subsidios no son otra cosa que dinero pagado por todos para favorecer a ciertos sectores estratégicos.
En este contexto, el economista Jorge Caumont señaló en el suplemento Economía y Mercado de El País que actualmente hay un reclamo generalizado por una reducción en los aranceles que gravan las importaciones. “Esa demanda hoy es clara, tras su total inexistencia hace 50 años”, expresó. Agregó que “aún persisten inexplicables impuestos, aranceles y otras restricciones de efectos equivalentes que castigan significativamente a los consumidores y generan ineficiencias económicas con un costo social considerable”.
Caumont recordó el origen del auge proteccionista en Uruguay como una política comercial que “se caracterizaba por un cierre casi total a las importaciones” tras la Segunda Guerra Mundial, en el marco del proceso de “sustitución de importaciones”. Aunque al principio parecía positivo, con el tiempo generó producciones ineficientes, productos de baja calidad y una economía cerrada con alta inflación, además de represalias comerciales y empleos artificiales que desaparecieron con el tiempo.
A pesar del gradual desmantelamiento de los subsidios desde mediados de la década de 1970, la necesidad de recursos del Estado ha mantenido muchos de estos gravámenes, creando una cadena de sobrecostos y regulaciones que impactan en el consumidor final.
Esto explica por qué muchos bienes importados se venden en Uruguay al doble del precio en dólares que en otros países. Los uruguayos pagamos sobreprecios desde hace mucho tiempo, tanto para sostener al Estado como por la concentración de poder en monopolios de hecho, defendidos por lobbies en la importación. Este problema persiste a lo largo de todos los gobiernos, independientemente de las ideologías o promesas del partido de turno. → Leer más