En ancas de cumplir sus promesas electorales, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha abierto varios frentes de choque y polémica a nivel internacional, en lo que podría catalogarse como una política de amenaza y posterior negociación, que tiene como primera característica la adopción de determinadas medidas, para sobre esta posibilidad abrir un margen de negociación y obtener concesiones que en una política “blanda” no lograría ya de buenas a primera.
Es decir, ya desde el primer día, el jefe de Estado de Estados Unidos se dedicó a la firma de una serie de decretos que aterrizaron sus anuncios de control migratorio y expulsión de indocumentados, sobre todo en la frontera con México, y por añadidura, decidió aplicar aranceles a México, Canadá y China con el argumento de que no controlan debidamente las organizaciones que se dedican a producir e ingresar fentanilo a Estados Unidos, y en el caso de los vecinos del sur, de dejar que los carteles de la droga actúen impunemente en la zona, sin controlar además el ingreso de inmigrantes a los Estados Unidos.
Y tras una reacción de rechazo y declaraciones de los gobiernos afectados, bajo cuerda se estaba llevando adelante una negociación que permitió que las medidas proteccionistas se “suspendieran” por unos treinta días, a la espera de que en ese período los gobiernos de México y Canadá dispusieran medidas como el envío masivo de efectivos a la frontera y lugares clave para el ingreso de droga, lo que ha habilitado una tregua a cuyo término la Administración Trump debería analizar si efectivamente se cumplió con lo que se dijo que se iba a hacer, y los resultados que se obtuvieron, para ver a partir de ahí como siguen las cosas.
En lo que refiere a China, la aplicación de aranceles ha dado lugar a contramedidas y una apelación del régimen de Pekín ante la Organización Mundial de Comercio (OMC) por considerarlas ilegales y violatorias de acuerdos, lo que le importa poco y nada a Trump en su actitud de “patear los tarros” y obtener por la vía de los hechos contundentes lo que no consigue por la vía legal.
Es decir, se trata de la razón de la fuerza, del que tiene el poder, sobre los que tienen menos posibilidades de emplear el amedrentamiento, lo que en los hechos no es una novedad en el mundo, porque tales planteos vienen desde el fondo de la historia de la humanidad, pero la diferencia es la manera desembozada en la que el mandatario norteamericano lo hace.
Lo mismo se da con las exigencias de que se devuelva a Estados Unidos el Canal de Panamá, la oferta de comprar Groenlandia a Dinamarca y su “pretensión” de que Canadá se convierta en un estado de Estados Unidos, además de la mención sobre lo que aparentemente quisiera para la Franja de Gaza.
En realidad se trata de una política maximalista, con base en la superioridad económica y militar por la que a través de amenazas y posibles consecuencias se logran total o parcialmente los objetivos que busca con base en su eslogan de “Make America Great Again” (hagamos a Estados Unidos grandes otra vez) que promovió en campaña electoral y para lo que contó con el respaldo en votos de los ciudadanos de su país.
En los hechos, debe reconocerse que hasta ahora en principio las amenazas le han dado resultado al jefe de Estado estadounidense, porque más allá de las respuestas altisonantes y desafiantes de la presidente mexicana Claudia Sheinbaum y el primer ministro de Canadá Justin Trudeau en la negociación, los jefes de Estado desafiados se han allanado a cumplir con las exigencias de Trump en cuanto a controles, por un mes, a cambio de que no les sean aplicadas las sanciones económicas. Un escenario particularmente delicado para México, que depende en su economía de lo que exporta a Estados Unidos y las remesas de sus emigrantes en ese país, en tanto Canadá es un socio comercial de primera línea y también depende del intercambio comercial con su vecino.
Asimismo, Trump también obtuvo concesiones del presidente de Colombia, Gustavo Petro, quien respondió con altisonantes apelaciones a la soberanía, la libertad y los derechos humanos, pero en pocas horas se allanó a mandar sus propios aviones para recibir a sus ciudadanos con residencia ilegal en el país del norte, tragándose sus propias palabras.
Las miras ahora están centradas en el escenario conflictivo de Trump con la Unión Europea, pasando por su decisión de reducir recursos a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), de retirarse de organismo internacionales, incluyendo nada menos que a la Organización Mundial de la Salud (OMS), y el Acuerdo de París, dejando a la vez prácticamente de lado el patio trasero –América Latina no le interesa, dijo– donde las cosas les serían más fáciles dado la vulnerabilidad de las naciones de la región.
Más allá de las eventuales ventajas que obtenga para su país en la aplicación de estas políticas, la realidad es mucho más compleja, porque el incorporar nuevos aranceles a las importaciones desde determinados países, lo que genera es un encarecimiento hacia lo interno.
Es así que la aplicación de aranceles adicionales no le sale gratis, y difícilmente logre que vuelvan las grandes empresas con sus plantas armadoras y fábricas de su país, porque ello requiere de un proceso largo, proyectos e inversiones, y además están de por medio las circunstancias cambiantes del comercio mundial, con base en estas y otras circunstancias impredecibles.
Es que todo indica que una de las consecuencias son vaivenes en los precios de las commodities, con una economía internacional asociada al dólar, y consecuentes movimientos en los precios internacionales, los costos logísticos asociados, todo ello sujeto a las consecuencias que podría traer aparejadas un nuevo conflicto bélico, cuando todavía no se ha podido terminar con la invasión rusa a Ucrania.
En este mar de aguas borrascosas deberá navegar Uruguay, como tantos otros países de economías vulnerables y dependientes. No serán tiempos sencillos, pero de seguro que aburridos no van a ser. → Leer más