Dice una noticia de la agencia EFE fechada en Ginebra el 9 de febrero pasado que “los votantes suizos rechazan ajustar su consumo a los límites de los recursos planetarios”.
El electorado suizo rechazó en las urnas una propuesta del opositor Partido Verde que proponía “favorecer una economía que crezca dentro de los límites que impone la naturaleza”. El resultado del referéndum celebrado ese domingo fue contundente. El rechazo a la propuesta alcanzó al 70% de los votos, opción que contó con el apoyo del Gobierno, así como de la mayoría de los partidos políticos y de los sectores económicos.
“Los ciudadanos suizos no han querido poner al país contra la pared”, celebró la directora de Economisusse, la federación de empresas helvéticas, Monika Rühl. Mientras que, para los promotores de la regulación “Suiza esté desaprovechando una gran oportunidad para luchar contra las crisis medioambientales”. La copresidenta de la sección de juventudes del Partido Verde, Margot Chauderna, consideró que los medios económicos “deben comprender que un sistema basado en un crecimiento infinito no puede funcionar con recursos finitos”.
Suiza –toda la Unión Europea, en realidad–, al igual que Uruguay, ya han definido una política medioambiental que tiene como meta alcanzar la neutralidad de emisiones para la mitad del siglo. Esto, para el Partido de Centro, ya es suficiente herramienta. Para 2025 el país debería completar el abandono total de las fuentes de energía fósiles y reducido a cero las emisiones netas de los gases de efecto invernadero. Esto fue aprobado en un referéndum en 2023. El del pasado domingo determinaba la adopción de un plan de 10 años para que el crecimiento económico se ajustase en términos de consumo de agua, utilización de los suelos y otras actividades de impacto ambiental, a los “límites planetarios”. Estos límites refieren a: Cambio climático, Acidificación de los océanos, Cambios en el uso del suelo, Pérdida de biodiversidad, Ciclo del nitrógeno, Ciclo del fósforo, Agotamiento del ozono estratosférico, Contaminación química y Cambio en el flujo de agua dulce. El concepto fue propuesto en 2009 por un grupo de 28 científicos internacionales liderados por Johan Rockström con el objetivo de definir un “espacio de actuación seguro para el desarrollo humano”, que pudiera ser utilizado como referencia por los gobiernos, las organizaciones internacionales, la sociedad civil, el sector privado y la comunidad científica. Suiza decidió no ajustarse a ello con un contundente 70%, y si no se alcanzó en Suiza es difícil pensar que ocurra en otra parte. No supone necesariamente un cambio de rumbo, pero se eligió no profundizar en una política pro ambiental que ya llevan adelante.
La decisión, no obstante, va en el mismo sentido que comienza a exhibir la Unión Europea sobre una posible flexibilización de políticas.
A fines del año pasado nada menos que la presidenta del bloque, Ursula von der Leyen –que estuvo en nuestro país firmando el entendimiento con el Mercosur–, anunció que se abrirá un diálogo con el sector del automóvil para revisar la estrategia del coche eléctrico y analizar si hay que apostar por nuevas tecnologías combustibles.
Para Von der Leyen esta industria es “crucial para la prosperidad de Europa” y si bien se mostró partidaria de mantener el rumbo hacia la “descarbonización del sector”, eso se hará con “un enfoque tecnológico abierto”. Y es que el desarrollo de combustibles sintéticos en base a hidrógeno permite la posibilidad de mantener los motores de combustión interna pero libres de los residuos de los combustibles fósiles.
Hasta ahora la Comisión Europea se había mostrado inflexible en aspectos clave para la descarbonización, como la fecha límite de 2035 para la comercialización de coches nuevos que expulsen emisiones por el escape. De hecho este mismo año 2025 está previsto que la exigencia suba un escalón importante, estableciéndose multas significativas para las empresas armadoras de automóviles que incumplan los estándares. Todo ello con ánimo de favorecer la penetración en el mercado del auto eléctrico, cuyo boom si es que ya no ha pasado, podría tener las horas contadas. Sin ir más lejos, en Europa la cuota del eléctrico fue menor en 2024 que la del año anterior: 13,4%, frente al 14,2% de 2023, según datos de ACEA, la patronal europea de los fabricantes. Los mismos fabricantes que ya anunciaron a la UE que no van a cumplir con la normativa de emisiones de 2025. El argumento es que simplemente no llegan. Pero además adelantaron que si a pesar de todo se ven obligados a cumplir, corre riesgo el cierre de al menos 8 fábricas en Europa, lo que podría ocasionar el despido de entre 40.000 y 80.000 trabajadores, según una estimación del periódico El Español.
Claro está que estas versiones sobre los cambios de política en Europa y el rechazo de los suizos a vivir con lo que hay, ni se aproximan a la preocupación que generan los anuncios y las decisiones de Donald Trump en Estados Unidos, que llegó a la Casa Blanca con la idea de llevarse puesto todo cuanto se ha hecho en pro de limpiar la energía. El único criterio es “que Estados Unidos tenga la energía y electricidad más baratas de cualquier nación del mundo”, y la forma de hacerlo es impulsando la producción de combustibles fósiles como el petróleo, el gas natural y el carbón. Los proyectos eólicos y de otras fuentes de energía renovables simplemente dejarán de tener el apoyo federal en la medida en que no sean competitivos, y eso se ha traducido ya en acciones concretas, al haberse suspendido temporalmente arrendamientos y permisos para proyectos de energía eólica, tanto en tierra como en el mar.
No es que sea sorpresa, porque durante la campaña electoral Trump prometió acabar con la industria eólica marina tan pronto como regresara a la Casa Blanca. Aunque todavía no está del todo claro en qué medida tiene autoridad para detener los proyectos eólicos que están en curso con permisos federales emitidos durante gobiernos anteriores.
Está claro que las energías alternativas y las tecnologías amigables son más costosas, pero hasta ahora se había aceptado como un esfuerzo adicional en pro de un bien mayor como la conservación del planeta —el único que habitamos, al menos hasta que Elon Musk nos lleve a Marte—, pero parece que ahora soplan vientos nuevos, por más que son bastante parecidos a los viejos que ya soplaron y nos trajeron hasta acá. → Leer más