Desde hace algunos años, la prensa ha comenzado a utilizar la palabra en inglés “woke”, que literalmente significa “desperté” y se utiliza para ilustrar la toma de conciencia de las personas sobre temas tales como la injusticia social, el derecho de las minorías, el racismo o el feminismo, entre otras. Se trata de valores y puntos de vista asociados a la izquierda y al progresismo que han permeado la cultura y la sociedad occidental, ocupando un lugar preponderante en la agenda global.
Para decirlo en pocas palabras, quien realice algún tipo de oposición a la agenda de esta “ideología” puede ser tildado de fascista, reaccionario, desalmado, machista, homofóbico, racista y muchos otros calificativos que llevarán al “acusado” a una suerte de “muerte civil”, porque pasará a ser un paria social. En una época en la cual los tribunales de justicia han sido reemplazados por las redes sociales y donde se ha derogado el principio jurídico de que se presume que toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario”, los seguidores del pensamiento “woke” están listos y atentos para “colgar en la plaza pública” a todo aquel que desafíe su pensamiento totalitario, hegemónico y globalista.
En efecto, una de las formas más comunes del linchamiento que llevan adelante los seguidores de la ideología “woke” es la “cultura de la cancelación” mediante la cual figuras públicas cuyas carreras profesionales y artísticas sufren daños graves e irreparables (con la pérdida de contratos y de publicidad) tras haber protagonizado alguna polémica con tintes políticos o haber sido acusados por algún tipo de abuso o acoso, aunque su culpabilidad aún no haya sido confirmada judicialmente.
En el mundo “woke” no existe derecho a defensa, ni al debido proceso, así como tampoco a un juicio justo o a un abogado defensor: se acusa, condena y ejecuta el castigo en un solo acto y sin posibilidad alguna de apelación. Al mejor estilo de lo que hacía Hitler en la Alemania nazi o Stalin en la gran prisión soviética que era la URSS a través de los denominados “juicios populares”: no hay nada nuevo bajo el sol; es la misma ideología totalitaria del pasado pero levemente maquillada.
Como ha señalado el profesor universitario Fernando Bonete, “en lugar de hacer como los nazis, que te encarcelaban y, además, quemaban tu libro, aquí las cosas se hacen de una manera más disimulada: se modifica la obra, no te dejan ir de conferencias o que vayas a ciertas universidades… No es tan implícito, pero sucede. Y, de momento, seguirá sucediendo, porque la cancelación va unida al signo de los tiempos y ahora hay mucha división y malestar político”.
Días pasados, Roberto Alfonso Azcona escribía en el diario El País de Montevideo, lo siguiente: “En el panorama político actual, la izquierda uruguaya, encabezada por Yamandú Orsi y dominada por los sectores del MPP y el Partido Comunista, parece abrazar cada vez más elementos de lo que se conoce como ‘izquierda woke’. Este término, nacido en los debates culturales de Estados Unidos, describe una postura obsesionada con temas de justicia social, diversidad e inclusión, pero que muchas veces deriva en un dogmatismo que prioriza imponer una visión del mundo por sobre el diálogo y la búsqueda de consensos. (…) El Frente Amplio, en su campaña, ha recurrido a estrategias típicas de esta corriente. Se ha enfocado en el uso del lenguaje inclusivo, la defensa acérrima de agendas identitarias y una narrativa emocional que promete igualdad, pero que evita profundizar en propuestas concretas para solucionar los problemas estructurales del país. Esta estrategia, liderada por sectores como el MPP y el Partido Comunista, intenta capturar a una nueva generación de votantes, apelando a un discurso aparentemente progresista, pero que esconde un proyecto político centralizado, dependiente de un Estado cada vez más grande y un esquema impositivo brutal que ahoga a la producción nacional”.
Ciertamente, el fenómeno “woke” se extiende mucho más allá de Uruguay, y sus orígenes están en los países más desarrollados, en los cuales sus habitantes parecen sufrir de una hipersensibilidad selectiva que los lleva a defender en forma radical algunas posturas determinadas tales como el derecho al aborto, la posibilidad de que los menores de edad puedan cambiar de género o la existencia de supuestas “vacas sagradas” sobre las cuales nadie puede opinar.
Algo así sucedió en Uruguay hace unos días cuando el ex fiscal de Corte y futuro prosecretario de Presidencia, Jorge Díaz, fue atacado por decir que, en el caso de Conexión Ganadera, la Fiscalía “está actuando en forma absolutamente lenta”. Ante esa reacción, Díaz expresó que “si manifestar la preocupación en un caso de esta magnitud por la lentitud es una presión, entonces no podemos cuestionar nada”, dijo. “¿No se puede decir absolutamente nada sobre un organismo del Estado que está funcionando bien, mal o regular, porque eso es una ‘indebida injerencia’? ¿Estamos en ese grado de hipersensibilidad millennial?”, se preguntó.
El correr de los años le ha otorgado a la agenda “woke” nuevos motivos para fogonear y difundir su ideología totalitaria. Para ilustrarlo bastan tan sólo algunos ejemplos. El primero de ellos es el caso de la película Blancanieves, y concretamente el beso del príncipe mientras la protagonista está inconsciente por la maldición de la bruja, el cual es cuestionado por tratarse de un beso no consentido. Como ha dicho el periodista español Mario de las Heras, esto es “el colmo de la estupidez, entre otras cosas porque Blancanieves, un personaje de ficción, no existe. Es como si censuraran a Superman por volar y promover con ello que los niños se lancen al vacío para imitarle”. El segundo caso fue en el año 2022, cuando Maus (la primera novela gráfica en ganar el Premio Pulitzer, en 1992, por su fiel testimonio de los horrores del Holocausto) del autor Art Spiegelman, fue prohibida en un condado de Tennessee, Estados Unidos, porque, según palabras de la asociación de padres, “contiene ocho palabrotas y un desnudo femenino”.
Finalmente, y para ubicarnos más cerca de nuestro país, es oportuno recordar el caso del ex delantero del Manchester United Edinson Cavani, quien recibió una suspensión de tres partidos y una multa de 100.000 libras (unos U$S 135.000) por un post en la red social Instagram en el que decía “Gracias, negrito”, como respuesta a la felicitación de un amigo por haber marcado el gol de la victoria ante el club Southampton.
Así las cosas, el pensamiento “woke”, nacido para defender valores que todos apoyamos y que no admite discusión (la igualdad, la dignidad, el respeto y la justicia social, entre otros tantos) se ha transformado en un engendro con límites tan absurdos como aberrantes.
Lo que nació supuestamente para defender a las minorías se ha transformado, lamentablemente, en una fuerza de censura que busca imponer una verdad hegemónica, eurocentrista, totalitaria, imperialista y profundamente enemiga de la libertad de pensamiento y la dignidad. Es hora de volver a pensar por nosotros mismos, con amplitud, espíritu crítico y sin necesidad de que alguien nos diga qué libro debemos leer, qué película tenemos que mirar o qué partido debemos votar.
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