¡Qué bonita vecindad!

En 1971 fue estrenada en México la serie “El Chavo del 8”, que retrató las vivencias de un grupo de personas en una vecindad –en criollo: un conventillo–, donde todos parecían muy amigos pero donde todos tenían rencillas, con violencia explícita a través de los golpes e insultos entre algunos de los personajes.
No obstante, en la introducción del programa se escuchaba aquella agradable canción, muy pegadiza: “Qué bonita vecindad,/ qué bonita vecindad/ es la vecindad del Chavo,/ (eso, eso, eso, eso)/ no valdrá medio centavo,/ pero es linda de verdad”.
Es prácticamente imposible no recordar “El Chavo del 8” ante los recientes hechos en el municipio de Porvenir que por ahora terminaron con el alcalde llevándose los juegos de una estación saludable a un galpón en su municipio, porque entendía que el lugar donde habían sido colocados e iban a ser inaugurados en horas no era el apropiado.
La Intendencia se mostró sorprendida y los directivos de las comisiones de la policlínica y de Mevir, furibundos. Y fueron a denunciar “la desaparición” de los juegos, como si no fuera sabido que se los había llevado el alcalde con sus funcionarios. Pero el alcalde también había hecho una denuncia y afirmó que tenía autoridad para llevarse los juegos, no por ser dueño de la pelota, porque en realidad habían sido pagos por el Presupuesto Participativo, sino por decisión del concejo, avalada por orden del juez.
Como sea, cuando llegó el anochecer –el momento previsto para que los juegos saludables fueran inaugurados– no apareció nadie ni nada, especialmente los juegos.
Realmente, viene a la mente la sana prosa de Serafín J. García en sus “Los partes de don Menchaca”, pero después queda claro que ni siquiera su privilegiada inventiva literaria pudo haber imaginado esta historia de desacato a la ciudadanía.
Porque en realidad, sea quien sea que tenga razón –eso resultará de un dictamen judicial, al menos eso se espera– la clase política quedó poco menos que en ridículo, en lo que no es una primera incidencia, sino la triste culminación, podría decirse. Quienes están en puestos de gobierno no tomaron en cuenta al vecino, en este caso de Esperanza, que sin importarle demasiado si se ponían en un lugar o a algunos cientos de metros de distancia, esperaba contar con un espacio para hacer ejercicio. O que sus hijos pudieran hacerlo. O que los deportistas de la zona pudieran prepararse mejor. La Intendencia afirma a quien quiera oírlo que no hay animosidad alguna contra el alcalde de Porvenir y que en realidad es este el que no quiere incorporarse al camino del trabajo en concordia. El titular del municipio, por su lado, despotrica porque la Intendencia lo deja de lado a él y los pobladores de su jurisdicción, retaceando recursos, actuando de manera malintencionada y usando la politiquería porque en el Palacio son del Frente Amplio y en la sede del Camino a la Colonia, de mayoría blanca.
Desde Paysandú se habla del irascible alcalde y se recuerda cuando inició el período poniéndole candado al municipio para impedir que entraran el intendente y el licenciado sanducero, que sigue sin encontrar su título.
Desde Porvenir se dispara contra la Intendencia y especialmente contra la directora de Descentralización, con un argumento similar, señalando su carácter poco amistoso.
De historias está hecho el mundo, pero cuando se tiene la responsabilidad de gobernar, sea un departamento o un municipio, no se puede apelar a otra cosa que a gobernar, más allá del partido político que se represente. Y si bien la actitud del alcalde de Porvenir es censurable, porque aun cuando la razón estuviera de su parte, no tiene lógica ni coherencia llevarse los juegos que ya estaban colocados, no es menos cierto que desde Paysandú no se facilitan las cosas. Además, la ley que creó los municipios tiene demasiados grises que dan lugar a cualquier tipo de situaciones, porque en el afán de “descentralizar” al extremo de formar micromunicipios, no se tuvo en cuenta hasta dónde realmente llega la injerencia de la Intendencia y cuál es el alcance de la alcaldía.
Este episodio –triste aunque pueda provocar sonrisas– es el corolario de una serie de enfrentamientos que en su momento parecían menores, pero que con el paso de los meses queda en evidencia que no; que las escaramuzas pueden dar paso a hechos de mayor gravedad.
En este tipo de situaciones no hay un solo culpable. Podría argumentarse que uno será más culpable que el otro. Es posible. Pero resulta evidente que hay procederes inadecuados de una y de otra parte. Que en ambos frentes se cometen errores que desembocan en acciones desequilibradas.
Como ejemplo puede mencionarse el revuelo que provocó la Intendencia porque le había entregado alrededor de 700 toneladas de asfalto a Porvenir, cuando desde la Oficina de Planeamiento y Presupuesto se recordó que eso era para unas diez cuadras. Más fanfarria que contenido. Y de la otra parte basta con mencionar este último hecho, de llevarse los juegos como si los hubiera pagado el municipio. No es necesario otro ejemplo para dejar en claro que no se está trabajando con la necesaria claridad que se le debe exigir al gobernante, por encima de su nivel de gobierno. Más allá que la Justicia deberá determinar responsabilidades y la ocurrencia de posibles delitos, más allá de otra investigación administrativa que podría llevar el camino de las anteriores, de meses y más meses de demora, le corresponde a estos políticos electos para gobernar, dejar de lado actitudes personales y actuar en el bien de la comunidad sobre la que gobiernan. Si esto se resolviera a la manera de don Menchaca, no hay más que recordar aquel episodio titulado “Los hombres peleando se entienden”. Pero también que “el resultado de la controbersia fue la pérdida resíproca de sus bidas por parte de ambos dos”.
El intendente departamental es el principal gobernante del departamento y eso implica, en primer lugar, respeto. Pero el alcalde es el administrador de su territorio en sujeción a las leyes, especialmente la 19.272. Uno y otro son vecinos del mismo departamento, con corazón bien sanducero. Viven en la misma vecindad, que debería ser la misma bonita vecindad.