Las amenazas del pensamiento único

Una de las causas del empobrecimiento del debate político, tanto a nivel nacional como mundial, está constituida por el resurgimiento del pensamiento único, el cual está basado en el desconocimiento o bien en el combate frontal y expreso a cualquier opinión que lo contradiga. Si bien esta forma de pensamiento totalitario y unificador ha existido desde siempre, en los últimos tiempos han surgido diversas modalidades que, bajo una apariencia democrática, esconden una clara amenaza para las libertades individuales y la convivencia pacífica de los pueblos.
Dentro de las variadas manifestaciones de ese pensamiento único se encuentra el llamado “fundamentalismo democrático” el cual se manifiesta, según el director-fundador del diario “El País” de Madrid, José Luis Cebrián, en el atropello a las minorías por parte de las mayorías, todo ello fruto de “una concepción cerrada del mundo, una perspectiva única de la convivencia” y “un impulso apostólico tendente a difundir la verdad de que es portador”. En definitiva, se trata de “una consideración reduccionista que tiende a describir la democracia única o primordialmente como el gobierno de la mayoría, ignorando muchos otros aspectos tan fundamentales o más del sistema, como la igualdad ante la ley, el derecho de las minorías o el respeto de las libertades individuales”. Al fin y al cabo, como también afirma este periodista español, “La regla de la mayoría no concede en ningún caso el conocimiento de la verdad, sino la legitimidad y el derecho para gobernar a un conjunto de individuos”.
Quienes desprecian la opinión de las minorías o miden el respeto que se le debe a las mismas en base a su caudal electoral, se olvidan de que la democracia no se rige por criterios cuantitativos sino cualitativos, porque merece tanto respeto la opinión de un partido político minoritario como aquella emanada de uno que cuenta con mayorías parlamentarias. Así las cosas, no existen senadores, diputados ni ediles de primera o de segunda categoría, sino que se trata en todos los casos de legítimos representantes de miles de ciudadanos cuyas opiniones merecen ser tenidas en cuenta, porque, al fin y al cabo, la calidad de una democracia se mide por la forma en que las mayorías respetan los derechos de las minorías. Ninguna mayoría parlamentaria, por holgada y legítima que sea, habilita a un partido político a desconocer los principios básicos del juego democrático (libertad de expresión, control de su gestión, responsabilidad de los jerarcas, etcétera), así como tampoco lo habilita a imponer sus ideas a costa de violentar normas constitucionales, ignorar los espacios de diálogo con la oposición o intentar someter económicamente al Poder Judicial. El desafío actual de la democracia es, según Cebrián, que “los fundamentalistas democráticos son, en cualquier caso, los principales aliados de las corrientes totalitarias o totalizadoras de los poderes públicos, ya que garantizan una coartada electoral respecto de las decisiones”. De esta forma, y amparados en el hecho de contar con un mayor número de legisladores electos en elecciones libres, el fundamentalismo democrático se manifiesta a través de decisiones que coartan aquellos derechos que afirma defender.
Ante el avance del pensamiento único y del fundamentalismo de las mayorías parlamentarias, la democracia merece ser revalorizada como un sistema de gobierno que si bien no es perfecto, es el mejor que existe, ya que le permite a una sociedad administrar de la manera más adecuada sus diferencias en un marco de convivencia pacífica orientada a la construcción del bienestar de sus habitantes. En la opinión del expresidente de Costa Rica y Premio Nobel de la Paz, Oscar Arias, “La democracia no es el fin, es un medio. El fin es siempre el ser humano. Pero, cuando los latinoamericanos ven que la pobreza y la desigualdad siguen aumentando y somos incapaces de vencer la enfermedad, de construir la infraestructura y de educar a nuestros hijos, caen en el nihilismo y la desilusión. Por eso, para que la democracia sea efectiva, tenemos que ponerla a prueba; para que sea capaz de crear sociedades más prósperas”.

El populismo es un ejemplo de pensamiento único que según Cebrián “agita las emociones de los pueblos en detrimento de las posturas racionales de los individuos”, porque al fin y al cabo, el pueblo más fácil de gobernar es aquel que no piensa y al cual se le otorgan todas las preguntas y respuestas que necesita para ser feliz, tal como sucedió en Libia con el denominado “Libro Verde” del exmandatario Muamar el Gadafi. Todo ello exige un sistemático, elaborado y distorsionado manejo de la realidad, del pasado y del lenguaje, tal como lo expusiera George Orwell en su novela “1984” la cual constituye una crítica al régimen estalinista que regía los destinos de la Unión Soviética durante la década de 1940. En ese futuro imaginario, el “Gran Hermano” crea un Ministerio de la Verdad cuya finalidad es reescribir la Historia adaptándola a las necesidades propagandísticas del partido único que gobernaba un mundo sin libertades individuales. La estrategia elegida no es fruto de una casualidad, ya que como se menciona en la propia obra, y resulta aplicable a muchos de los relatos con los cuales se pretenden disfrazar diversos hechos para presentarlos de forma diferente, “Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro”. Los fundamentalistas democráticos actúan en una forma llamativamente similar a los personajes de Orwell, y ello se debe a que el objetivo siempre es el mismo: atacar a quienes no piensan como ellos. A pesar de su práctica autoritaria, lo cierto es que no existe una idea que justifique desconocer el derecho que tienen todos los ciudadanos a criticarla, y ello se debe a que no existe una verdad pura, única y excluyente que pueda imponerse a todos los ciudadanos.
En definitiva, cuando de pensamiento único se trata, siempre es bueno recordar las palabras que el fray William de Baskerville (interpretado por Sean Connery) le dirige a su discípulo Adso de Melk (interpretado por Christian Slater) en la película “El nombre de la rosa”: “Huye, Adso, de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia”.