Una cuestión de actitud presidencial

Uruguay es un país gobernado por una mayoría parlamentaria, que logra acuerdos con la oposición cuando necesita. Sin embargo, de un lado se muestra a un partido de gobierno agotado a pesar de las preferencias electorales y una oposición dividida, bajo una estructura que maneja prioridades diferentes, de acuerdo con el perfil de cada referente sectorial.
El escenario nacional –también local– está marcado por la experiencia y esta indica que las divisiones provocaron un alejamiento de los votantes, con el consiguiente pase de facturas y voto castigo. Mientras ocurren los discursos oficialistas, ausentes de autocrítica y plagados de verdades a medias, la oposición se encuentra empantanada y con liderazgos que se disputan bajo discusiones bizantinas. Han demostrado escasa mano de hierro hacia sus internas cuando asomaron casos de corrupción y de a poco se apagó la imagen de implacabilidad que no tiene una correlación con el discurso hacia la tribuna.
La actual coyuntura de descontento y malhumor generalizado, asomada por el lado de los autoconvocados provenientes del sector agropecuario, no responden a la coordinación opositora que no cuenta con las estructuras necesarias para canalizar los reclamos, ni siquiera de la institucionalidad tantas veces reclamada por el Poder Ejecutivo.
Incluso la movida del campo interpela a todos los ámbitos y obliga a demostrar la destreza discursiva del arco opositor –siempre en apoyo a la movilización– pero que plantea interrogantes sobre las posibilidades reales de ser efectivamente gobierno y llevar adelante lo que dice en los medios de comunicación o en los mitines partidarios.
Por el momento, el debate no se presenta como una opción hacia un electorado mal acostumbrado a la verborragia de algunos y a la imagen paternalista de otros, condimentada por propuestas que no se saben si los une o los divide. O sea, si se definen más liberales o socialdemócratas que otros y si la Concertación o unión de fuerzas, verdaderamente servirá para enfrentar a una coalición experiente en el manejo de las diferencias.
Ante todo esto: el tiempo pasa. Y la oposición está preocupada en la búsqueda de referentes que atrapen a los electores, sin ver el árbol antes del bosque ni demostrar que es una alternativa clara al modelo frenteamplista, ni con la capacidad necesaria para captar al votante desilusionado con las últimas administraciones y sin siquiera tomar en cuenta que, antes que nada, el votante promedio tiene grandes tendencias a ser conservador.
Como en política los cambios se procesan con una lentitud que conspira contra la vorágine de las campañas electorales, se han perdido de efectuar anuncios concretos, mientras se preocupan por mejorar las listas al Senado y definir su apoyo a uno u otro, cuando aún no comenzó el período. Bajo este escenario, no es difícil suponer que ninguno arribará con mayorías absolutas, por lo tanto, la claridad de las ideas al momento de transmitirlas es tan básico como necesario.
La población mira con lupa el desempeño de las empresas públicas y su incidencia en el déficit fiscal, así como el aumento de las tarifas y se cuestiona el papel que cumplen los directorios, que también integran desde la oposición. Sin embargo, justo es decir que en cualquier caso –y a pesar del descontento por algunas decisiones– la mayoría nuevamente impone su voluntad que logrará torcer una reacción generalizada. Un ejemplo fue la decisión unilateral de Antel de cambiar los contratos de telefonía móvil y las denuncias fogoneadas en las redes sociales. Porque estas nuevas herramientas han logrado mayores efectos que la labor opositora, en tanto en ocasiones demora en reaccionar y cede espacios de liderazgos al clamor popular para otorgar una victoria a Facebook o Twitter, como es este caso específico. Y porque una cosa es subirse al carro exitista de cualquier reclamo y otra cosa es convocar bajo el halo del liderazgo, una cuestión que aún no logra cristalizar.
Por eso algunos electores cautelosos e indefinidos se preguntan un día sí y otro también, para qué está la oposición sentada en los sillones de los directorios, donde si bien han manifestado sus diferencias con las decisiones oficialistas –por ejemplo en Ancap o en ALUR–, tampoco lo han hecho con la claridad y dureza necesaria. Incluso a pesar de las denuncias presentadas ante la justicia.
Porque si no se toma distancia claramente en hechos y en circunstancias, se hablará siempre de lo mismo, cuando en realidad tuvieron más que oportunidades hacia sus propias internas de demostrar que el clientelismo y la corrupción no están permitidas. Sin embargo, hasta el momento, solo abundan en declaraciones obvias y correctas sobre lo que no se debe hacer en la administración pública.
¿O acaso la pésima gestión en Ancap, cuya cara visible fue la de Raúl Sendic, se dio de un día para el otro? ¿No ameritó que años de desidia y miradas para otro lado desde el oficialismo, provocaran un rugido en la oposición que al menos evitara el mal mayor de la recapitalización en 900 millones de dólares que pagan todos los uruguayos? Dejar hacer y dejar pasar tienen estos resultados, sin dejar de mencionar a otros entes autónomos. Si el presidente desconoce o no al liderazgo de algunos referentes opositores, es asunto suyo. De última, se debe dejar en claro que la ciudadanía decide –así como lo hizo con él– al próximo titular del Poder Ejecutivo y sus parlamentarios, más allá de la soberbia discursiva en que se ha envuelto en los últimos años.
Porque cuando quiso hablar sobre la posibilidad de explotar petróleo no llamó a los líderes actuales, sino a expresidentes que no resuelven ni convencen a sus sectores porque todos están alejados de las cuestiones partidarias.
No es un tema menor la cuestión actitudinal en Vázquez y su comitiva, que tuvo un desliz en las últimas semanas al dejarlo que anunciara personalmente las medidas para el sector agropecuario, apliamente criticadas. Justo es decirlo que, a ratos, lo descuidan y lo envían a dar mensajes sobre asuntos que claramente no domina.
La oposición le pidió que el 1º de marzo, cuando cumpla tres años al frente de la administración, vaya al Parlamento a explicar sus planes para este año. Es un buen lugar ciudadano para escuchar a los líderes de la oposición, aunque no hable con algunos y, de paso, ya que insiste tanto con la institucionalidad, cumpliría con el artículo 168, numeral 5 de la Constitución.