Guerra solo para que pierdan todos

Ya superada hace décadas –por lo menos oficialmente y en la magnitud que se daba– la denominada “guerra fría” entre el bloque occidental y los países del socialismo real, asoma como amenaza una guerra comercial acentuada a partir del acceso de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos, quien ha retomado y potenciado los nostalgiosos eslóganes de “Make America Great Again” (Hagamos a Estados Unidos grande de nuevo).
Es que el mandatario simplemente ha reactivado resabios de la cultura nacionalista y considerado que a través de determinadas medidas proteccionistas podrá recuperarse la pujanza industrial de su país, como a mediados del siglo pasado, que han sido sustituidos ya desde hace años por la expansión y las inversiones asiáticas, sobre todo las de China.
Hace unos días, el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Luis Alberto Moreno, reconoció que hay “preocupación” en Latinoamérica por la potencial escalada de una guerra comercial entre EE.UU. y China, tras la reciente imposición de Washington de aranceles a muchas importaciones de Pekín.
Si bien Moreno aclaró que es un problema bilateral entre naciones, teniendo en cuenta que se trata de las mayores potencias económicas del mundo, es obvio que la diferencia va a tener impacto en el comercio exterior de Latinoamérica, altamente dependiente de la relación con China, no solo desde el punto de vista del intercambio comercial, sino también de las inversiones.
“En esta región del mundo, sobre todo los países más pequeños, necesitan crecer sus economías por la vía del comercio exterior (…) es determinante para el crecimiento”, subrayó el presidente del BID, al evaluar posibles efectos sobre la actividad económica, a partir sobre todo del anuncio formulado por el presidente estadounidense, de imponer aranceles por valor de hasta 60.000 millones de dólares a muchas importaciones chinas, y exigir que el déficit comercial de Washington con Pekín se reduzca un 25%, algo que eleva las posibilidades de que se desencadene una guerra comercial entre las dos grandes economías mundiales.
China, que es el segundo socio comercial de EE.UU., replicó que tomará “todas las medidas necesarias” para no salir perjudicado por las medidas de Trump, y las consecuencias de estas acciones por ahora son imprevisibles. Es que la onda expansiva de una guerra comercial entre Estados Unidos y China se proyecta como un terremoto de dimensiones mundiales, desde que una escalada proteccionista protagonizada por las dos mayores economías del planeta solo puede desencadenar un caos.
Son de recibo al respecto expresiones de la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, en el sentido de que las guerras comerciales no son juegos que se puedan ganar. “Nadie gana. Si hay menos crecimiento, menos innovación y mayor coste de vida, los primeros que perderán serán los pobres, los menos privilegiados”, dijo.
La confrontación entre las dos potencias llega cuando la economía mundial empezaba a dar signos de recuperación, de acuerdo a los analistas internacionales, y los anuncios sobre aranceles indican que hay todavía resabios de épocas de oro del proteccionismo, con encierros de grandes economías que solo pueden provocar perjuicios hacia afuera. Sobre todo a países pequeños altamente vulnerables, como Uruguay, y regiones como América Latina, en donde la mayoría de las naciones no han hecho bien los deberes durante la época de bonanza.
Las amenazas de aranceles y más aranceles no son poca cosa. Días atrás, Trump firmó el documento en el cual le instruyó a su Oficina de Comercio (USTR, por sus siglas en inglés) elaborar en los siguientes 15 días una lista de los productos chinos a los cuales gravará con altos aranceles. El mandatario denunció una agresión económica de China, a la que responsabilizó del enorme déficit comercial, además de acusarla de competencia desleal y de robo de propiedad intelectual, lo que derivó en una demanda ante la Organización Mundial de Comercio (OMC).
La respuesta de China, por lo menos en primera instancia, no se hizo esperar, y el gigante asiático dispuso subir aranceles, aunque en forma moderada, ya que las restricciones a las importaciones estadounidenses están en alrededor de 3.000 millones de dólares.
Los objetivos de estos recargos a las importaciones procedentes de Estados Unidos son carne de cerdo, tubos de acero, frutas, vino, soja, entre otros, con aranceles que estarán entre 15 y 25%. En total, la lista de productos con restricción sumaría 128 bienes estadounidenses, aunque no hay fecha para su entrada en vigor.
Si bien estos primeros pasos ya han provocado caídas en las bolsas de Tokio, Shanghai, Hong Kong, Londres, París, Francfort, Milán, Madrid, entre otras, y bancos, compañías automovilísticas, tecnológicas y la industria se anotaron los mayores descensos en los mercados europeos, los efectos reales de una guerra comercial por el momento no son fáciles de predecir, porque dependerán de los movimientos que hagan ahora ambos países.
En gran medida, estos brotes proteccionistas implican un retroceso en las reglas de juego que ha llevado décadas construir para desmantelar los complejos tramados que regían y que han permitido gradualmente internarse en la globalización, que precisamente es la responsable de la mayor expansión de las multinacionales de ambos países.
Los trabajosos acuerdos internacionales incorporaron reglas de convivencia que dieron lugar a la creación de instituciones globales como el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio (OMC). La gran expansión china de los últimos daños y el advenimiento de un Trump ultraproteccionista y nacionalista al gobierno de Estados Unidos dieron lugar a la masa crítica que ha llevado a esta incipiente guerra comercial, que se da además luego de que Trump rompiera acuerdos comerciales como el Nafta y el Transpacífico.
Pero hay razones para creer que la sangre no llegará al río, porque hay demasiados intereses en juego, y las grandes compañías estadounidenses son socias de China en este juego global. Al fin de cuentas, las medidas iniciales de Trump podrían ser más para la tribuna y ejercer presión que traducirse en hechos concretos, habida cuenta de que hay miles de millones de dólares de intercambio comercial en pleno proceso.
Un dato de actualidad refiere al compromiso de la compra de aviones por China a Estados Unidos, que involucra a la compañía Boeing, y además China es el mayor comprador de soja a Estados Unidos, con un volumen aproximado de 14.600 millones de dólares en el último año, que es más de la tercera parte del cultivo total.
A ello se agregan inversiones de compañías estadounidenses en China, donde se ensamblan diversidad de equipos de última tecnología para todo el mundo, con el agregado de que Trump también ha abierto un frente de guerra comercial nada menos que con Europa.
Demasiados intereses en juego, callos que se pisan por doquier, y la propia globalización de esos intereses hacen que como nunca esté vigente la premisa de que en una guerra comercial pierden todas las partes, y de alguna forma o de otra se lo van a hacer saber a Trump, para que bajo cuerda no haga fuerza para que termine descarrilando el tren en el que van todos, incluyendo al propio Estados Unidos.